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Familias de comerciantes de Villa Nueva

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Familias de comerciantes de Villa Nueva

Villasusso y Platini

 

Escribe Luciano Pereyra ESPECIAL PARA EL DIARIO

Manuel Villasuso Pazo nació el 25 de diciembre de 1848, en Porriño, provincia de Pontevedra en Galicia, España. Llegó a Argentina en 1864, en el vapor “La Luna”, radicándose en Rosario de Santa Fe, en donde fue empleado de la tienda “La Vela de Oro”.

En 1866 llega a Villa Nueva, siendo empleado de la firma “Boyer, Puente y Cía”, la que se disuelve dos años después, ante esta situación pensó en volver a Rosario donde tenía familiares y relaciones, pero el señor Ramón Boyer le aconsejó que se quedara y que él le facilitaría la apertura de una casa de comercio, mediante el crédito de varios comercios de Rosario, iniciándose así con un negocio de campaña, cuyo patrimonio no alcanzaba los $1.000,00. Corría el año 1868. Gracias a la buena marcha de su negocio, a los pocos años incorporó a sus hermanos: Antonio, Avelino y Francisco, naciendo así la firma “Antonio Villasuso y Hnos.”

Con el avance de la agricultura se proyectó la actividad de la firma en las colonias de Santa Victoria, La Palestina, Ausonia, Etruria y La Laguna, siendo reconocida por aquellos colonos por el crédito que recibieron cuando iniciaron sus actividades. En el año 1900 se disuelve la firma y se retira Antonio, los otros hermanos lo habían hecho con anterioridad, quedando al frente del comercio Manuel Villasuso, incorporándose su hijo Manuel. Años más tarde se sumarían a la sociedad: Andrés Villasuso y Juan Manuel Pereira, hijo y yerno, respectivamente, del fundador. Si tomamos la fecha de nacimiento Manuel tenía 20 años cuando fundó el comercio, pero la publicación dice que contaba con 14 años cuando llegó de España y por lo tanto 18 en 1868.

José Piattini fue un inmigrante suizo Italiano que se instaló en Villa Nueva y en 1855 fundó el primer molino harinero de la zona y uno de los primeros de la provincia. Con el paso del tiempo incorporaría un motor a vapor para la molienda. También fundaron la casa de comercio en sobre la misma calle San Martín, llegando a ser uno de los empresarios más importantes de Villa Nueva y la provincia. Su hijo Rodolfo fue intendente de esta villa en 1910. La plaga de langostas y la inundación de 1891 provocó serios daños al molino, además la situación se agravó por la crisis económica internacional de 1890, que en nuestro país llevó a la renuncia del presidente Juárez Celman. Podemos conocer datos e imágenes de la inundación gracias al testimonio fotográfico de su hermano Rodolfo y su sobrino Francisco, gracias al aporte documental de Eduardo Puente.

 

“…Joaquín Puente vino de arroyo algodón con su familia y hacia 1914 compró las instalaciones del molino de Piattini que había cerrado un tiempo antes. José Piattini fue uno de los primeros en tener un auto, un Bianchi de aproximadamente 1905. Enfrente del molino había un rancho donde vivía un criollo de apellido Ferreyra apodado “el Gaucho” y solía trabajar para Piattini. Mi viejo comentaba que Ferreyra se encargaba de precalentar las bujías del auto para hacerlo arrancar…”

Eduardo Puente

 

Villa Nueva en el recuerdo

La casa de los abuelos tiene para muchos un encanto especial, aquella de calle Comercio al 1346 fue la mía. En el recuerdo de emociones, sin registro de imágenes en mi memoria, están mis primeros años, los que daban inicio a la década del sesenta. En la moto Puma cruzábamos el río los tres, con mamá y papá, bajábamos del puente y empezábamos a recorrer las calles de Villa Nueva, también era el coche de la Estrella el que nos llevaba, hasta que con el pasar de los años llegamos a tener el auto, el Renault Dauphine. Pero qué importancia tenía el vehículo, si en cada visita algo descubría de aquel lugar, de ese pueblo donde había vivido mi mamá, donde había nacido y jugado en sus calles, en la casona de sus abuelos, en la plaza con sus fuentes y en el parque también.

Los años pasaron y fui grabando en mi memoria cada lugar, cada calle y sus referencias, así en barrio parque ese viejo surtidor en una esquina de la ruta, era lo que quedaba de la estación de Paco Puente, también en calle Belgrano frente al parque esos viejos chalets, en uno de los cuales viviera Matilde Tisera de Gauna, tía de mi abuela paterna, más allá la esquina de los Fernández y en la otra la de los Gorno, luego el Club Alem, y llegábamos a la plaza con su ausencia de árboles y de aguas que se elevaban y caían dentro de sus fuentes, en cambio presente estaba, majestuosa e inconclusa, la iglesia, el templo de Nuestra Señora del Rosario, en donde mis padres celebraran su sacramento matrimonial, donde comenzáramos a festejar en 1967 las Bodas de Oro de mis abuelos y también a mis ocho años cuando viera entrar el féretro de mi abuelo envuelto en la bandera de España. En la esquina, la casa de comercio y arriba la de familia, la de Mossino y enfrente esa vieja casona con local en la ochava, que fuera la farmacia del tío Salustiano, ahora vivía Puente con sus antiguos rodados.

Por la Deán Funes “la casa de los gatos”, abandonada con postigos rotos, que dejaban ver algún mueble tapado de polvo, en la esquina siguiente el Correo, al lado mismo la casa de Manuel Modesto, habría todo un capítulo la historia de aquel jefe político, su presencia en el pueblo, su relación con los míos, por allí también estaba la casa de don Juan López, y a la cuadra siguiente aparecía la imponente fachada, con moriscos detalles, de la casa de Maruja Pereira, era de la familia y tenía habilitado el acceso, adentro casi todo como cuando la habitaba la familia completa, el tío y Juan y la tía Paz con sus seis hijos, ahora solo dos, la mayor y el menor, Cacho, y seguía aún fiel en su servicio Herminia Lavandeira, de niña la trajeron a esta casa desde Lourido, ese barrio diríamos por acá, de Soutomaior, de allí también llegaron no pocos gallegos, que adoptaron a Villa Nueva como su tierra de pertenencia. Enfrente la escuela de Señoritas, la República de Bolivia, también a ella ingresaba de la mano de Juanita Blanco, mi tía, tanto un día de clases común, como para la fiesta nacional de Bolivia, que se celebraba con coloridos bailes y consular presencia del representante del pueblo del altiplano. Otras señoritas completaban esas visitas, Gloria, Norma, Iris, Nelly, María Rosa, entre otras, los juegos y algunos animales embalsamados, completaban la aventura de la visita. Al girar y subir a la ruta, para algunos el “macadan”, en la próxima esquina aún en pie una vieja casa, “cortada” por el ensanche de la calle al trazarse la ruta, esa era la casa natal de las hermanas Blanco, allí vivió mamá sus primeros años, enfrente mismo la panadería de Güelfi, por la misma vereda casi en el otro extremo de la cuadra la panadería de Bussone y Martina, y en medio de las dos, unos cuantos años atrás otro colega de los mismos don Valentín Bertinotti, al frente mismo de esta casa, la de mis abuelos, con el vacío salón, donde Salvador Blanco, en la década de 1930, continuara con la que fuera la casa Villasuso Hnos. Al entrar allí sí que tenía todo habilitado desde el cariño, en aquellos abrazos con beso del abuelo sentado en su mecedora, estratégico lugar desde donde seguía el movimiento de la casa, escuchaba la radio y veía tras un vidrio enmarcado, la imagen de su aldea natal, pasado y presente se unían, mientras se mecía en el mar de su vida. La abuela en mi niñez nunca quieta, años más tarde un tanto más tranquila, cuidada y mimada por sus hijas, en la mesa no faltaba el buen postre y el vino, esa era mi aventura, cuando comenzaba a abandonar la niñez, el vaso de vino y la copa de jerez.

Tras la soleada galería, donde asomaba el jazmín celeste, la cocina y el lavadero, en donde de una canilla de dimensiones mayores, salía el agua más fresca, la que extraía el bombeador. Y de allí la puerta, hecha por el abuelo, era diestro con la madera, y así su huella estaba casi en toda pieza de la casa donde hubiera algo de ese material, se habría aquella y entrábamos al patio, el lugar del juego con los primos, los más cercanos y también los hijos de los primos de nuestras madres, no faltaban los vecinos, Pascual Cepo y Douglas Gatti. Todo en aquel espacio se convertía según nuestra imaginación, los senderos entre los frutales y cítricos, la canaleta rodeada de calas, y al fondo el corral de las gallinas, a un costado la quinta de hortalizas y verduras, las higueras y la planta de vetiver que habían traído, de entre otras varias plantas exóticas, de la casa paterna de los Villasuso.

Para completar la atracción de este espacio, teníamos la carretilla hecha de madera con rueda de hierro, en la cual nos turnábamos para ser llevados en veloz paseo por el predio, eran los primos el motor de aquel vehículo, cuando no, nuestra querida Pirula ( María de las Mercedes Blanco ), y como si fuera poco, el galpón con ancha puerta de chapa de zinc, techo de igual hechura, allí estaba el banco de carpintero, las herramientas, la vieja cuna de hierro de las niñas de la casa, en la pared colgaba la publicidad de la empresa naviera, cuyos boletos vendieran en el tradicional comercio de la familia, con todo esto qué más necesitábamos, para que nosotros, al igual que el abuelo navegáramos en nuestros sueños, que se convertían en realidad con solo ponerle nuestra cuota de imaginación. Quedan muchas más vivencias, más nombres y más casas, que alimentan estos recuerdos, estos sentires, que fueron del pasado, pero que al nombrar solamente Villa Nueva, como la Naturaleza en primavera renacen y se manifiestan presentes, en el latir del corazón y la húmeda visión.

“Polo” Oliva, descendiente de la familia Villasuso-Pereyra.

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