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Decididamente cuyano

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Decididamente cuyano

DESTINOS/San Juan/Tamberías

El pueblito concentra el espíritu de la región en sus paisajes de áridas y coloridas montañas. La marca de la cordillera del Ansilta, los verdes campos con viñedos haciendo juego, el cercano cerro Alcázar y el río de los Patos

Escribe Pepo Garay
Especial para EL DIARIO

En el corazón del Valle de Calingasta, al suroeste de San Juan, apenas 20 kilómetros al norte de la más conocida Barreal y a 860 de Villa María, habita un pueblo entrañable que se llama Tamberías. Rinconcito prístino que luce bondades admiradas primero por vecinos cuyanamente serenos, acostumbrados ellos a ver los soles iluminando las montañas: de un lado, la sierra del Tontal. Del otro, la andina cordillera de Ansilta y sus canas eternas.

Entre álamos y acequias, las callejuelas se esparcen pintadas de sombras, con el astro mayor iluminando rostros ni bien se lo permiten las copas de las arboledas. Todo en el rededor sabe a San Juan. A ver si se atreven a desmentirlo los parrales de los campos que ahí, pegados dejan al viajero enamorado.

En ese sentido, el recorrido impostergable es el que busca rumbo sur por calle Juan Ramón Díaz. Desde la arteria, el ambiente rural de Tamberías explota en virtudes, con sombras a uno y otro costado, hábitat para los románticos. Sobre todo, teniendo en cuenta las dos fantásticas y citadas maravillas de los costados.

Con la mirada al oeste, el forastero se sentirá dichoso de contemplar la sierra del Tontal, capitaneada por el cerro Alcázar. Hacia el este, la que deslumbra a todo cristo es la cordillera, regalo de los dioses con techos blancos, picos punzantes, líneas de piedras. Esa sola postal ya paga el periplo.

 

Otros anzuelos

Sin embargo, el pueblo y su precioso entorno (seco y con manchones verdes, minis oasis que muy bien le sientan), también muestra otros anzuelos. El río de Los Patos es uno de ellos, corriendo cristalino, trayendo frescura y sabia de montaña, apto para el baño cuando los fríos de la zona no hacen de las suyas.

Cruzando el río, aparecen las Ruinas de Hilario. Se trata de restos de un emprendimiento de fundición levantado por la Compañía Beneficiadora de Hilario hace casi 150 años, durante la Presidencia de Sarmiento. Fue entonces cuando la minería comenzó a desarrollarse en San Juan (los pioneros habían sido los jesuitas, en el meridiano del siglo XVII).

Hoy, son gigantescas multinacionales las que se llevan las riquezas del suelo sanjuanino, dando trabajo a muchos de los habitantes de Tamberías (las minas están más alejadas): “Sí, pero en el medio nos envenenan el agua y la tierra”, comenta Francisco, un paisano de muchos años e ideas claras. Tristemente, entre la población local pesa más el discurso del “bueno, pero nos dan trabajo”.

 

Flor de cerro

Todavía al otro lado del río, el que llama es el cerro Alcázar. Un camino sube hacia este emblema de 1.650 metros de altura que es enano al lado de los monstruos de la zona (por ejemplo, el Mercedario, al sur del valle, tiene 6.720) y, no obstante, hechiza.

Lo hace con sus modos de arcilla, sus múltiples colores y formas, su aura de leyenda (sirvió de resguardo a los valerosos huarpes de la zona, que batallaron a principios del siglo XVII con los invasores españoles). Y fundamentalmente, con las vistas que arroja de Tamberías y de un Valle, el de Calingasta, siempre dispuesto a brindar experiencias vigorosas.

 

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