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El texto que se viralizó en las redes

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El texto que se viralizó en las redes

Es sobre Villa María, a propósito de su cumpleaños número 150

Si nunca te perdiste en las calles del Santa Ana o nunca usaste la excusa perfecta de que se te cruzó el tren justo antes de entrar al laburo, a pesar de tener dos subniveles en un santiamén, es porque no sos de Villa María.

Si todavía decís “la Coca” cuando te referís al Vea del Vélez Sarsfield o te acordás dónde estaban Casa Tía, Baravalle, Burmeister Lamberghini, Seppey, Casa Amarilla o Cabezón; si de alguna manera usufructuaste la majestuosa, envidiada y extensa costanera para motivos deportivos, recreativos y, por qué no, cariñosos de trasnoche, es porque llevás el ADN villamariense surcando en las venas.

Si el bendito viento nunca te arremolinó la cucusa o elevó súbitamente las faldas en milagroso acto otoñal para la vista es porque, maestro, señora, compadre, usted no es acá.

Si nunca proferiste al aire, aunque sea una vez, puteadas al estilo de «pero qué ciudad de mier…» o «qué ciudad más careta», es porque directamente no amás a Villa María.

Tanto los nacidos y criados, como quien suscribe, al igual que los adoptados por múltiples razones laborales, estudiantiles o amorosas saben que una ciudad nunca son sus calles, sus paisajes, sus baches. No. Una ciudad es una cartografía sentimental y afectiva que se va tejiendo a palmos de recuerdos, rumores de infancias, besos robados en escondrijos secretos, palabras que nunca llegaron a decirse en tal o cual esquina; encuentros y desencuentros con los aspectos sublimes y sórdidos que se conjugan no tanto en la escenografía de la vida cotidiana, sino más bien en la memoria subjetiva que vamos atesorando, cada uno por su lado, dentro del pecho.

Hoy Villa María cumple 150 años, aunque, en términos históricos podría estar celebrando sus 15 tranquilamente. Es una pendex descubriendo que le crecen las tetas frente al espejo mientras se pone el vestido largo para asistir a su colosal fiesta.

Es más nueva que Villa Nueva y tan hermana y tan enemiga. Tan a mano de Córdoba y tan a tiro de los puertos, siempre creyó elevar su hocico más alto que sus vecinas. Mucho después de ser capital nacional por un día, en sus respectivas épocas fue la más rebelde de las radichetas y las más K de las peronchas.

Una ciudad que parió y cobijó a luminarias tan rutilantes como Amadeo Sabattini, Gustavo Ballas, Antonio Sobral, Pancho Aricó, Eduardo Requena, Sol Gabetta, Edith Vera y también -por qué no- a Karina Olga Jelinek.

Una ciudad que en proporción tiene más bancos que bancos de escuela y menos maniquíes a disposición que toda la inconmensurable ropa que se exhibe en los locales comerciales.

Una ciudad que llegó a tener siete cines y ser pionera en televisión por cable; que se jacta de su Festival Internacional de Peñas y que actualmente cuenta con teatros, cines, pubs, multiespacios, centros culturales, bibliotecas, museos, boliches, infinidad de nichos públicos y privados para ver espectáculos y todavía hay gente que dice que no hay nada para hacer los fines de semana.

Como una buena adolescente, Villa María crece de a golpe, a los empujones y con desequilibrios. En una década pasó de ser una comarca chata a ser una urbe en potencia con edificios brotando como granos en la cara de un millennial, aunque todavía conserva sus códigos de pueblo. El contraste centro/periferia sigue enlodándose en las calles de tierra convertidas en ríos cuando llueve y el increíble avance de la UNVM, el aeropuerto y un Anfi renovado se choca de frente contra un corredor inusitado de merca, focos de violencia en los barrios y una tasa de HIV galopante.

De todas formas, mi Villa María se respira y transpira en los dorados y desordenados ensueños de mi generación. ¿Nunca caminaste cag… en las patas, en los 90, con el justificado temor de que te agarraran a trompadas los Toma Soda? ¿Nunca gastaste suelas desde tu barrio, en barra con amigos, hasta El Angel ida y vuelta? ¿Nunca tuviste que empujar el auto de un guaso que se había quedado sin nafta a la salida de Metrópoli? ¿No me digas que no querías ir a comprobar de primera mano si la batalla campal que se exhibía en la pantalla de Crónica era la misma que se suscitaba entre los ricoteros y la Policía frente al Anfi?

¿Cuántos potreros improvisados armaste ante la mirada fastidiosa de bochófilos apostadores en tiempos donde aún siquiera se conocía la palabra Internet?

Aunque no fueras fanático del fútbol local, el afrodisíaco humo de los chori que emanaban de la Placita Ocampo los domingos por la tarde te encomendaban a ser hincha automáticamente de Alumni. Aunque no fueras un jugador empedernido, no te privabas de especular cuántas fichas te daban con 10 pesos en la Terminal o en Circuit City.

¿Nunca una pregunta existencial te ahuecó el pecho y te humedeció los ojos, cavilando entre quedarse o escapar, probar suerte en otras latitudes, en otros trabajos, con otra suerte, con otro amor ilusionado en espera, mientras la luna se posaba tibiamente sobre el lago espeso de una noche de invierno?

Villa María es, en definitiva para mí, ese maridaje indisoluble de Patria chica y esperanza. Como todo enamorado que se precie, rubrico sin empacho mi lazo con ella por toda la eternidad que dure el idilio. Incondicional y crítico, orgulloso y molesto, sé que seré irremediablemente suyo.

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