Inicio Suplementos El Diario Viajero Al otro lado de la 38

Al otro lado de la 38

0
Al otro lado de la 38
Escribe Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO La mayoría de las localidades de Punilla despliegan sus almas al este de la ruta nacional 38, columna vertebral del valle. San Esteban, en cambio, lo hace al oeste. Con el simple gesto ya empieza a marcar diferencias, orgulloso de un carácter sui generis que encandila al viajero, siempre deseoso de encontrar rincones poco andados que le acaricien los sentires. Así, el diminuto municipio empieza desde temprano a mostrar sus rasgos distintivos. Manojo de calles de tierra respirando ancho entre bosquecillos intensos, danzas de sierras que se adivinan, varias preseas arquitectónicas en forma de construcciones añejas y peculiares, y un río gauchísimo que es arroyo romántico, y viceversa. Por allí empieza la caminata. Por ese manjar de agua cristalina y refrescante que marcha de norte a sur, perfilando a su paso alfombras de césped impoluto, cascaditas, piedrotas y unas arboledas maravillosas que tornan todo de color dulce. En esos modos va el río Dolores, tan campante y silencioso, fundamentalmente en otoños, inviernos y primaveras, especiales para observar los perfumes de los eucaliptos, de los sauces, y mirar, sintiendo, la paz interior. La costanera se extiende por varias cuadras, más y más taciturnas a cada paso. En cambio, el verano mete esbozos (tenues) de gentíos, sobre todo en la zona del Balneario. Se encienden entonces los asadores, se pueblan las zonas de servicios, pero siempre, siempre en el marco casi zen que la aldea propone. En el corazón del plano Aquellas pinceladas son compartidas con el corazón del plano (la aduana antes del río, viniendo desde la ruta), donde calles con nombres que evocan plumas notables (Pablo Neruda, Mujica Lainez, José Hernández, Alfonsina Storni…) comentan de la sabia artística de muchos locales. A tono, se lucen las casonas antiquísimas, y emblemas como la Capilla Nuestra Señora De Los Dolores (oriunda del siglo XIX, un desliz del tiempo), la plaza callada (a pesar de los juegos para niños) y la vivienda conocida como “Casa Flor de Durazno”. El título tiene su historia: tras los muros, Hugo Wast (el DNI decía Gustavo Martínez Zuviría) escribió justamente su célebre libro “Flor de Durazno”. Hasta un tal Carlos Gardel visitó la residencia, antes de traer a la vida al bueno de Hugo en un recordado filme. Se ve que los aires de San Esteban inspiraron de veras, porque incluso paisanos con sangre poeta decidieron erigir aquí una obra del legendario ingeniero francés Gustave Eiffel (sí, el mismo de la famosísima torre parisina). Se trata del Molino Eiffel, construcción de hierro que fue traída desde Buenos Aires a principios del siglo XX. Bella Dolores En rigor, el viejo Molino descansa en Dolores, ubicado al norte. Un suspiro de paraje que es casi anexo de San Esteban. Area donde las montañas se sienten más cercanas, y en la que se acurruca plácidamente la capilla local, levantada en el mediano del siglo XVIII (sobresalen sus detalles realizados en algarrobo tallado, y la imagen de la Virgen de Dolores). Después, resulta más que recomendable aprovechar la posición privilegiada de la localidad en el mapa y escaparse a la muy, pero muy vecina Los Cocos (está prácticamente del otro lado de la ruta). Buena chance para encontrarse de frente con la cadena de las Sierras Chicas, y entenderle el aura a San Esteban todavía más

DESTINOS/Córdoba/San Esteban

A diferencia de sus vecinos, este dulce pueblito regala bondades en el sector oeste de la ruta nacional, columna vertebral de Punilla. La magia de su río con rostro de arroyo, arboledas, calles de tierra y construcciones ilustres

Escribe Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO

La mayoría de las localidades de Punilla despliegan sus almas al este de la ruta nacional 38, columna vertebral del valle. San Esteban, en cambio, lo hace al oeste. Con el simple gesto ya  empieza a marcar diferencias, orgulloso de un carácter sui generis que encandila al viajero, siempre deseoso de encontrar rincones poco andados que le acaricien los sentires.

Así, el diminuto municipio empieza desde temprano a mostrar sus rasgos distintivos. Manojo de calles de tierra respirando ancho entre bosquecillos intensos, danzas de sierras que se adivinan, varias preseas arquitectónicas en forma de construcciones añejas y peculiares, y un río gauchísimo que es arroyo romántico, y viceversa.

Por allí empieza la caminata. Por ese manjar de agua cristalina y refrescante que marcha de norte a sur, perfilando a su paso alfombras de césped impoluto, cascaditas, piedrotas y unas arboledas maravillosas que tornan todo de color dulce.

En esos modos va el río Dolores, tan campante y silencioso, fundamentalmente en otoños, inviernos y primaveras, especiales para observar los perfumes de los eucaliptos, de los sauces, y mirar, sintiendo, la paz interior. La costanera se extiende por varias cuadras, más y más taciturnas a cada paso.

En cambio, el verano mete esbozos (tenues) de gentíos, sobre todo en la zona del Balneario. Se encienden entonces los asadores, se pueblan las zonas de servicios, pero siempre, siempre en el marco casi zen que la aldea propone.

En el corazón del plano

Aquellas pinceladas son compartidas con el corazón del plano (la aduana antes del río, viniendo desde la ruta), donde calles con nombres que evocan plumas notables (Pablo Neruda, Mujica Lainez, José Hernández, Alfonsina Storni…) comentan de la sabia artística de muchos locales.

A tono, se lucen las casonas antiquísimas, y emblemas como la Capilla Nuestra Señora De Los Dolores (oriunda del siglo XIX, un desliz del tiempo), la plaza callada (a pesar de los juegos para niños) y la vivienda conocida como “Casa Flor de Durazno”. El título tiene su historia: tras los muros, Hugo Wast (el DNI decía Gustavo Martínez Zuviría) escribió justamente su célebre libro “Flor de Durazno”. Hasta un tal Carlos Gardel visitó la residencia, antes de traer a la vida al bueno de Hugo en un recordado filme.

Se ve que los aires de San Esteban inspiraron de veras, porque incluso paisanos con sangre poeta decidieron erigir aquí una obra del legendario ingeniero francés Gustave Eiffel (sí, el mismo de la famosísima torre parisina). Se trata del Molino Eiffel, construcción de hierro que fue traída desde Buenos Aires a principios del siglo XX.

Bella Dolores

En rigor, el viejo Molino descansa en Dolores, ubicado al norte. Un suspiro de paraje que es casi anexo de San Esteban. Area donde las montañas se sienten más cercanas, y en la que se acurruca plácidamente la capilla local, levantada en el mediano del siglo XVIII (sobresalen sus detalles realizados en algarrobo tallado, y la imagen de la Virgen de Dolores).

Después, resulta más que recomendable aprovechar la posición privilegiada de la localidad en el mapa y escaparse a la muy, pero muy vecina Los Cocos (está prácticamente del otro lado de la ruta). Buena chance para encontrarse de frente con la cadena de las Sierras Chicas, y entenderle el aura a San Esteban todavía más.

Print Friendly, PDF & Email