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El día que mataron a Bonavena y Galíndez se llenó de gloria

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El día que mataron a Bonavena y Galíndez se llenó de gloria
El robusto boxeador de Parque de los Patricios, era amado y odiado por su particular personalidad

Hace 40 años, dos hechos ocurridos un 22 de mayo de 1976 quedaron marcados en la historia del boxeo argentino. En Reno, Nevada, era asesinado Oscar Natalio Bonavena; y en Johannesburgo, Sudáfrica, Víctor Galíndez defendía su cetro en un combate con ribetes épicos. El campeón se recibió de ídolo en aquel combate. Por otra parte, el sepelio de “Ringo” se convirtió en la una concentración multitudinaria, en medio de un país que hacia dos meses vivía la represión de una dictadura cívico-militar

El robusto boxeador de Parque de los Patricios, era amado y odiado por su particular personalidad
El robusto boxeador de Parque de los Patricios, era amado y odiado por su particular personalidad

Oscar «Ringo» Bonavena, uno de los boxeadores símbolo de la Argentina en la década del 70, fue asesinado por un matón a sueldo un sábado 22 de mayo de 1976, en la ciudad de Reno, Nevada, Estados Unidos, lo que representó una noticia estremecedora para el país en una histórica jornada gris y de lluvia en Buenos Aires.

«Lo mataron a Ringo, lo mataron de un balazo», era el comentario que circulaba en cada rincón porteño después de que se accionara el rifle Winchester calibre 30-30 de manos de Willard Ross Brymer, quien recibió órdenes de un ganster llamado Joe Conforte, el dueño del prostíbulo Mustang Ranch de Reno.

Mientras eso sucedía, a unos 20 mil kilómetros de distancia, en Sudáfrica, el recordado relator de boxeo Osvaldo Caffarelli transmitía por Radio Rivadavia cómo otro grande del ring, Víctor Galíndez, combatía a todo coraje contra Ritchie Kates, defendiendo el título mundial medio pesado.

De pronto se hizo un silencio en medio de la transmisión radial: «Tenemos que informar que ‘Ringo’ Bonavena murió hoy en Nevada; estamos todos consternados, esperamos que haya más precisiones al respecto», dijo Caffarelli, con la voz entrecortada por la emoción.

Ese día de mayo no fue una tarde más. Los argentinos venían recibiendo golpes bajos con asiduidad. Dos meses antes un grupo de militares había derrocado al Gobierno de María Estela (Isabel) Martínez de Perón usurpando el poder constitucional e instalando en la Argentina un reinado de terror.

Eran las 6.20 en la costa oeste de Estados Unidos cuando un disparo traicionero de un matón acertó al pecho de «Ringo» Bonavena, provocándole la muerte instantánea a los 33 años.

El argentino vivía en una casa rodante cercana al Mustang Ranch, un burdel situado en las afueras de Reno, propiedad del matrimonio Joe y Sally Conforte. La mujer era «mánager» de la ya declinante campaña boxística de Bonavena.

Las relaciones entre el boxeador argentino y la señora Sally no eran del agrado del mafioso Joe, quien junto al sheriff del lugar, Robert De Carlo, le había sugerido a «Ringo» que se alejara del Mustang para evitar mayores complicaciones a la ya deteriorada relación de los esposos Conforte.

Bonavena era un ídolo con todas las letras, grande de cuerpo, de voz finita, aprendiz de cantor, bueno con los amigos y   noble de corazón. Cuando su estrella se iba apagando se fue a los Estados Unidos, camino a su ocaso boxístico.

Entre sus 67 peleas -con 57 triunfos, nueve reveses y un empate-, quedará en el recuerdo la noche del 7 de diciembre de 1970, en el Madison Square Garden de Nueva York, donde cayó en el 15to. round ante el gran Muhammad Alí, a quien llegó a tenerlo a su merced en el décimo round a quien hasta se dio el gusto de llamarlo «gallina» antes del combate.

Las aproximadamente 150 mil personas que despidieron a «Ringo» una semana más tarde de su muerte, poblando las inmediaciones de un Luna Park que pocas veces en su historia se vio tan triste, ratificaron el cariño hacia el hombre que irritó al mismísimo Alí y que inmortalizó las ravioladas televisadas del domingo junto con su madre, doña Dominga.

El 4 de septiembre de 1965, Bonavena le arrebataba la corona argentina de los pesados al sanjuanino Gregorio «Goyo» Peralta, en una noche inolvidable para la historia del boxeo argentino, en la cual 25.236 espectadores marcaron un récord inigualable de concurrencia hasta el momento para el mítico Luna Park.

Bonavena venía masticando bronca contra el ya consagrado Peralta, quien cuando tenía que pelear por el título mundial medio pesado ante Willie Pastrano, un año antes en Nueva York, el sanjuanino le había rechazado a «Ringo» una propuesta para ayudarlo como sparring para la preparación previa de ese combate.

Peralta, en esa oportunidad -dicen algunos-, habría manifestado: «Este quiere hacerse famoso a costilla mía, que vaya a laburar».

Por eso, de allí en más, Bonavena juró vengarse en el ring el supuesto desplante del sanjuanino, y lo hizo con un triunfo legítimo por puntos sin dejar dudas.

«Si no gano, me tengo que exiliar», había dicho Bonavena al llegar al estadio y contemplar una verdadera multitud que en su mayoría aclamaba a Peralta, quien era el favorito natural para quedarse con el combate.

El inefable «Ringo» no se achicó ante esa responsabilidad y, ya en los camarines, irrumpió en el vestuario de Peralta, dándole un empujón a la puerta y gritarle al sorprendido Goyo: «¡Buuuh! Vas a pelear contra el cuco, te voy a arrancar la cabeza!», dijo en tono burlón Bonavena.

Ahora «Ringo» y su duende habitan en el Parque de los Patricios. Un rústico monumento de granito que fue inaugurado el 11 de octubre de 2003 por sus familiares y amigos frente a la sede de su Huracán querido.

 

Bonavena en la Estación de Servicio de Alem y Santa Fe. Atrás el viejo “Edificio Botta”
Bonavena en la Estación de Servicio de Alem y Santa Fe. Atrás el viejo “Edificio Botta”

En 1965 visitó y cantó en Villa María

Un domingo de fines de 1965, Oscar Bonavena llegaba a Villa María. Hacía poco más de dos meses (4 de septiembre) que había derrotado en el Luna Park a Gregorio Peralta y apoderado de la faja nacional de los pesados.

Por entonces la ciudad “tenía 50 mil habitantes, pocos días antes había empezado a funcionar el Mercado de Abasto en su actual lugar y se estaban limpiando los terrenos para comenzar a construir los primeros edificios en altura que tendría la ciudad, los “Monoblocks”, obra que se iniciaría el 15 de enero de 1966, y hacía poco que la calle Paraguay había cambiado su nombre por el de Amadeo Sabattini. Bonavena llegó para actuar en “Ronda Juvenil”, un espacio que marcó toda una época en la ciudad”, le contó a EL DIARIO, el historiador Rubén Rüedi.

Ese 30 de noviembre de 1965, (fecha que aporta el mismo Rüedi), Bonavena llegó a la Estación de Servicio de Alem y Santa Fe, al lado de la popular concesionaria Ika-Renault de esos tiempos, Fenesy Berrini.

La leyenda popular cuenta que llegó con su Rambler, y se sacó una foto con varios fanáticos. Un dato que no pudo ser comprobado como auténtico, cuenta que en ese momento, por problemas con su Rambler (estaría fundido) adquirió un flamante Torino. Aunque deja duda su veracidad, ya que el primer “Toro” salió de fábrica un año después.

Luego se dirigió al Club Sparta, donde actuó en “Ronda Juvenil” y cantó el hit “Pío Pío Pa”.

Esa tarde actuaba la orquesta tropical “La Charanga Antillana”. Juan Carlos Bertorello, integrante de aquella orquesta que marcó una época, le contó a EL DIARIO “Bonavena llegó al Sparta y creo que estaba todo preparado. Vino a presentar su disco. Traía un máster con la música, lo que ahora sería una pista y cantó. Se mostró como un buen tipo, bonachón. Se cagaba de risa, Creo que sabía que era malo cantando, pero la gente lo seguía igual. Conversó con nosotros un rato. Era un loco lindo, como se dice”.

“Nuestra orquesta era de música tropical, un poco imitación de los Wawancó, nos iba bien y solíamos tener cinco presentaciones en una misma noche. Por ejemplo, en Córdoba. tocábamos en una misma noche en el Club Sirio Libanés, Ciudad Universitaria, Deportivo Central Córdoba, Atenas y Alas Argentinas”.

“La Charanga Antillana”, era una orquesta integrada por Alberto “Flaco” Dallaglio (piano), “Choli” Soria (viola), Miguel “Cordobés” López (timbaletas), exjugador Alumni en fútbol y de Ameghino y Central Argentino, en básquet; Juan Carlos Bertorello (tumbadoras), Víctor Hugo Bertorello (bajo eléctrico) y cantaban el doctor Carlos “Pocho” Videla (ya fallecido) y Alberto “Gringo” Ricciardi.

 

p61 foto 1 cambiaUn guapo abajo y arriba del ring

Escribe: Emilio Coppolillo Bianco

«Le advertí que si aparecía por el Mustang Ranch, no respondería por su seguridad», dura e impiadosa, esta fue la advertencia de Joe Conforte, dueño del prostíbulo Mustang Ranch, que Oscar «Ringo» Bonavena desoyó y que le costó la vida en Reno, capital del estado de Nevada, hace 40 años, más precisamente el 22 de mayo de 1976.

El testimonio, ineludible para reconstruir la historia del asesinato del más grande peso pesado que dio la Argentina y uno de los boxeadores criollos más populares por su carisma y su coraje arriba y abajo del ring, corresponde a Juan Abraham Larena, único periodista argentino que cubrió el fatal desenlace de «Ringo» y que logró concretar una entrevista con Conforte casi 24 horas después del crimen.

El impacto que causó la muerte de Bonavena excedió lo deportivo, al punto que en la Argentina la concurrencia a su velatorio superó las 100.000 personas que desafiaron el estado de sitio por entonces imperante.

Y no lo fue menos en Estados Unidos, país en el que siempre se hizo hincapié en los lazos dudosos entre el boxeo y el submundo de las apuestas entre las décadas del 30 y del 50, los que con el correr del tiempo fueron desplazados por el imperio de la televisión paga y los lujosos casinos de Las Vegas, Atlantic City (actualmente una ciudad fantasma) y más recientemente Macao.

Pero la cita de Bonavena con su trágico final no fue producto de una casualidad y tuvo un contexto que Larena, hoy por hoy el más avezado relator de boxeo de habla hispana del mundo, narra a Télam de esta manera: «Ringo había aterrizado en Reno con la supuesta idea de continuar su campaña, aunque en el ambiente muchos sabían que su dedicación al gimnasio era cada vez más dudosa. Su conexión fue el propietario de una estación de servicio que, por no tener los suficientes fondos, le pidió que lo bancara Conforte, quien terminó comprando el contrato, con su esposa Sally como mánager oficial» .

«En pocos días la simpatía de Ringo conquistó la atención de Sally, algo que no pareció molestar al marido (más interesado en chicas jóvenes) y que de por sí ni pensó en un romance entre el corpulento pugilista y una mujer que, apoyada en un omnipresente bastón para compensar la renguera, parecía diez años mayor de los 59 que acusaba», prosiguió Larena, quien como corresponsal de Editorial Abril voló de Nueva York a Reno en el primer vuelo tras un llamado urgente de la revista Siete Días con la noticia de la muerte de «Ringo».

«Ya en Reno fui tratando de armar el rompecabezas de lo ocurrido -continuó-. Viajando a Virginia City para hablar con la autoridad a cargo del suceso; pasando por el hospital donde se hizo la autopsia; visitando el campamento de casas rodantes en Lockwood, donde sentó base Bonavena en los últimos meses de su vida con la idea de entrenarse para su reaparición. El periplo continuó con una primera visita al Mustang Ranch y de regreso en Reno, a la casa mortuoria donde yacía su cuerpo, un recinto similar a una capilla donde no se veía un alma, con un libro de visitas llamativamente en blanco».

Las versiones del crimen no eran precisas dada la escasez de testigos y el poco interés en esclarecerlo y Larena lo cuenta así: «El sheriff Bob De Carlo estaba a cargo del condado donde se había asentado el prostíbulo. En una versión curiosamente muy similar a la que me contó el propio Conforte, dijo haber establecido a través de un testigo presencial (uno de los dos guardaespaldas del dueño del Mustang Ranch) que Bonavena había arribado al lugar en su Mercury último modelo alrededor de las 6 de la mañana».

«Del otro lado de la reja que circundaba la propiedad uno de los guardaespaldas (John Coletti) le dijo que tenía prohibida la entrada y que se retirara. Bonavena insistió en que lo dejaran entrar y súbitamente apareció el segundo guardaespaldas (Willard Ross Brymer) y casi a quemarropa le disparó entre los barrotes del portal con un rifle Springfield calibre 30.06. Un rifle usado para matar ciervos y hasta osos. Su excusa fue que Ringo había dirigido la mano hacia una bota como para sacar un revolver y actuó en defensa propia», detalla Larena, desde hace 23 años relator de boxeo para Latinoamérica de la señal de cable Space.

La endeble versión de Brymer chocó con el hecho de que el supuesto revolver que llevaba Bonavena, que según Larena «se sospecha que lo plantaron», estaba en la bota derecha y «Ringo» era zurdo y con un episodio casi desconocido, de acuerdo a otras fuentes, de que el guardaespaldas de Conforte, en una noche que bebió demasiado, discutió con el boxeador argentino y fue puesto nocaut, lo que generó su rencor. Otra versión menos creíble habla de una cuestión de polleras decantada en favor del muchachón que hizo un culto de los ravioles de su mama, doña Dominga, y de sus queridos Huracán y Parque de los Patricios.

Para Larena «Bonavena fue protagonista de una historia que apuntó hacia la tragedia cuando comenzó a pregonar que su relación con Sally Conforte le aseguraba el pronto control del Mustang Ranch. La noticia llegó a oídos de ese siciliano que se había convertido en mafioso de medio pelo en California y luego recaló en Nevada casándose con una notoria madam. No olvidar que los prostíbulos son legales en varias partes de Nevada y Sally ya había ganado notoriedad regenteando el famoso Chicken Ranch (aparece en una vieja película protagonizada por Burt Reynolds) y, muy importante para la época, el precio por los servicios femeninos arrancaba en un dólar por minuto. Ese emporio es el que Ringo amenazaba con usurpar».

Y «el final se precipitó cuando, ya cansado de sugerirle a Bonavena que olvidara sus pretensiones y regresara a Argentina, envió sus matones al campamento con la orden de tirarle documentos, ropa y otras cosas fuera de la casa rodante y prenderles fuego. Cuando pasé por el lugar, un círculo negro sobre el pedregullo todavía señalaba el sitio de la fogata. No habiendo dado resultado el aviso, Conforte me juró en la entrevista que le hizo llegar un pasaje a Buenos Aires y un cheque de 5.000 dólares. Obviamente, Bonavena no se tomó el vuelo y pude encontrar el rastro del famoso cheque en un casino de Reno, donde lo Ringo lo había hecho efectivo, perdiendo su totalidad en una mesa de juego».

Fue la antesala de su final y, de acuerdo al testimonio que Larena consiguió de una novia que Bonavena tenía en Reno («no Sally, sino una chica bastante agraciada que trabajaba en el Casino»), salió rumbo al Mustang Ranch «entonado con varios tragos fuertes…».

Willard Ross Brymer fue declarado culpable por el juez Frank Gregory pero apenas pasó 15 meses en prisión porque sus abogados demostraron que… ¿¡gatilló involuntariamente!?. Y con una fianza de 250.000 dólares que nunca tuvo fue puesto en libertad. Murió en Reno el 27 de junio de 2000 en circunstancias no aclaradas.

Oscar Natalio «Ringo» Bonavena, en tanto, a los 33 años entró definitivamente en el corazón de los argentinos, amantes o no del boxeo, que siempre admiraron justamente su corazón arriba del ring, demostrado ante grandes de verdad como el inconmensurable Muhammad Alí o como Joe Frazier y Floyd Patterson, tanto como por su bonhomía y su sabiduría de la calle que dejó frases para entender la vida como «cuando suena la campana, te sacan el banquito y te quedás solo» o «la experiencia es un peine que te lo dan cuando te quedas pelado». Y siguen vigentes hace ya casi 40 años.

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