El perro

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El perro

La mujer salió deprimida de su casa. Primero caminó sin rumbo, pero una vez en camino decidió dirigirse a una ruta por las periferias de la ciudad donde cruzaban camiones en un nutrido tráfico.

La obsesionaba la idea de la muerte, quería terminar con su vida miserable conviviendo al lado de un hombre violento y golpeador del cual no podía desprenderse, tomar distancia.

Estaba atada a él por lazos inexpugnables. Quería dejarlo… pero a la vez sentía que le resultaba imposible y que no tenía las fuerzas necesarias para hacerlo.

Pensó “me tiraré bajo un camión y todo terminará… es la única forma”. Caminó decididamente hacia la ruta, con paso firme. Sentía que esa decisión ya estaba tallada en su corazón. Comenzó a llorar, a recordar a su padre y a su madre y el destino maravilloso que habían soñado para ella.

De pronto un perro enorme se le unió sin que ella se percatara de dónde había aparecido. El animal se ubicó a su lado, más precisamente entre ella y el pavimento, y comenzó a acompañarla a su lado caminando a su ritmo.

En un momento la mujer vio venir un enorme camión y pensó que sería la ocasión de tirarse bajo sus ruedas.

Comenzó a acercarse a la ruta, pero el perro no la dejó, interponiéndose férreamente a su lado y empujándola hacia fuera del camino. Ella insistió, pero el perro también aumentó la presión mordiéndole cuidadosamente la muñeca y obligándola a volver hacia un costado del pavimento.

Continuaron caminando, ella a paso firme, apurada, con energía, casi con un paso mecánico y automatizado. El perro a su lado con la misma firmeza y determinación de no dejarla acercar a la ruta, sobre todo en momentos en los que pasaba un pesado camión a su lado. Así siguieron por varios kilómetros más, hasta que la mujer se detuvo y se desmoronó en el suelo y comenzó a llorar amargamente.

El perro se detuvo a su lado y se mantuvo sentado observándola mientras resoplaba con su lengua afuera de la boca.

Luego de un tiempo la mujer se levantó, y emprendió el camino de regreso. El perro la seguía a su lado, también en esta oportunidad entre la mujer y la ruta.

Finalmente llegaron a la casa donde ella vivía. La mujer abrió la puerta y entró dejando al perro afuera junto a la puerta de calle. Para su sorpresa, ella se encontró sola en la casa. Su marido se había ido dejando una nota en la que le anunciaba que se iba para no volver. Ella se dijo: “Por supuesto que no volverás. No sabes que en realidad me acabas de solucionar mi problema. No te voy a extrañar”.

Había sido el propio destino el que había arreglado una situación que para ella era imposible, y lo había hecho de una manera que ella ni había podido soñarlo.

“Ahora sé que nunca más volverás a esta casa. No sólo porque te hayas ido, es que ahora finalmente lo acabo de decidir yo misma: no me haré daño a mí misma, y te aseguro que nunca volverás a mi lado. Nunca más seré víctima de tu manipulación”.

Recordó al perro. Corrió a la puerta ansiosa por encontrarlo. Abrió la puerta, pero el perro ya no estaba allí. Preguntó a los vecinos pero nadie lo había visto. Ella sonrió y volvió a entrar a su casa mientras se decía a sí misma: “Efectivamente, fue un ángel”.

Richard Zandrino

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