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Subí que te llevo

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Subí que te llevo

El plantel de Alem llega al estadio en moto y está lejos del divismo, pero deja una huella en pocos partidos. Lo importante es el camino

Escribe Juan Manuel Gorno

Como esos pibes que arman una banda callejera en moto, con el caño de escape limado, Alem hace bastante ruido por las calles.

En su regreso a un torneo afista después de más de 10 años, el León está puntero, marcha invicto en el Federal C y logró clasificar por primera vez a otra instancia en el plano nacional. Marcha sobre ruedas.

En moto también llegan sus jugadores a Plaza Ocampo cuando tienen que trasladarse para afrontar el partido como local.

Concentran durante la noche anterior en un hotel villamariense, se toman un tiempo después del desayuno, almuerzan juntos y arman una caravana mágica sobre las dos ruedas que bien podría el sueño de Nicolas Cage cuando protagonizó Ghost Rider, enfundado en fuego para batir a sus enemigos.

En la película, el “muchachito” -con rostro de reo y disfrazado para la ocasión- es un acróbata que firma un pacto con el ángel del demonio para tener poderes sobrenaturales y tomarse revancha, hasta que se pelea con el propio diablo para lograr su libertad.

Alem está lejos de las historias de Hollywood, pero tiene su propia moto encendida para recorrer caminos, lejos de las luces de la televisión que no muestran nada porque el fútbol Ferrari está empantanado.

Allá donde se pelean los gremialistas millonarios, los empresarios televisivos, los amigos del presidente y los caudillos del interior, no hay tiempo para escuchar los sonidos de las Biz, las Corven o las Zanella. Ni siquiera están conformes los que se suben a las 4×4 y asisten al estadio en micros último modelo. El combustible no les llega al bolsillo y, después de todo, “si la gente va a pagar, que se pague”.

En ese marco de negociaciones y partidos sobre los escritorios, lentamente, el fútbol denominado “grande” –que todavía no arranca- deja de ser para todos y pierde aceite por la propia miseria de sus conductores. Encima, mientras sus rutas parecen congestionadas y no tienen salida, queda la incertidumbre para lo que será el regreso: si pagamos 800 pesos por mes para volver a ver la acción, ¿dejarán de pensar en China los pibes apenas meten un gol que se embellece por el HD? ¿Será el profesionalismo más profesional porque aparece por un canal extranjero? ¿Al fin ganarán menos partidos los más chicos, como manda el señor rating?

Demasiado humo neutraliza al opio de los pueblos. Mejor mirar hacia adentro y volver a las fuentes.

Volvamos a los pibes que van en moto a la cancha, los que van a laburar en la semana y desafían los 40 grados de sensación térmica para vestirse rápido, ponerse los botines y presentarse a las prácticas. Esos tipos que se acostumbran al amateurismo, pero tratan de ser lo mejor profesional que les salga, incluso cuando saben que van a cobrar si la gente es numerosa en las tribunas, es decir, si los resultados acompañan.

Pueden ser algunos de Alumni o de San Lorenzo de Las Perdices, da lo mismo porque la realidad no los cambia; al contrario, ellos (los jugadores) son quienes están obligados a cambiar la realidad de un club. Y así tratan de hacerlo en Alem aquellos que se trasladan en banda hacia el estadio, haciendo paso entre los autos.

En un país donde cuesta cada vez más juntar el mango, los muchachos obligaron a mucha gente a contabilizar los 400 pesos (100 por semana) que se necesitan “por pera” para ver al equipo en la Placita. Y en sólo cuatro domingos, como Ghost Rider con el diablo, hicieron un pacto que sirvió para dejar una huella y seguir el camino.

Podrán continuar hacia otros horizontes o tal vez se queden sin nafta en el territorio cordobés, pero lo importante es que la huella no se borra.

Lo puede contar el histórico Cristian Agosto, quien el año pasado se fue del club con una frase que golpeó al corazón del futuro: “A los pibes hoy no les importa, les da lo mismo”, se quejó el defensor, triste porque una gran tanda de juveniles que venía detrás tenía más pasos de boliche que de entrenamiento.

Por entonces, el León jugaba en la Liga, ganaba poco y se reducía a un club con más historia que presente. Sólo algunos “sobrevivieron” hasta que les dieron la oportunidad de levantar las banderas de Alem en el plano nacional y de convertirse en espejos de esos pibes que hoy sueñan con hacer un gol como el “Lanita”, como seguramente los de antes soñaban con seguir los pasos del Chopo Morales… Quizás no sean sueños enormes, pero no dejan de ser valiosos. Son sueños que traen aire fresco y que obligan a mantener un equilibrio, como yendo en moto.

 

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