
Ambos artistas recrearon la novela de Rivera sobre la vida de Rosas en un Teatro Verdi ocupado por poco más de 300 personas

Para ahondar en un personaje tan controvertido, polémico y ambiguo, que ha despertado lealtades como odios en idénticas proporciones, nada más acertado que desdoblar sus perfiles contradictorios en la piel de dos actores en escena.
Mediante magistrales y soberbias performances, Rodrigo de la Serna y Pompeyo Audivert encarnaron distintas facetas de Juan Manuel de Rosas, el llamado Restaurador de las Leyes y gobernador de Buenos Aires, que comandara los destinos del incipiente país a mediados del Siglo XIX.
Ambos artistas, junto a Andrés Mangone, se adentraron en la ardua y ambiciosa tarea de adaptar la novela de Andrés Rivera, “El farmer”, quien ilustra con su pluma incendiaria los últimos años del otrora todopoderoso caudillo en el desangelado destierro transitado en una granja cercana a Southampton, Gran Bretaña (en inglés, “farm” es granja y “farmer”, granjero).
Pompeyo ofrece la versión decadente, senil, por momentos patética, de Rosas en su epílogo solitario. Como viejo exiliado y olvidado, escupe sus miserias, critica a su mujer Encarnación (prefiere a “las p…”), extraña a su hija Manuela, sigue polemizando en la nebulosa con su rival histórico, Sarmiento, sufre el “puñal por la espalda” de las familias patricias que había beneficiado, justifica el fusilamiento a Camila O’ Gorman y el cura Ladislao Gutiérrez y advierte, desde una Europa enfervorizada, sobre la avanzada comunista.
“Marx es inofensivo, pero guarda. Pónganle un ojo, por las dudas”, acota en una de las pocas humoradas de la obra. La otra, es encarnada por de la Serna, quien descolla haciendo las veces del Rosas joven, prepotente y bañado en arrogancia, cuando todavía la pesadilla de la crucial batalla de Caseros no había perturbado ninguno de sus planes de perpetuidad.
Sentenció una de las frases célebres de la novela: “Quien gobierne podrá contar, siempre, con la cobardía incondicional de los porteños”, para provocar la risa de los plateístas.
La obra, que cuenta con un músico en vivo y un montaje escénico acorde al nivel artístico, se interna en diversos climas a pesar de la densidad del texto, dosifica intensidades y brinda nuevas perspectivas sobre un animal político, un militar de pampas y un ser colmado en paradojas: reniega de lo extranjerizante y pelea contra los ingleses en la Vuelta de Obligado pero termina genuflexo a la corona británica que lo acogió en sus últimos años.
Rivera, astuto, ofrece pistas por fuera del personaje: por momentos lo compara con el “Rey Lear” de Shakespeare y por otro, deja librada la interpretación acerca de otros modelos caudillísticos que sucedieron en la historia argentina: “Cualquier paisano va a gritar ‘Viva Rosas’ sin saber qué quiere decir”.
El tramo final, a cargo de de la Serna, redunda en la cara más vulnerable de Rosas, más humana. Un espejo que termina de desnudar ante todos al mito.
Juan Ramón Seia