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Dos “seños” que dejan en el aula el alma, el corazón y la vida

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Dos “seños” que dejan en el aula el alma, el corazón y la vida
Método implacable: ante el desorden de alumnos, Elvia hacía silencio y de a uno se iban callando

Elvia, la madre, se jubiló tras 31 años de labor. Ana Rosa, la hija, lleva 33 años en el aula y aún debe esperar para su retiro. Las dos maestras de vocación, nos cuentan su experiencia como trabajadoras

 

“Si tuviera que volver a empezar, elegiría otra vez ser maestra”, dice Ana Rosa

Ana Rosa Galetto (55) es la hija de Elvia Rosa Quirinalli (82), o “la señorita Elvia”, como todos los exalumnos la llaman en Bell Ville, Morrison o Ballesteros, donde dejó su huella.

Viendo a su madre enseñar, Ana Rosa gestó una vocación “creo que desde que estaba en la panza”, por lo que hoy, tras 33 años de trabajo, asegura que volvería a elegir la misma profesión.

“Imaginate que cuando era chica había armado un aula en el gallinero. Hasta bandera tenía y las gallinas y pollitos eran mis alumnos”, recordó.

 

Una gran escuela rural

“La señorita Elvia” empezó a dar clases a los 19 años en una escuela de “segunda categoría” ubicada en Las Lagunitas, colonia rural cercana a Morrison.

“Había 140 alumnos, tres maestros, una directora y hasta teníamos una portera”, recordó. En 2008, a los 75 años de la escuela, volvió a aquellas aulas. “El edificio, estaba mucho mejor, pero lamentablemente quedaban 10 alumnos. Después vinieron las inundaciones y directamente se cerró”, lamentó.

Llegar al trabajo era un tema que tenían que resolver con creatividad. “En toda la colonia había tres autos y no siempre disponibles. Así que hacíamos como podíamos. Viajabamos hasta con el verdulero y, por supuesto, nos subíamos al carro y teníamos que ir por todas las paradas en las que vendía su mercadería. Cuando llegábamos a Bell Ville, después de todo ese trajín, nos bajábamos en la plaza Haedo para que no nos vieran”, recordó.

Otro tema era el alojamiento durante la semana. “Una familia, de apellido Rufini, nos prestó una habitación en su casa. No me voy a olvidar nunca de ellos, que fueron tan generosos. Imaginate que tenían ocho hijos y nos hicieron lugar a nosotras, las maestras”, dijo.

Luego de tres años en ese lugar, llegó el nombramiento para la Escuela General San Martín, de Ballesteros, donde ejerció como maestra por unos 20 años.

“En este caso también el transporte era un tema porque no coincidían los horarios de los colectivos con los de clases. Así que hacíamos dedo con el resto de las maestras. Tengo que decir que subíamos a los vehículos con total tranquilidad, no se hablaba de peligros en esa época. Los camioneros eran personas excelentes con nosotras. Si alguno venía en cuero por el calor, antes de que subiéramos se ponía la camisa en señal de respeto”, relató.

En este punto se cruza con anécdotas de su hija, quien entiende que ya no está esa consideración hacia el docente como antes.

“Lo vemos con los padres, hay que tener mucha paciencia y nuestra palabra no es la palabra autorizada, como sí sucedía antes”, planteó.

Los últimos años de labor antes de que Elvia se jubilara, los cumplió en el Florentino Ameghino de Bell Ville. “Los chicos eran distintos: en Las Lagunitas, unos ángeles, muy tímidos, a los que costaba hacerlos hablar; en Ballesteros, más o menos y en Bell Ville, mucho más difícil”, dijo.

Igual, tenía una técnica que no fallaba. “Hacía silencio y los miraba con poca simpatía hasta que de a uno se iban callando”, dijo.

Lengua y Sociales fueron las áreas que más enseñó. Todavía recuerda el “método cíclico” para las reglas ortográficas. “En primer grado les dabas lo básico y después ibas profundizando las mismas reglas”, explicó. “Todos los chicos escribían bien, sin faltas de ortografía y con excelente caligrafía”, recuerda.

Y lo puede comprobar: Ana Rosa tiene una compañera que fue exalumna de Elvia. Cada vez que se habla de una palabra que genera dudas, esa compañera tiene la respuesta en las reglas que sabe de memoria. ¡Cómo olvidarlas si se las enseñó la señorita Elvia!

Hoy, con varias décadas de jubilada, entiende que el Gobierno debería respetar más a los docentes pagándoles un salario justo: “A todos los profesionales los desburró un docente, entonces, el maestro que se dedica en serio a la tarea de enseñar debe estar muy bien pago”, afirma.

 

En todos los niveles

Ana Rosa, como dijo, mamó la docencia desde la panza. Tanto le gusta que, además de estudiar la carrera de maestra de Nivel Primario, hizo la de maestra jardinera y también el Profesorado de Geografía y Ciencias Biológicas. Y como si fuera poco, es profesora de folclore, conocimiento que siempre usa para aportar arte en el aula.

Si bien la mayor parte de su carrera la hizo en el Jardín de Infantes y en el Instituto Terciario Mariano Moreno, también dio clases en el Nivel Primario, en la escuela especial y en las prácticas en el nivel secundario.

“Empecé a trabajar en la escuela donde se jubiló mi mamá y después, como me coincidían los horarios con el profesorado, hice un cambio con otra docente del jardín de la Matterson y ahí estoy, muy a gusto, cada día con los niños”, dijo.

“También me gusta enseñar en el terciario porque estás en el proceso de formación de los nuevos docentes y, además, como guiás las prácticas, seguís en contacto con los niños”, dice.

Está orgullosa de su madre -y viceversa- por lo avanzada que fue en sus métodos. “Hoy enseñamos a través de juegos, pero mi mamá, cuando todavía no se usaba, hacía tómbolas de palabras”, recordó.

“Soy una maestra de vocación. Ni siquiera ahora, que me falta poco -dos años- para jubilarme, pienso en asumir menos responsabilidades. Jamás falto, ayudo en todo lo que puedo y aprendo todo lo nuevo”, expresó. Como vive a pocos metros de la escuela, es la que asiste en todas las actividades extras. Si hasta es la que cose las sábanas de los juegos o los delantales de cocina que usan los pibes.

Le gusta innovar y aprender constantemente. “Por ejemplo, ahora se está hablando de la importancia de hacer una biografía del docente, escribiendo, registrando las anécdotas diarias. Me hubiera gustado mucho hacerlo porque son tantos los chicos que pasaron por las aulas… y podríamos tener escrito lo mejor de cada uno”.

Cuando le preguntás qué es lo que más le gusta de la docencia, no duda: “Con el transcurso de los años te ven en la calle y te siguen diciendo “señorita”, incluso, muchas mamás de mis alumnos fueron mis alumnas años atrás. Y eso me encanta, porque es como que renuevan la confianza en vos”.

Por eso, no duda que, de volver a nacer, sería nuevamente maestra.

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