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Tallada en piedra… y beldades

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Tallada en piedra…  y beldades

En la plenitud de las sierras puntanas, la hermosa aldea muestra una arquitectura muy especial, y espléndidos paisajes rocosos. Paseos por la antigua mina de oro y las Cuevas de Inti Huasi


Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO

Feliz es el viajero que descubre alguno de los varios tesoros que San Luis guarda en las alforjas. Entre ellos, La Carolina. Un bello y particular poblado situado apenas 80 kilómetros al norte de la capital puntana, entre cadenas montañosas de fuerte carácter y seductoras siluetas que bañan a la vecina provincia por varios frentes. En este caso, en el corazón mismo del distrito, uno de los más poéticos y paradójicamente menos explorados del territorio nacional.

Allí, en ese contexto privilegiado, la localidad muestra un paño bien distinto a lo ya conocido, con calles peinadas de adoquines, y casas que, en su inmensa mayoría, tienen a la piedra como protagonista, ya sea en la esencia de los muros o en la pura fachada. Sólo eso alcanza para agradecer la visita, pero no: hay bastante más por revelar en este rincón perdido del mapa argentino.

Ejemplo de ello son las antiquísimas minas de oro (en torno a las cuales se fue haciendo el lugar, de la mano del Marques de Sobremonte, allá por finales del siglo XVIII), la encantadora iglesia local (hecha en piedra, obvio), los cerros circundantes (que invitan a la caminata, como en el caso del Sololasta y el Tomolasta), el paso del Río Trapiche y las escapadas a divinos fenómenos naturales e históricos, las Cuevas de Inti Huasi entre ellos.

 

Hacia los túneles

Luego de apreciar como se debe el marco arquitectónico (que en días nublados e incluso lluviosos adquiere una mística especial, y que nos remonta a las aldeas vascas, gallegas y asturianas del norte de España), el viajero va derechito a las famosas minas de oro.

Tan atractivo resulta el paseo, que compañías y guías locales prestan servicios diarios con guías autorizados para recorrerlas. Son excursiones que duran una hora, y que comienzan en el corazón mismo del pueblo. A apenas 10 minutos a pie desde el “centro”, los foráneos ingresan a túneles que llegan a extenderse por 400 metros.

Adentro, los guías explican de la riqueza dorada que supo brotar generosa de la roca, de las particularidades de estalatitas y otros fenómenos cavernosos, y de la ingrata labor que debieron realizar aborígenes de la zona esclavizados durante la época de apogeo.

 

Postales de película

Ya saliendo de los límites del pueblo, algunos carteles hacen saber de la tradición cinéfila de La Carolina. Locación donde se filmaron y se filman varias películas, entre ellas la taquillera “Iluminados por el Fuego (que relata parte de la triste historia de la guerra de Malvinas).

Con todo, lo que más destaca son los hermosos paisajes que reparten las Sierras Grandes de San Luis, adornadas en trechos por pinos, cipreses, abedules, cedros, nogales y piedra, piedra, mucha piedra. Para más espectaculares y desoladas postales de altura (la Carolina esta parada a 1.600 metros sobre el nivel del mar), la recomendación obligada es dirigirse al Cerro El Amago. Con rumbo norte, la asfaltada propuesta viene con pastizales, rocas enigmáticas, vacas pardas, y un caracol que en bajada conecta con el municipio de San Francisco del Monte de Oro y su dique.

Similar en esplendores, la ruta hacia las Cuevas de Inti Huasi permite apreciar valles y colosales y pelados morros de piedra (faltaba más). Entonces, tras 15 kilómetros de marcha desde La Carolina, aparece ella. Una descomunal caverna que corporiza uno de los sitios arqueológicos más deseados por investigadores de todo el mundo. Adentro, pictografías de aproximadamente 8.000 años de antigüedad, obra de los primeros aborígenes asentados en la región, le pone la guinda a un viaje vital.

RUTA alternativa
Doñas Petronas

Por el Peregrino Impertinente

Las Torres Petronas, o “Petronas Tower”, como le dicen los anglosajones y los hispanohablantes muy pero muy picantes y muy pero muy garcas, son unos edificios emplazados en Kuala Lumpur. Una ciudad con nombre de bar alternativo para clientes que se piden una cerveza, la hacen un rollito y se la fuman, y que hace las veces de capital de Malasia.

Allí, en el corazón de la populosa urbe del sudeste asiático, las construcciones deslumbran al viajero. Se trata de dos moles gigantescas, cuyos más de 450 metros de cemento, acero y vidrio (“que lindo para hacerse un guiso” dijo el Pitty Alvarez), le sirvieron para ser por mucho tiempo el/los edificio/s más alto/s del mundo/mundial.

Hoy, el puesto de honor le corresponde al Burj Khalifa, situado en Dubai. Con todo, las Petronas continúan luciendo el título de torres gemelas más altas del planeta “Gracias a Dios y a la Virgen de Sandokán que Bin Laden está tocando el arpa” dicen los dueños de la estructura, y los de la compañía de seguros.

Pero no solo la altura es lo que destaca en esta fabulosa obra de la ingeniería, nacida del talento del arquitecto argentino César Pelli. La belleza también está presente en el diseño, a partir de una base octonaria que remite sutilmente al estilo islámico clásico, salientes circulares en los frentes y el icónico puente que une a los dos colosos. “Claro, claro”, miente el lector tratando de hacerse el ilustrado, mientras en el Google teclea “octonario”, “saliente” y, ya que está, “pornografía malaya”.

Las vistas que se obtienen desde las cimas (localizadas en el 88° piso) son impresionantes. Las ganas de devolver la mezcla de arroz con vaya a saber qué que los mareados turistas se clavan en el Restaurante “Nos vemos a la salida” antes de subir, también.

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