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De tarantela y tarántulas

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De tarantela y tarántulas

Por el Peregrino Impertinente

Además de la manía cambiar de presidente cada cinco o seis días, los italianos se caracterizan por la defensa inquebrantable de sus múltiples tradiciones. Esas que supieron repartir por el mundo con enorme orgullo y notable éxito. Sobre todo en nuestra América: desde la Pampa Húmeda, fecundada con costumbres rurales y nostalgias de la patria peninsular, hasta las grandes urbes estadounidenses, donde varios grupos de dudosa ética dejaron bien en claro que la pasta se come todos los días, la familia se respeta a rajatabla, y los cadáveres de los enemigos se descuartizan en ambientes amplios y ventilados.

Lugar privilegiado en ese portfolio simbólico ocupa la tarantela. Célebre danza originaria del sur del país, que consiste en movimientos frenéticos y alegres, y que los hijos de “la bota” supieron divulgar allí donde fueron. Un baile extraordinario, casi tanto como el que semanas atrás se comió Argentina en Brasil, mientras Di María ponía cara de “Tengo menos alma que Dujovne”.

El dato curioso de la tarantela es la forma en que nació, y por la que recibió bautizo. Allá por el siglo XVII, cuando en el sur europeo había más hambre que en casa de facturante municipal, comenzó a extenderse una peculiar idea. Ante las comunes picaduras de las tarántulas, sicilianos y calabreses (entre otros), concluyeron que el mejor remedio para expulsar el arácnido veneno era moverse sin parar. “Miserables, como no me avisaron antes”, dijo Peter Parker, podrido de las telarañas, de Nueva York, del Duende Verde, del Doctor Octopus, de Marvel y de la madre que lo parió.

 

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