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El adiós a «la Madrileña»

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El adiós a «la Madrileña»
"La Madrileña", la tradicional confitería ubicada en el corazón de la ciudad. Su propietaria original, Doña Manuela, falleció en Mar del Plata

Murió ayer en Mar del Plata «Doña Manuela», la primkra propietaria de la confitería ubicada en pleno centro de Villa María

"La Madrileña", la tradicional confitería ubicada en el corazón de la ciudad. Su propietaria original, Doña Manuela, falleció en Mar del Plata
«La Madrileña», la tradicional confitería ubicada en la Peatonal villamariense. Su primera propietaria, Doña Manuela, falleció en Mar del Plata

Sabemos que aquel apodo remitía a Madrid, la capital española, y sabemos que nos dejó. Se llamaba Doña Manuela. Su apellido no importa o nunca estuvo entre nosotros, sólo ese «Doña Manuela» con el que los parroquianos de a pie, melancólicos, bohemios y perdidos en la noche le rendían tributo.

Son varias las generaciones de villamarienses que pudieron verla tras la barra “llevando el negocio” junto a su familia. No era cualquier establecimiento, era (es) un lugar casi místico en la que diversas cofradías (de comerciantes, empleados, docentes, músicos, filósofos y otros muchos rubros) encontraban el amparo en un café cargado, un chocalate con churros -su clásico intergeneracional- o un “helado de La Madrileña”, marca registrada en el corazón de miles de coterráneos.

Doña Manuela, o, simplemente Manuela, como muchos la recuerdan, entendía que la gastronomía no era un negocio, sino una vocación de servicio. Una invitación a “dar más y más” y para ella ese dar le exigía poner a Villa María a la altura de la gastronomía de las grandes capitales del mundo. La carta de La Madrileña de Manuela era la única en la que cotizaban Campari, Ricard, Pun e Mes y Ferroquina Bisleri, además de cortes diversos en las bebidas. Su voluntad de destacarse le regaló a la gastronomía local la Copa 47 -contenida en medio ananá-, la copa Melba -con duraznos y helado- y las “baterías” de 36 platitos… También el “Negrito” -ese pequeño chocolate servido en pocillo de café- el que devino en su máximo legado. Un elixir local que se hizo popular en este terruño luego de haber nacido en la primera cuadra de la calle San Martín.

Doña Manuela era única. Ante ella doblaban la cerviz quinieleros clandestinos y la propia Policía. A la ley le bastaba su palabra para certificar que el “Ratón” -un afamado corredor de apuestas- no estaba escondido en el sótano del negocio; lugar en donde, efectivamente, se encontraba. Cuando le preguntaban por qué lo protegía, su respuesta era lapidaria: “Porque es buena gente y no obliga a nadie a jugar a la quiniela”. Claro que “la ley” sabía perfectamente en dónde estaba el “Ratón”, pero… ¿cómo contrariar a Doña Manuela?

Consecuente con su pensamiento gastronómico, cuando decidió dejar el negocio -de cuyas finanzas a ese momento no tenemos idea- entendió que los empleados que tenía La Madrileña en aquel entonces eran los merecedores por derecho de esa posibilidad. Doña Manuela se adelantó en aquel pensamiento a las “empresas en manos de sus trabajadores”. Era tan novedosa la propuesta que en aquella época algunos aceptaron su oferta y otros no.

Ayer, 17 de octubre, en la lejana Mar del Plata -junto al mar que inmortalizó a Alfonsina y lejos del río manzanares de Madrid, con que la asociamos por puro capricho- Doña Manuela encontró su merecido descanso.

Si existe un cielo -aunque no sea tan azul como el de esta Villa de Ocampo- con toda seguridad hoy sirven Campari cortado con Fernet, mientras Doña Manuela -o la Madrileña, como a algunos «sotto voce» le decían respetuosamente- regala su sonrisa mil veces grabada en la memoria de varias generaciones para iluminar este Día de la Madre.

Ricardo César Carballo

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