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¡Fuera, perra sarnosa!

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¡Fuera, perra sarnosa!
Imagen ilustrativa

No sabía el origen de sus problemas porque no tenía claro si la habían abandonado después que la sarna apareció en su piel, o ésta recién apareció por falta de higiene cuando ya su hogar era la calle.

Lo que sí tenía en claro es que cuando se detenía frente a una casa para tratar de rascarse la cabeza, cuya parte superior ya había perdido el pelaje, lo mismo que sus orejas, por lo general era espantada a escobazos al grito de: ¡Fuera, perra sarnosa!

Tal vez por eso ella optó por “mudarse” al centro, donde apostada junto a una columna de un semáforo podía rascarse sin ser interrumpida, ya que, alejados de sus viviendas, quienes pasaban junto a ella la miraban sin verla.

Por ello, hasta cierto punto le sorprendió que aquel hombre se detuviera junto a ella intentando hablarle con la mirada. De todos modos, esas demostraciones de compasión pasiva no solucionaban su problema, así que prefirió ignorarlo y continuó rascándose.

Esa misma tarde se detuvo a observarla una mujer que la invitó a seguirla. Dudó en hacerlo, pero ante la insistencia aceptó la invitación.

Caminó como diez cuadras con cierta desconfianza hasta que la mujer se detuvo, abrió la puerta de una casa y haciéndola entrar, anunció: “¡Tenemos visita!”

Grande fue la sorpresa de la perra al encontrarse en el interior de la casa con el hombre que se había detenido a mirarla algunas horas antes.

La condujeron hasta un patio trasero donde había un pequeño cuarto que le destinaron de cucha; en su recorrido vio otras perras con las que durante varios días no la dejaron reunirse.

Casi lamentó el haberse dejado conducir a esa casa, cuando al día siguiente la sujetaron y le dieron tres pinchazos. ¡Claro!, ella no sabía que le habían aplicado un antibiótico y otros dos productos inyectables contra el ácaro de la sarna y la picazón.

También debió soportar baños con un jabón antisarna y aplicaciones de un polvo con un insoportable olor a azufre, hasta que un día advirtió que ya no sentía necesidad de rascarse y, coincidentemente, la dejaron salir a jugar con las otras perras de la casa, con la que ahora comparte todos los lugares.

La protagonista de esta historia real se llama Colita. Si ella supiera hablar pediría que la gente comprenda que una “perra sarnosa” puede y debe ser curada, en vez de abandonada o corrida a escobazos.

 

H. Siulnas

 

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