
Escribe Juan Manuel Gorno (ENVIADO ESPECIAL)

Hubo una jugada que estableció el parámetro. Messi la recibió de Mascherano en la mitad de la cancha, encaró entre dos y pasó; salió otro par de bolivianos a marcarlo y quedó desairado; el crack ya había puesto la cuarta, entrando en el verdadero “modo Messi”, y descargó para Higuaín para buscar la pared.
“Pipita”, fiel a su estampa de goleador, prefirió el remate al arco y la pelota pasó cerca del palo. No estuvo tan mal y se lamentó el delantero, mientras el 10 lo miró de reojo, volviendo a su posición en silencio.
La “Pulga” quería terminar esa jugada de antología recibiendo el pase final de su compañero que nunca le llegó, pero el premio cayó desde la tribuna: “Meeeesi/Meeeesi”, sonó fuerte mientras los brazos de la gente hacían la reverencia.
Fue uno de los puntos de ebullición de la noche, con el espectáculo que Córdoba deseaba vivir, demostrándole no sólo al país, sino también al mundo, que el “corazón del país” late más fuerte que en cualquier lado. Y que la selección tiene aquí fanáticos de fierro.
Después de todo, había que contrarrestar la campaña anti-Córdoba que algunos medios porteños se encargaron de fogonear, haciendo hincapié en la cancha y la cancha y la cancha.
Y tanto que se quejaron del estado del campo de juego que prácticamente ni siquiera hubo posibilidades de cuestionar “la parte mala”, la mitad. Por allí el seleccionado argentino pasó rápido y, al mismo tiempo, sin apuro.
El monólogo del equipo del “Tata” se escribía en tres cuartos de cancha hacia delante, esto cuando no la toqueteaba atrás de la línea central para esperar que los bolivianos salgan un poco de la trinchera eterna que armaron.
A pesar del esfuerzo, Bolivia quedó rápidamente rendida a los pies del local y no atinó a reaccionar frente al aluvión que propuso Argentina, atacando con los de arriba, pero también con Banega o Biglia y con los defensores (Pinola se mandó una corrida interesante y lo bajaron en la puerta del área, y Mercado volvió a marcar, nada menos), de manera que no hacía falta la ayudita que le supo brindar el árbitro venezolano, Jesús Valenzuela Sáez.
Entonces el tiempo fue pasando entre la creatividad celeste y blanca por hacer goles y las limitaciones visitantes en cada salida. En definitiva, no hubo equivalencias. Por eso el partido, que fue por Eliminatorias y por puntos importantes, parecía más un disfrute exclusivo de los 55 mil dueños de casa, mientras un puñado de hinchas bolivianos únicamente sufría.
Algunas notas negativas: la cantidad de situaciones desperdiciadas, la lesión de Di María y los problemas que tienen algunos jugadores para pegarle al arco (Rojo se la pasó pateando como un rugbier cada vez que pisó el área).
Dicen que es mejor remarcar esos puntos flacos cuando la mano viene bien, para mejorar en el terreno de la victoria, pero poco importó cuando el árbitro dio el silbatazo final en el Kempes y los fuegos artificiales coronaron una noche espléndida, una noche de “mangas cortas y en familia”.
Argentina es ampliamente superior y supo reflejarlo en el juego. Messi llegó a los 50 goles con la celeste y blanca y lo hizo frente a un público enfervorizado por verlo. Y el equipo conservó un buen invicto en el “Cható”. Vaya si sobran los motivos para olvidarse de un poco de césped amarillo.