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La poesía: “La palpitación irreductible de la especie”

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La poesía: “La palpitación irreductible de la especie”

Escribe Normand Argarate

El pasado jueves 16 de noviembre se presentó en la Usina Cultural el libro de poemas de Mario Moral titulado “Música fenicia”. La presentación estuvo a cargo de Dolly Pagani y en el encuentro el poeta leyó versos propios y de autores como Antonio Machado o Leopoldo “Teuco” Castillo, acompañado de músicos como Raúl “Kuki” Soria

La poesía persiste, horada el tiempo y los siglos, y acompaña al hombre como una sombra eterna. Tal vez por esa persistencia, esa voluntad de afirmarse más allá de las palabras, siempre permanece. Tal vez por esa misma razón que sentados en el café de la Medioteca podemos regresar a viejas conversaciones de hace 32 años atrás.

Moral ha regresado a la ciudad después de siete años y medio de ausencia. Radicado en las serranías cordobesas ha vuelto una vez más, para presentar “Música fenicia”, su último libro de poemas editado impecablemente por la editorial local El Mensú. Y al desandar el tiempo, recordamos que Mario pertenece a la generación de poetas que siguió a nombres como Horacio Roqué, Rosa Tejeda Vázquez de Theaux o la querida Dolly Pagani, quien presentaría el texto, con su clásico e inconfundible estilo, el pasado jueves en la Usina Cultural.

Mario Moral irrumpió en la escena local allá por 1970, en la “Antología de poetas noveles”, publicada por la Sociedad Argentina de Escritores y que reuniría a Malú Galíndez, Analía Bachianini, Andrés Schmidt entre otros. Posteriormente, en 1982, integraría la “Antología de poetas jóvenes”, publicada por el Fondo Nacional de las Artes y que significaría para la historia de la poesía villamariense un momento de cristalización generacional. Poetas como Alejandro Schmidt, Tessie Ricci, Omar Dagatti, María de los Angeles Fornero surgirían en ese momento. Esta publicación tuvo un poderoso efecto en el campo de lectura local, ya que estimularía el inicio de una etapa de publicaciones literarias. Durante los primeros años de los 80 comienzan aparecer diversas revistas, pero la primera fue “Luna Quemada”; para Moral, vivir aquella experiencia representó “el intento y la posibilidad de reunirnos, eran los últimos coletazos de la dictadura y de alguna manera era nuestra forma de resistencia”. Entre las anécdotas que recordamos está la carta de la última viuda de Felisberto Hernández, que enviara a propósito de un artículo publicado allí. Luego vendrían publicaciones en medios locales y nacionales como la revista “Nudos”, dirigida por Jorge Brega, hasta que en 1993 publica el libro de poemas “Sol de la sombra”.

Hacia 2002 dirige junto a Omar Alvez, Marcelo Dughetti, Angeles Demaria Y Gustavo Borga la revista literaria “La araña de carbón” que publica cuentos, poesía y ensayos. A la vez, Moral forma parte del canon literario local sostenido en “Historia de la literatura villamariense” (1991) y la antología realizada por la editorial universitaria Eduvim bajo el título de “Tinta de poetas” (2009). Hay que recordar también que Mario fue coordinador del Encuentro Nacional de Escritores realizado en 1997 y que junto a Marcelo Aranda y Kuki Soria presentaron “Se escuchan otras voces”, un ciclo que combinaba poesía y música.

-¿Qué es la poesía?- le pregunto entonces, después de desandar tantos años. “Te digo lo mismo que le dije alguna vez al poeta Darío Falconi, el corazón del universo”, me responde sin titubear y acto seguido enhebra con su entonación enfática y rítmica, una cadena de citas que comienza como un murmullo y va ganando intensidad: “…esa palabra calcinada… esa infinita riqueza abandonada… esas pequeñas islas en el océano infinito del silencio…”.

Mario Moral junto a Dolly Pagani, dos referentes de la poesía local

Entonces hablar de poesía es hablar de poetas después de un mutuo y distante conocimiento de 32 años, es convocar a Carlos Drummmond de Andrade o Raúl González Tuñón o Jaime Sabines. Volver una y otra vez a Gelman, como la marca identitaria de una generación. Cuando escucho leer a Mario, su expresiva sonoridad me recuerda la amplia respiración del verso de Neruda y cuando me detengo yo mismo en la lectura, en la mirada de la figura gráfica del poema, pienso en la muesca indígena, pero también surrealista, del Cholo Vallejos.

“Música fenicia” es “memorial narrado con sangre, pétalo y fuego por la lengua madre de la poesía”, nos dice el propio autor como conjurando ese universo de voces que lo habitan, sin renunciar a ese “encargo de conciencia” para denunciar las miserias de nuestro tiempo (“¿dónde su presente/ hace memoria”?). Es indudable que la poesía de Moral nos es propia, de alguna manera esa “voz no rendida” se “alimentaba/ de infinito de llanura”.

Voz que anima, que se vuelve animal; “ese otro animal/ que en dos patas/ oscurece/ oscurece/ hasta ser/ pedazos/ de una ilusión entera”.

Pasa el tiempo y como si no pasara, Mario Moral se aleja de la ciudad, pero sigue trabajando silenciosamente “en la penumbra sin tregua”, porque el poeta busca incesantemente aquello indefinible y que roza nuestra existencia como el sumo lenguaje. Al fin y al cabo, 32 años no es mucho, por ello y para prolongar este arte de las citas podríamos mentar al finado Pound diciéndole a Whitman que finalmente “haya comercio entre nosotros”.

 

Así escribe

Cielo

de las garzas,

emboscado vértigo.

¿Qué es este color?

 

¿Manjar o náusea?

 

Cielo

lavado celeste:

aire derramado

¿de júbilo o martirio?

 

El color: ¿es una sola cosa?

¿alimenta alguna singularidad?

 

Como chorro diluvial

detrás del arcoíris

el celeste rompe

cristales y palomas,

un perro enpajarado vuela

hambriento de hueso

de aire,

animal de hocico

de luceros.

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