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La escuela, ¿tiene que cambiar?

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La escuela, ¿tiene que cambiar?
Silvia Seia, Alejandra Torres y Débora Escalzo

Surgen métodos y propuestas innovadoras de enseñanza, pero la escuela tradicional parece no encontrar la vuelta de tuerca para contener a niños y adolescentes que están inmersos y son parte de una generación habituada a los cambios vertiginosos, como en lo tecnológico o en lo cultural. Tres profesionales locales de la educación y la pedagogía hablan en esta entrevista sobre por qué la escuela no cambia, cuál es el rol de la formación docente y la necesidad de mantenerse alejados de los absolutismos

Silvia Seia, Alejandra Torres y Débora Escalzo

Escribe: Clara Trillini

De un lado, están las nuevas pedagogías, maneras de enseñar que ponen en jaque a los métodos tradicionales en las escuelas. Por otro, la escuela misma que parece impregnarse demasiado lentamente de las metodologías innovadoras, con la continua reproducción de prácticas que hace años no cambian. En el medio, los que intentan una mixtura, a fuerza de motivación y vocación para ofrecer a los niños y adolescentes -alumnos, dentro de la escuela- un acercamiento diferente al conocimiento.

Hace poco más de una semana, el diario español El País publicó una entrevista a dos investigadoras y docentes que diseñaron una nueva metodología, a la que nombraron Art Thinking. Lo que proponen es darle una predominancia al arte que hasta ahora ellas no ven que tenga, bajo el motivo de que otras materias como matemáticas o ciencias son más importantes o útiles para el futuro del chico. En la entrevista, incluso, se cita a una famosa conferencia TED del pedagogo Ken Robinson, cuya charla puede resumirse en el poco esperanzador título de que “las escuelas matan la creatividad”.

 

“Cualquiera que está en el ámbito de la educación, sabe que estos no son planteos nuevos. Estas investigadoras hablan de aprendizaje significativo y eso es un concepto que se viene desarrollando desde 1950. Hablan también de aprender a través del arte, y hay experiencias como las de las hermanas Olga y Leticia Cossettini en escuelas de Rosario durante la década del 40 que ya proponían actividades como la música, la pintura o las excursiones por el barrio. No son planteos novedosos ni que estemos escuchando por primera vez”, señala Silvia Seia, psicopedagoga y representante legal del Instituto Diocesano San José de la localidad de Morrison.

 

“Lo que pasa es que vos vas al aula y ahí dentro parece todo igual a 1920, y te preguntás cómo puede continuar eso así. Cómo, si desde hace tanto tiempo se habla de maneras diferentes para plantar las situaciones de aprendizaje, el dispositivo escolar pareciera no haber sufrido en la práctica ningún cambio”, agrega Silvia.

 

En su opinión, hay dos grandes factores por los cuales la escuela va cambiando de manera lenta. Uno de ellos es que “los sistemas educativos, a nivel macro, no se impregnan de estas experiencias que se están poniendo en práctica y que están funcionando. Parece que hay una resistencia a los cambios en el ámbito de la educación”. El otro factor, explica Seia, es “que cuesta mucho que cambien las personas. Uno puede suponer que estos planteos no son novedades para ningún maestro, porque seguro ya ha escuchado de esto en algún momento. Pero, sin embargo, la mayoría termina reproduciendo en sus prácticas la manera de enseñar y aprender que ellos vivieron”.

 

La integración de los hemisferios

“No hay que creer en el absolutismo de los métodos. Cada niño, como también el adulto, tiene una parte derecha y una izquierda en el cerebro, que constituyen dos hemisferios. El arte estimula funciones del hemisferio derecho, y el formato de la escuela es puramente estimulador del hemisferio izquierdo”, explica Débora Escalzo, psicopedagoga y coordinadora del Centro Senda.

 

“El hemisferio derecho es visual, artístico, creativo, sintético; mientras que el hemisferio izquierdo te pide que seas secuencial, metódico, ordenado, verbal, racional. Lo que critican estas nuevas pedagogías o tendencias es que la escuela focaliza mucho en el hemisferio izquierdo, pero yo no creo que sea al punto de matar la creatividad”. Y en ese sentido, Débora agrega: “Además, el chico viene de una familia, que es la institución primerísima a la que pertenece en su vida. Y no podemos quedar solo en lo que prioriza la escuela. Desde la familia se pueden hacer muchas cosas para compensar, equilibrar y generar una integración”. En este caso, Escalzo hace referencia a todas las actividades extraescolares, fuera del aula, a la cual los chicos pueden acceder, tanto físicas, recreativas como culturales o artísticas.

 

“Hace varias décadas que se viene trabajando desde la educación con una nueva impronta, que intenta dejar de lado el formato tradicional. Algo importante son los puntos de acceso al conocimiento de cada niño. El arte es uno, pero no es el único. Claro que es un puntapié importante, porque es atractivo, genera curiosidad, deseo e incluso se ha ido incorporando dentro de otros planes educativos, vinculándolo a otras asignaturas. El arte tiene mucha aceptación, pero repito, no es el único punto de acceso al conocimiento”, señala Alejandra Torres, docente en la Escuela República del Paraguay y estudiante de la Licenciatura en Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Villa María.

 

“Algunos chicos necesitan de un disparador artístico para acercarse a un conocimiento, pero otros prefieren enfrentarse directamente al texto científico y se sienten más cómodos con eso. Considero que tenemos que respetar a cada niño desde sus posibilidades”.

 

¿Y qué pasa con la formación docente?

La cuestión de los docentes también es, según Escalzo, una cuestión muy importante a tener en cuenta. “El docente está atravesado por sus particularidades genéticas y hay que ver cuáles son sus maneras de enseñar de la misma manera que son importantes las maneras de aprender de cada niño”.

 

Al respecto, Seia opina que la adhesión a poner en práctica innovaciones en la enseñanza no tiene que ver con una cuestión generacional. “Sí hay profesores que tienen más tendencia a aceptar nuevos métodos. Si vas a un congreso en educación y algún taller o conferencia es sobre neurociencias, seguro que está lleno. Porque traen planteos novedosos. Entre los maestros, hay quienes están más motivados y entusiasmados, buscan alternativas para que los chicos estén más atentos, para que las clases sean más entretenidas. A veces termina ganando el hacer las cosas como siempre uno las ha hecho. En otras ocasiones, los esfuerzos son individuales del profesor, pero en otras es desde la misma institución que intentan poner a todos sus docentes en la misma sintonía”.

 

Por otra parte, también refiere a la formación docente y pone como ejemplo el caso del sistema educativo de Finlandia. “Si leés sobre el caso finlandés, que hoy está muy de moda, uno de los pilares fuertes tuvo que ver con la formación de los docentes y de las decisiones que tome el Estado en relación a eso. En eso, yo creo que estamos un poco estancados. La oferta de cursos, tanto de posgrado como de formación continua, ya sean las que ofrece el Estado o desde iniciativas privadas, vienen muy de la mano y en sintonía con esto de la innovación. Pero veo que no alcanza a tener mucho impacto. Sin embargo, no considero que sea algo exclusivo de nuestro país. Hay investigadores y universidades de todo el mundo analizando, pensando y proponiendo nuevas opciones”.

 

Volviendo a la cuestión generacional, Silvia puntualiza que “hay maestros que se han jubilado o se están por jubilar y ves que tienen mucho entusiasmo, están enamorados de lo que hacen, tienen vocación, pueden mirar a los chicos en su posibilidad y no en lo que les falta o en lo que no son. Y, en general, ese docente obtiene muy buenos resultados. Como así también, hay muchos profesores jóvenes que entran a trabajar a la escuela con el mismo sentimiento de derrota que un maestro casi jubilado y que no siente vocación por lo que hace”.

 

En esto, coincide Alejandra. “Creo que tiene que ver con la formación docente que uno ha tenido y por toda historia como alumnos, como estudiante del profesorado y con el tiempo que le ha tocado vivir como maestro. Porque no es lo mismo dar clases hoy que haber dado clases en la década del ’70. Hay que tener en cuenta el tiempo histórico y los cambios culturales. Hay docentes que siguen trabajando de manera más tradicional, y son muy buenos, por eso no hay que rotular”.

 

Cómo encarar propuestas diferentes dentro de la escuela

“La transmisión de información no puede seguir siendo la finalidad de la escuela. Hoy la información el chico ya la tienen, porque puede acceder fácilmente e incluso de maneras variadas e innovadoras”, dice Silvia. Ante los problemas de deserción escolar, los déficits de atención, entre otros, sostiene que “debería ser una luz amarilla o roja que nos está diciendo algo. Porque por un lado, tenés a sector de alta vulnerabilidad social que no encuentran lugar en la escuela. Y por otra parte, a sectores que tienen acceso a mayores oportunidades incluso extraescolares, pero muchos de esos chicos, terminan en la psicopedagoga, en maestros particulares. Esto, a la escuela como institución, debería preocuparle”.

 

En ese sentido, Débora sostiene que “los cambios son el interior de la escuela pero siempre en el contacto con la comunidad. Por una parte, está la responsabilidad del docente de tener en cuenta distintas maneras de enseñar y la pluralidad en los modos de aprender de los niños. Las propuestas de aprendizaje colaborativo o pensamiento divergente están buenas y son válidas. Pero no son las únicas. Son solo una postura. Y el docente necesita más recursos. De cada alumno, hay que tener en cuenta de dónde viene, sus necesidades educativas especiales, buscar la forma de estimular y de motivar, que el aprendizaje le genere placer, que la realidad sea significativa. Los chicos son todos diferentes, cada uno tiene algo especial”.

 

En relación a los cambios, Seia opina que una de las cuestiones relevantes es la organización del tiempo y del espacio. “En España, hay experiencias exitosas de aulas multitareas, cuya particularidad es la distribución de los elementos dentro del espacio. Tienen libros, computadoras, mesas de trabajo, varios profesores y se trabaja por proyectos. Eso es una propuesta diferente a la escuela donde el timbre sigue sonando cada 45 minutos, los chicos tienen que estar sentados todo el tiempo en un banco y escuchando al docente”. A esto, agrega: “este cambio supone desarmar una manera de hacer las cosas, que está ligada a lo que uno aprendió, para armar otra propuesta. Algunos profesores a esto lo hacen, otros buscan mixturas y están quienes ni siquiera lo intentan”.

 

Por su parte, Torres asegura que “la estructura tradicional institucional, como así también dentro del aula, ya no se puede sostener. Porque es difícil sostener que un chico esté cuatro horas sentado mirando la nuca del compañero. Por eso es necesario pensar nuevas maneras. El aula tiene que ser un espacio de novedad, que los significados y los contenidos se puedan repensar. Y eso está relacionado a cómo se moviliza el conocimiento dentro del aula, tomando en cuenta qué traen los chicos desde afuera”.

 

 

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