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El gatito y la nieve de julio

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El gatito y la nieve de julio

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No superaba la categoría de común y corriente y lo único que tenía de fino era la cola. Pero derrochaba cariño con sus ronroneos y su condición de sinvergüenza de los techos y de las noches terminó dándolo por perdido.

Vivió en su casa de un primer piso de la calle San Martín, frente a Tauler, durante un par de años y en una tapia de escasos 15 centímetros de ancho por unos 10 metros de alto arriesgaba todos los días con sus peripecias una de sus siete vidas.

El gatito oficialmente no tenía nombre, pero su apodo de Loqui ya se había hecho costumbre entre los habitantes de la casa.

Los primeros días de julio del año 2007 dejó su hogar sin previo aviso y empezaron a pasar los días sin tener noticias de su paradero.

El lunes 9 de ese mes, feriado y fecha patria, la nieve abrazó con su manto blanco todos los árboles, las plazas y las calles de Villa María, en un hecho natural e histórico para la ciudad, que aún todos recuerdan.

El Loqui brillaba por su ausencia y era preocupación de quienes lo habían adoptado cuando apenas tenía unos pocos días de vida.

No hacía mucho había sufrido un grave accidente en una de sus tantas salidas nocturnas y Luisito Ocampo le salvó la vida milagrosamente.

El frío que dejó el paso de la nieve era intenso y el espacio vacío que había dejado en la casa se transformaba en tristeza e incertidumbre.

Todos los días una ventana permanecía semiabierta y su porción de carne molida y el agua estaban en su lugar esperando su retorno, pero ahí permanecían sin ninguna noticia.

Una mañana de fin de mes, muy fría, su plato de plástico duro estaba sin carne y el Loqui, muy como si nada, ronroneaba subido al sillón de pana rojo.

No tenía ninguna señal de violencia y estaba perfumado de aserrín, suponiéndose que pasó todos esos días en la carpintería cercana a la casa o vaya saber adónde.

Pero volvió a su hogar sin dar explicaciones y por las tardes retomó su costumbre de disfrutar del sol del invierno sentadito en la ventana de postigos marrones.

Con el correr del tiempo, el Loqui volvió a ausentarse para mudar su oficio de aventurero a otro lado por un tiempo. La ceremonia de la carne molida en el plato de plástico duro, el agua y la ventana semiabierta se repetía.

Pero esta vez nunca más volvió y dejó como recuerdo y testamento una foto apreciando el sol del invierno, en la ventana de postigos marrones.

Raúl José

 

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