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Casa Villasuso: única y bicentenaria como Villa Nueva

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Casa Villasuso: única y bicentenaria como Villa Nueva
Sus actuales propietarios no poseen recursos para encarar la refacción

Escribe: Iván Wielikosielek ESPECIAL PARA EL DIARIO

Sus actuales propietarios no poseen recursos para encarar la refacción
Sus actuales propietarios no poseen recursos para encarar la refacción

Construida alrededor de 1827, la Casa Villasuso es una de las más antiguas de la vecina ciudad. Con su galería de arcadas y columnas toscanas, la mansión es pieza fundamental del patrimonio villanovense. Sin embargo, y muy a pesar de su valor arquitectónico, el inmueble se encuentra en avanzado estado de deterioro. Su propietaria, Norma Zalazar, afirma que no ha recibido ninguna ayuda municipal ni privada para empezar con los trabajos de restauración.

Se podría hablar de “esplendor y ocaso” de una mansión, pero sería injusto sin antes hablar de “esplendor y ocaso” de una ciudad, de una familia y de un modo de vida que se extinguió para siempre. Ya no hay “nobleza” en Villa Nueva. Y la que había emigró hace años a otras ciudades y a otro continente. Y los “ricos del tercer milenio” ya no invierten en una construcción cuya factura final es una obra de arte. Por el contrario, a las obras de arte las las demuelen y en su lugar levantan edificios de corta vida útil. Para los depredadores inmobiliarios de hoy (y no sólo de Villa Nueva, sino de todo el país) sólo cuenta la ubicación, los metros y las ganancias que puede dar un terreno.

Mientras escribo pienso en el caminante extranjero que una mañana desembarca en Villa Nueva y decide recorrerla. Me pregunto qué pensará al ver aquellas mansiones derruidas del microcentro. Qué dirá, por ejemplo, al pasar frente a la “Casa Manzanares”, con su puerta a punto de caerse y sus azulejos “Pas de Calais”, casi inhallables en estas latitudes. O qué pensará al ver la sucesión colonial de casonas abandonadas en calle Deán Funes entre las que se cuenta la Mansión Sandes, con su antiquísimo y destruido portón para carruajes. Seguramente, acusará el impacto estético de esas obras tanto como su preocupante estado de deterioro. Y entonces pensará que Villa Nueva es una ciudad despiadada con su historia o que siente un desprecio inédito para con su patrimonio. Y en ambos casos, el caminante extranjero tendrá razón. Y entonces tal vez no tenga ganas de cruzar avenida Libertad y adentrarse en el barrio Florida. Es ahí precisamente, en la calle Comercio al 1423, donde se esconde una de las joyas más preciadas del reino villanovense.

Aunque erosionada por las lluvias y los soles de dos siglos, la fachada rosa de la Casa Villasuso aún guarda su majestad inclaudicable. Como esas mujeres que embellecen con el paso del tiempo y que, en contraposición a las jovencitas vulgares, acrecientan su elegancia por contraste. La casona, felizmente, pareciera estar habitada. Y cuando golpeo la puerta, me abre su dueña, Norma Zalazar, quien con suma amabilidad me hace pasar. Y debo decir, contra toda la lógica prosaica de estos tiempos materialistas, que entrar por la galería de piso ajedrezado y columnas neoclásicas de la Casa Villasuso es como ir de visitas al pasado. Invito al lector a que durante unos minutos me acompañe.

“La galería está muy deteriorada y se necesita de mucho presupuesto -me dice la dueña -. Pero pensá que la casa es muy grande. Tiene 60 metros de profundidad y las columnas son de tres metros de alto. Antes, toda la galería estaba revestida en mármol. Pero cuando la compramos, en el año 77, el mármol ya no estaba, lo habían sacado. ¿Te imaginás lo que costaría volver a poner eso solo?”

Norma vive con su esposo, suegra, hija, yerno y nietos. “Por suerte hay lugar para todos porque esta casa es como un barrio techado”, comenta. Le pregunto si sabe en qué año fue levantada y si ha recibido alguna ayuda municipal para repararla. “Mirá, acá a la vuelta había un galpón que perteneció a los Villasuso también. Y arriba estaba escrito con la misma moldura del cemento “Ramos Generales, 1827”. O sea que esta propiedad es de ese año. Tan antigua como Villa Nueva. En cuanto a las ayudas que me preguntás, hace 10 años se nos estaba partiendo el ala sur de la casa por la mitad y el intendente Marcelo Frossasco nos dio algo de dinero. Con eso bajamos los techos, los hicimos nuevos y armamos la cocina. El que nos había prometido ayuda, si ganaba las elecciones, era el candidato radical Ignacio Tagni. En cuanto al intendente actual, no nos llamó nunca. Ojalá lo haga porque, hasta donde sé, esta casa es patrimonio de la ciudad”.

Norma me muestra el pequeño ambiente refaccionado y convertido en cocina. Y una vez allí saludo a su suegra, Irma Salazar, encargada de la Biblioteca Altamira. Le digo a doña Irma que “vive en una de las casas más antiguas de Villa Nueva y trabaja en la otra joya arquitectónica de la ciudad, que es la Casa de la Cultura”, y ella me responde “sí, y es un privilegio muy grande habitar espacios con tanta historia. Pero lamentablemente los intendentes nunca han hecho nada por las casas antiguas de Villa Nueva. Pareciera que las quieren dejar caer. Tampoco han hecho nada por la biblioteca que se llueve por todos lados. Pero acá es así. Acá en cultura te acostumbrás a no tener apoyo de nadie”.

Norma me cuenta que adquirieron el inmueble apenas casados con su esposo. “Lo compramos porque fue lo único que conseguimos en varias entregas. Nos lo vendió un señor de apellido Parola, quien también nos ofreció la casa del lado. La propiedad de los Villasuso ocupaba un cuarto de manzana y la habían subdividido toda”.

Le pregunto a Norma si ha venido gente a visitar la casa. “Hay muchas personas que golpean la puerta y me preguntan por la historia, como vos. Pero hace unos 10 años vinieron herederos de los Villasuso, que están en Europa. Uno era un viejito de Italia, que debe haber sido nieto del propietario. La otra era una bisnieta de España, que me dijo que había vivido acá de chica. Me dijeron que la casa les traía muchos recuerdos. ¿Querés ver lo que me dejaron?”. Y la dueña de casa me muestra un par de fotos en blanco y negro tomadas a principios del siglo pasado. En una de ellas se puede ver a una señora mayor junto a una joven pareja. Están apoyados en la reja de la galería como en la balaustrada de un trasatlántico. La mujer joven ostenta un tapado de piel y el hombre un elegante frac que debió costar una fortuna. Al fondo de la foto pueden distinguirse los mármoles de los que hablaba Norma y que revestían la galería con aire de coliseo. La segunda foto documenta varias generaciones de Villasuso reunidos entre las rejas y una columna. Me imagino que entre los nenes estará la señora española, pero nunca sabré cuáles es.

“Hace 39 años que vivimos acá y te juro que no éramos conscientes de que habíamos comprado tanta historia, que atrás nuestro había tanto pasado”, me dice Norma. Acaso la historia se repita, me digo, y el viejo esplendor vuelva a la galería más antigua del Ctalamochita. Como esa bonanza que llegó hace 200 años cruzando el océano.