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“Cuando llegué, Villa María se parecía al lejano oeste”

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“Cuando llegué, Villa María se parecía al lejano oeste”
“Ni bien llegué me agarraron ganas de irme”, aseguró, quien finalmente eligió quedarse para siempre

Escribe Pepo Garay ESPECIAL

A sus 86 años, es uno de los pocos italianos que quedan con vida en la región. Los recuerdos de su Trieste natal, del viaje que lo trajo a Argentina y de su arribo a la ciudad, allá por la década del 50

“Ni bien llegué me agarraron ganas de irme”, aseguró, quien finalmente eligió quedarse para siempre

-Felice, cuéntenos algo de sus orígenes, de su añorada Italia.

-Nací el 3 de abril de 1930 en Trieste, en la región de Friuli – Venecia Julia, muy cerca de la frontera con lo que hoy es Eslovenia, en el noreste de Italia. Allí fui feliz, en una ciudad viva, cruzada por varias culturas de Europa, como alemanes, griegos, turcos y balcánicos. También me gustaba ir al campo o a la montaña y disfrutar del canto de los pájaros y bañarme en el mar Mediterráneo. En Trieste aprendí el oficio de la carpintería, ya a los 10 años. Lo malo fue que cuando tenía 12, la maldita Segunda Guerra Mundial se llevó a mi mamá Giovana.

-De la infancia feliz a la guerra, sin muchas escalas.

-Sí, fue triste. Quedamos solos con mi hermana María, resistiendo. Hasta los 19 viví allí, trabajando con la carpintería, hasta que se dio la posibilidad de venir a la Argentina gracias al contacto con familiares y amigos que ya estaban en estos pagos.

-Coméntenos de ese viaje tan especial.

-Fue en el año 1949. Partimos del puerto de Génova junto con mi hermana María, mi cuñado Mario y mi sobrina Catia, que apenas tenía 3 años. Tras varias semanas de viaje llegamos a Buenos Aires. Resultó toda una aventura, yo era un muchacho joven y me sorprendía el tamaño de ese barco, la cantidad de gente. Una experiencia gratificante, por lo que significa atravesar el mundo en un barco de esos, el viaje hacia lo desconocido, hacia la oportunidad de venir a tierras mejores.

-¿Tan mal estaba la cosa en Trieste?

-Tampoco era un caos absoluto, la guerra ya había pasado. Pero es verdad que no se vivía bien y Argentina se presentaba como una tierra de oportunidades. Yo ya tenía familiares y amigos por aquí, como le decía, como tantísimos otros italianos.

-¿No sintió miedo antes o durante el viaje?

-No, porque para nosotros era una alegría trasladarnos a un lugar para vivir mejor. Significaba un progreso en nuestras vidas, después de la guerra y de la situación que se vivía en Italia. Para las personas de mayor edad era más duro. Para mí no, yo era joven y estaba contento de empezar algo nuevo.

-¿Qué más recuerda del viaje en barco?

-Recuerdo que se llamaba Santa Cruz; era inmenso. Sé que fueron 22 días completos de viaje, imagínese. Había gente que no la pasaba tan bien porque esos barcos se mueven mucho en alta mar. Las comodidades no eran tantas, pero la verdad es que yo me divertí muchísimo. Incluso ahí me hice amigo de Arturo Botero, a quien volví a ver acá y fuimos muy amigos.

-¿Cómo fue llegar al puerto de Buenos Aires?

-Bueno, era el fin de la aventura del viaje y el comienzo de una nueva vida. Recuerdo que era un caos, había mucha gente, muchos italianos, veníamos de a montones de allá. En Buenos Aires estuve poquito tiempo, ya que mi destino era Rosario. Había hecho unos contactos con gente de Trieste que estaba allá para trabajar en una fábrica de muebles. Pero no me gustó, sobre todo el trabajo en ese lugar, y entonces surgió la posibilidad de venir a Villa María.

¿Cuáles fueron sus primeras sensaciones al llegar a nuestra ciudad?

-Ni bien llegué, me agarraron ganas de irme. Era todo tan rústico, tan vacío. Unas calles larguísimas y polvorientas, un viento tremendo, alrededor campo y más campo, ¡parecía el far west, el lejano oeste!

-¿Muy distinto a Trieste, verdad?

-¡Claro! Trieste era una ciudad, no muy grande, pero ciudad, con movimiento. Aparte allá yo tenía las montañas, el mar. Encontrarme con esos paisajes fue difícil, me quería volver.

-¿Y entonces?

-Y entonces me fui adaptando, de a poco. La salvación fue empezar a conocer muy buena gente rápidamente, italianos, españoles y criollos, de todo. Esa fue la clave, empezar a socializar, a juntarnos desde temprano, a hacer grupo. Vivíamos en el barrio Rivadavia, sobre la calle Malvinas Argentinas. Empecé a trabajar en una fábrica de muebles en la calle Buenos Aires y cuando cerró, me fui a la mueblería Serrano. Pero siempre tuve la idea de hacer algo propio y así formamos la fábrica de muebles La Internacional, junto con otro italiano, un polaco y un argentino, todos amigos. Ya después me puse mi propia carpintería. Allí hice, por ejemplo, las góndolas para Baudino, que fue el primer supermercado que hubo en Villa María.

-Pero no todo habrá sido trabajo en esa época. ¿Qué otros recuerdos tiene?

-Teníamos mucha vida social, muchas reuniones entre amigos, bailes, muchas salidas. Un clásico era ir al “Copetín al Paso”, que estaba en la esquina de Corrientes y San Martín, cuyo dueño era Pierino Gardella, también italiano. Ahí hacíamos tiempo, tomábamos, picábamos algo, charlábamos, viendo a la gente hacer la “vuelta del perro”. Tipo 10 de la noche nos íbamos a algún baile, que en esa época duraban hasta las 2 de la mañana. Al terminar nos íbamos a Palevich a comer un sándwich, tomar un vaso de vino y hablar tonterías con los amigos, entre ellos, el querido Piero Bianco. Esas décadas del 50 y el 60 fueron hermosas.

-Siempre rodeado de italianos…

-De italianos mayormente, aunque, como comentaba antes, de argentinos también, incluso de personas de otras nacionalidades. En fin, todos muy unidos. Cantábamos, tocábamos instrumentos, a mí siempre me gustó la música: toco la armónica, el acordeón y el órgano. La música me encanta, es algo que viene con nosotros. Después ya me casé con María del Carmen Zianichelli, con quien todavía compartimos la vida. En un momento nos mudamos a Villa Nueva y ahora estamos en barrio Rivadavia de vuelta.

-Usted lleva más de 60 años viviendo en Villa María. Aparte de lo que nos contaba sobre su llegada, ¿nunca más le dieron ganas de regresar a Trieste?

-Mayormente no. De cualquier forma, viajé cuatro veces para visitar la ciudad, me sentí muy emocionado cada vez que fui, ver las montañas y el mar, vivir los recuerdos de la niñez. La primera vez fue en 1992 y la última en 2013. Ha cambiado mucho, ahora todo está más industrializado y se han perdido muchas costumbres, el respeto, la unión de las familias. Pero la esencia sigue estando, esa mezcla de culturas, el andar en bicicleta, el contacto con el mar, comer calamares, anchoas, pulpos… Bonito todo aquello. Igual, mi lugar en el mundo desde hace tiempo es Villa María. Una ciudad que me encanta, que es muy linda, que es mi casa y que está repleta de gente maravillosa.

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