Hace 10 años no lo podíamos creer. Abríamos las ventanas, veíamos los patios, las calles; salíamos a la vereda, y no lo podíamos creer. Era nieve, sí, era nieve, acá, en Villa María, donde muy pocos memoriosos podían acreditar que alguna otra vez, antes, mucho antes, algo así había ocurrido.

Los demás, apenas si atinábamos a buscar la cámara de fotos o el mejor abrigo que encontráramos a mano y abríamos la puerta para ir a jugar. Aquel día de la Independencia iba a quedar grabado de manera indeleble en la memoria de los villamarienses, no “a fuego”, sino “a nieve”. Aquel día de la Independencia todos fuimos niños aunque sea por un ratito, todos nos quedamos con la boca abierta, como papando moscas, ante esa ofrenda de la Naturaleza, ese capricho meteorológico, ese ensueño blanco, blanco, tan blanco que parecía irreal.

Diez años, parece mentira ¿no? Tantas cosas han pasado, tanta agua se llevó el Ctalamochita que hace una década era nuestro río, pero era como otro río. Aquella nieve del 9 de julio de 2007 se parecía bastante a la Independencia, porque nos unió a todos, al menos por un día, todos los villamarienses fuimos uno bajo los copos, sobre esa especie de espuma fría que fue bandera, helado, pan compartido, misterio, inspiración, miradas cómplices, un gesto común. Aquella nieve nos unió a todos y nos dejó algo en común, que ya no podemos tocar, pero sigue siendo nuestro, como la Independencia.

¿De qué color es la esperanza? Blanca, como la nieve. Por eso, desde hace 10 años, cada 9 de julio, los villamarienses, algunos en secreto, otros abiertamente, salimos a mirar el patio, la calle, el río, las plazas, con la esperanza de que vuelva a nevar. ¿Nevará? Dicen que va a nevar… Y si no nieva, nos contentamos con el recuerdo, pero con la absoluta certeza de que la nieve, es posible.

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