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La Pulpería de la calle Federación

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La Pulpería de la calle Federación
Hipólito Yrigoyen sufrió, en su segundo mandato, el primer golpe contra un mandatario elegido por el voto popular
Hipólito Yrigoyen sufrió, en su segundo mandato, el primer golpe contra un mandatario elegido por el voto popular

Escribe Horacio Cabezas
Exintendente de Villa María
Especial para EL DIARIO

A mediados del siglo XIX la avenida Rivadavia de la ciudad de Buenos Aires, se llamaba Federación. Este relato se refiere a una pulpería que había en ella y lo que acontecía con la gente que allí habitaba o concurría.

La pulpería estaba a unas 25 cuadras de la Casa Rosada, en intersección con calle Matheu, en el barrio de Balvanera, a pocas cuadras de lo que es hoy la plaza Miserere y la Estación Ferroviaria de Once. A esa altura, la calle Federación, era simplemente el suburbio, los extramuros de la ciudad, las orillas, de ahí el mote de orillero que se daba a los que allí vivían.

Más bien era un camino, tal vez sería el camino real, pasaba, partiendo desde su inicio, por los barrios vecinos San Nicolás, Monserrat, Balvanera, Almagro, Caballito, Flores y, siguiendo el rumbo oeste, llegaba a Liniers.

La calle Federación era la más larga de la ciudad, tan es así que su recorrido se iniciaba en Plaza de Mayo y llegaba hasta la ciudad de Luján, con un recorrido aproximado de 80 kilómetros. Al construirse la avenida General Paz, de circunvalación, dejó de ser la más larga y fue superada por otras avenidas o calles.

La calle paralela a la calle Federación es hoy la calle Bartolomé Mitre, sobre la que se encontraba la iglesia de nuestra Señora de Balvanera, a la altura del 2400, es decir, pasando la calle Azcuénaga.

Haciendo esquina con Matheu, la calle Federación, al paso por la Pulpería, era simplemente un camino terroso, a cuyos costados se veían pocas y precarias edificaciones, bordeadas de tunales y otros espinillos.

 

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En la calle Federación, como digo, había una Pulpería. La Pulpería era una suerte de almacén y despacho de bebidas al que concurrían los parroquianos. Disponía para la venta todo tipo de provisiones para el consumo familiar. Los clásicos tacos de yerba, azúcar, fideos, arroz, polenta, velas de sebo, algún tipo de zapatilla, papel de armar y yesquero, jabón, alguna limeta de ginebra o aguardiente, odres de vino , aceites, vinos catalán. Rojo fuerte o sangrías, aceitunas con picante, chifles para agua, higos secos, plumas, y otros enseres. Salames, vinos en pipas o bordalesa, leña, una que otra tira de charqui. No faltaba por cierto, el tabaco. Para la ubicación de esta variedad de mercadería no había ordenamiento formal ni góndola, a veces todo mezclado. Ahí sí que se podía encontrar la Biblia junto al calefón.

La pulpería o taberna eran negocios de las orillas, con poca aceptación social. Por eso había un dicho “Pulpero y ladrón, parecen dos pero uno son”.

Allí se juntaban los parroquianos, orilleros, matarifes, desolladores, los trabajadores que operaban en los corrales de Miserere, que concurrían con su ropa de fajina, haciendo sonar orgullosamente sus espuelas, su cuchillo que portaban cruzando la faja o cinturón del lado de la espalda.

La conversación o jerga versaba sobre las riñas de gallos, las carreras cuadreras. Toda gente bullanguera. No faltaban el payador, los guitarreros y cantores. Siempre se mechaba con alabanzas a don Juan Manuel.   Afuera, aguardaban las cabalgaduras, en calles polvorientas, en las que se desplazaban los carruajes de trabajo. Sería tal vez un espectáculo rutinario y monótono.   Pero cuando empezaban los calores, se veía en la calle otra distracción. Eran las galeras descubiertas, en las que viajaban las niñas, luciendo sus bonitas sombrillas que hacían girar alrededor de su eje, a las casas de descanso que sus padres tenían en San José de Flores, en ese trayecto de sangre y polvo cuando no llovía, de sangre y barro cuando llovía. Al paso de esos carruajes, salían los parroquianos a la vereda y entre ellos y las niñas viajeras había intercambios de saludos con sonrisas respetuosas.

 

Leandro N. Alem

En esa Pulpería había nacido un chico en 1842. La situación de su grupo familiar resultaba para aquella época una posición desahogada en cuanto a la disposición de medios. El confort era por lo más rústico. El chico crecía en ese ambiente de desahogo económico, gozaba del cariño de los mayores y la tentación de los juegos, curiosidades y tentaciones propios de la niñez, para ese despliegue de la actividad infantil, el chico disponía de una gran amplitud de espacio ambiental digno de sus correrías. Llegó la edad escolar y el niño hizo sus primeras armas en las clases de enseñanza.

El chico portaba el nombre de Leandro N. Alem y eran sus padres don Leandro Antonio Alén y doña Tomasa Ponce. Don Leandro Antonio, era leal servidor de don Juan Manuel, de quien había recibido favores, como su nombramiento de agente de Policía, lo que se le presentó la oportunidad de ser amigo del coronel Ciriaco. Cuitiño. Se hicieron muy amigos.

Pero sobrevino un inconveniente grave para la salud de don Leandro Antonio. Empezó a sufrir enajenaciones mentales. Con motivo de esto, empezó la declinación del bienestar de su grupo familiar.

Con la caída del Gobierno de don Juan Manuel, la situación de la familia Alén se hizo insostenible. Fue sometido a proceso por los vencedores junto a Ciriaco Cuitiño, proceso que lo llevó a la ejecución y muerte afrentosa. El niño Leandro que apenas contaba con 10 años, tuvo la terrible ocasión de presenciar el fusilamiento afrentoso que fue lo que siguió.

 

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En la década del cuarenta, hizo su aparición en la pulpería un vasquito francés. Empezó a frecuentar el encuentro de los parroquianos que visitaban la Pulpería en horarios de la tarde, para tomar el trago y jugar al naipe.

Aunque analfabeto, era todo un personaje, locuaz, simpático, habilísimo en el manejo del naipe, presuntuoso, se hacía llamar por el apellido materno, Dodagaray, porque era más rimbombante. No se sabía de dónde venía. De su pobreza daban fe la humildad de su vestimenta y los pobres atavíos de su caballo.

Según versiones que se acuñaban en la misma pulpería, para algunos era arriero o trabajador en los corrales de Miserere, para otros era cuarteador y para otros, el oficio del vasquito era carrerito que operaba en el puerto, que se adentraba en el río para hacer el traslado hasta los muelles, de los viajeros que desembarcaban.

 

Hipólito Yrigoyen

No se sabe cómo empezó a festejar y conquistar a Marcelina Alem. Se casó con ella en 1847 y su matrimonio fue bendecido en la iglesia de Nuestra Señora de Balvanera. El vasquito y Marcelina fueron los padres de Hipólito Yrigoyen El nombre completo del Vasquito, era Martín Yrigoyen Dodagaray.

Hipólito Yrigoyen y su hermanita fueron bendecidos en la iglesia La Piedad, ubicada en calle Mitre entre Montevideo y Paraná.

La desgracia y afrenta entró en la casa de la familia Alén. Ante las penurias económicas, doña Tomasa debió emprender las tareas más humildes que le permitieran llevar la subsistencia para sus hijos. Hacía pastelitos. Su hijo Leandro, mayorcito de la familia, portaba en su canasta la humilde mercadería y la calle fue suya para lograr los recursos con la venta de esos pastelitos.

Pasando el tiempo y venciendo infinidad de dificultades, Leandro, ya jovencito, se había graduado de abogado. Si queremos admitir una ironía de la vida, es ésta. En el ejercicio de su profesión, generalmente en el trato con los pobres, éstos le pagaban los honorarios profesionales con pastelitos.

El chico se hizo un caballero de la vida y de la política, sufrió mucho, fue el fundador de la UCR a la que le dio la transparencia de su vida, con su altivez y su ideario. Se llamaba Leandro N. Alem y era tío de Hipólito Yrigoyen.

En tanto que Hipólito Yrigoyen, como hombre y político virtuoso y carismático, fue dos veces presidente de la República, en períodos no consecutivos. El 6 de septiembre de 1930, hace 86 años fue destituido por un irracional golpe de Estado presidido por el dictador José F. Uriburu. A partir de entonces se alternaron en el tiempo los sucesivos golpes de Estado hasta llegar a la dictadura genocida de 1976.

 

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