El Transiberiano

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El Transiberiano

TransiberianoPor El Peregrino Impertinente

Los que hablamos el castellano lo llamamos tren Transiberiano, aunque en Rusia se lo conoce como “Транссибирская магистраль”.

Claro que para la correcta pronunciación en la lengua original tendríamos que dedicar un par de años en aprender ese idioma imposible, o en su defecto venderle el alma al diablo. “¿Qué? El alma tuya no te la compro ni con el Plan Ahora 12”, dice el príncipe del averno, que es de todo menos tonto.

En rigor, se trata de una red ferroviaria que conecta Moscú con los extremos orientales del país y, a través de ramales alternativos, con Mongolia e Incluso China. Las distancias que sortea son realmente sorprendentes. Por ejemplo, desde la excapital soviética hasta Vladivostock (ubicada al este, sobre el océano Pacífico) recorre nada menos que 9.300 kilómetros, en un total de siete días de travesía. La azafata, con ácida picardía, señala las posaderas del pasajero y pregunta: “¿Ahora entiende para qué era lápiz que le dimos al principio no?”. “Obvio”, responde el resignado pasajero, y se lo clava en el ojo.

Amén de aquello, los distintos periplos se presentan en tanto festín de placeres. Cómo no serlos, si atraviesan bellezas como el desierto de Gobi, los montes Urales o ciudades de la talla de Kazan o Ulan Bator. Allí, buena la oportunidad para conocer bellos parajes y exóticas culturas y comprarnos la colección completa de Condorito en mongol para lo que queda de viaje.

El resto es admirar la estampa de uno de los trenes más famosos del mundo, nacidos en los despertares del siglo XX. Fue la época en la que los rusos vieron realizado su sueño de conectar el país en toda su extensión, en toda su inmensidad, en toda su mística… “¿Qué ganas de romper los huevos, no?”, pensaron entonces los osos siberianos, y se volvieron a la cueva. 

 

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