Cultura animal

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Cultura animal

En Polaroid, los propietarios consideran a un viejo gato como el verdadero dueño del lugar. Entre las bandas y diferentes manifestaciones de arte, pasan también los perros, todo con el visto bueno de los jóvenes que asisten al lugar

Entre tantas definiciones de la palabra “Cultura”, a lo largo de la historia, una indica que tiene que ver con “patrones de comportamiento transmitidos socialmente que sirven para relacionar a las comunidades humanas con sus marcos ecológicos».

Esta definición relaciona al comportamiento cultural con el entorno y remarca que la cultura se refleja en muchos aspectos de nuestra sociedad y que se ha convertido en una forma de adaptación al propio entorno.

Parte de esta gloriosa cultura se respira en Polaroid, el bar que se encuentra en la calle Mendoza al 534. Allí no solo desfilan las bandas de música independiente, sino también se dictan talleres de pintura y cerámica, se promueven obras de arte y se extienden sin obstáculos las tertulias, esas que son sagradas en la cultura popular argentina. Y para completar el combo de la evolución con el marco que nos rodea, está el respeto irrestricto a los animales. De hecho, el lugar, que pasó por manos de diferentes propietarios, tiene un solo “dueño”: un gato.

Blanco y radiante, con pintitas color marrón, el felino vivió allí desde que la vieja casona dejó de ser una casa, por lo que conoció a todos sus habitantes, transeúntes y noctámbulos, muchos de los cuales le dan el cariño necesario para que nunca deje su lugar de privilegio.

 

Pola o Frida

Es tanto el misterio sobre sus inicios que nadie sabe su verdadero nombre. Algunos lo llaman Pola, otros Frida (aunque sea macho), pero los actuales propietarios del lugar prefieren respetar la ignorancia sobre su bautismo.

“No tiene nombre, pero es el dueño del lugar, sin dudas”, dice Guillermo Sánchez, uno de los propietarios. Y cuenta que los tres que compraron el bar, hace dos años y medio atrás, decidieron conservar el idilio del gato con su lugar.

Dicen que Pola (por lo pronto lo bautizamos así, para referenciarlo) llegó un día cuando Juan Pablo Amante decidió abrir el bar como casa de arte, con el nombre de Bau Haus.

El multifacético actor villanovense entendió que el felino era parte del lugar y desde entonces también respetó su espacio. Y lo mismo hizo Marina Bossa cuando el bar se transformó en Polaroid.

“Un día llegaron varios extranjeros y se sorprendieron con el gato, le ponían los vasos de fernet al lado y se sacaban selfies”, cuenta Marina, quien recalca que el animal “vive como en el paraíso, por el patio que tiene allí, pero también al lado, en la Escuela Bianco”.

 

Pegadito a los tragos

Una pequeña zona donde comienza la barra es el sitio ideal para el gato. Allí pasa sus largas noches, soñando en un silencio interno que no se rompe siquiera con la música amplificada, con los parlantes a su lado, mientras despierta las caricias de quienes se acercan a pedir un trago.

Guillermo dice que la “gente se queda enamorada del gato; lo ven tan peludo y grandote que es inevitable acariciarlo”.

“El loco está ahí y duerme bastante, se deja acariciar y no le molesta la gente, para nada”, agrega.

Pola suele perderse por el patio, donde alguna que otra vez ha cazado una paloma, pero como todo gato, su pérdida en soledad tiene fecha de vencimiento permanente y casi siempre regresa al lugar donde es feliz.

Se lo ha visto también tirado en la vereda, viendo pasar presurosos a los perros del barrio y a los autos por la transitada calle, a la vez que otea a los niños de dentales blancos que reciben el beso rápido de mamá antes de entrar a clases. El gato es parte del paisaje, un clásico del lugar.

 

Amores perros

“¡Ciudades, las mil y una posibilidades!”, canta la banda Toch, sobre el escenario, mientras la verdadera chance se le presenta a un perro callejero que pasa entre dos clientes y se refugia cerca de un sillón, combatiendo las bajas temperaturas.

La imagen se repite en diferentes noches porque los perros, más allá de Pola, también se sienten queridos entre los jóvenes en el bar de calle Mendoza.

“Son del barrio, vienen, están un rato y se van, aunque también están los que piden entrar para dormir la siesta”, cuenta Guillermo.

Parece mentira, pero en pleno 2017, resulta difícil encontrar esta apertura a los animales en algunos espacios de entretenimiento. Hay quienes sostienen que los perros “molestan” o que “arruinan la imagen del lugar”, como si fuera una sentencia previa a un tema que nunca fue puesto en juicio.

Sin embargo, en el caso de Polaroid la situación es más natural, de naturaleza viva.

“Desde que compramos el lugar, una sola vez vino una señora y se quejó de un perro que estaba a su lado, pero acá pasa todo lo contrario; son todos queridos, reciben el cariño de los clientes y están piolas”, afirma Guillermo. De hecho, hasta hay jóvenes que -de vez en cuando- asisten con su mascota. Todo es parte de una cultura, bien entendida.

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