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Hijo y nieto son custodios del legado de Augusto Carpené

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Hijo y nieto son custodios del legado de Augusto Carpené
Las tres generaciones de talabarteros: Augusto, Cristian y Emanuel

Cristian y Emanuel – Están al frente de la histórica talabartería

Por obra de Augusto Carpené, la talabartería es una actividad que se ha multiplicado en Villa María, como en ningún otro lugar del país. Cristian y Emanuel, hijo y nieto de Augusto, siguen con el oficio y relatan cómo es el particular trabajo que desarrollan

 

Cristian, Marcela y dos de sus tres hijos. La vida familiar gira en torno al taller

Cuando se escucha en el Festival de Jesús María que hay una competencia de basto con encimera, probablemente la mayoría de la población urbana no sepa de qué se trata.

Sin embargo, es en Villa María donde se producen no solo esos bastos, sino también las guarniciones de sulky y hasta las monturas para jugar polo.

Ese particular desarrollo en esta ciudad se debe en gran medida al “Taller de talabartería Augusto Carpené”, que funcionó hasta 1995 en el barrio Lamadrid.

Don Augusto, que pasó la barrera de los 80, hace poco que dejó de trabajar el cuero porque su salud no se lo permite, pero dejó su legado.

Cristian Augusto, su hijo, de 46 años, sigue adelante con el taller. “Nosotros lo trabajamos en familia, no queremos proyectar algo más grande, como tenía mi papá, con 30 empleados, porque es muy complicado”, dijo el talabartero a EL DIARIO.

Acompañado de su hijo, Emanuel Augusto (25) y del resto de su familia, producen elementos de cuero para caballos y perros.

 

Desde niño

“Yo empecé a trabajar ni bien terminé el primario, a los 12 ó 13 años. La idea de mi papá era que había que aprender el oficio, así que no estudié”, señala Cristian desde su taller de la calle Pasteur.

El cierre de la fábrica de su padre, en medio de las políticas de los años 90, fue muy duro para la familia. “Resurgimos después de ese cierre gracias a algunos proveedores que nos dieron una mano. Habíamos quedado muy mal y muy poca gente que se decía amiga de mi papá se acercó”, recordó.

Paralelamente, la mayoría de los exempleados empezaron a poner sus talleres con el oficio que habían aprendido en la talabartería de don Augusto, lo que convirtió al sector en una industria prácticamente villamariense. “Hay algunas en Buenos Aires, pero no hacen todo como acá”, agregó.

Tras pasar la crisis del año 2001, el taller empezó a crecer. “Mi hermano nunca quiso aprender el oficio, pero a él le gusta vender. Así que yo fabrico y él vende”, dijo.

“Es un trabajo que me gusta. Estás con tu familia, además, es algo limpio y todo lo que hacemos es artesanal”, planteó.

A la hora de hablar del proceso que permite convertir la vaqueta de cuero engrasado en una montura, dijo que ellos comienzan eligiendo buena materia prima. “Estamos comprando en Reconquista, Santa Fe”.

Lo primero para iniciar la producción es el corte. “Tenemos balancines para algunas partes, pero a mí me gusta mucho cortar artesanalmente”, planteó Cristian mientras mostraba la habilidad con la filosa herramienta.

El corte se hace siguiendo los moldes que hizo su padre, que responden a las necesidades de los que montan a caballo en distintas regiones. “Si el cliente es del sur te pide un tipo de montura. Si es de Mendoza o San Juan, donde más trabajamos nosotros, es otro tipo. Pero mi papá hizo los moldes para todos los gustos”.

Con las piezas cortadas, llega el turno de la labor de su esposa, Marcela, en el cosido a máquina. “Tiene sus vueltas. Cuando el cuero es muy duro no hay aguja que resista”, aportó ella.

Para el relleno de algunas partes o el cosido a mano de otras tercerizan las tareas. “Me saco el sombrero ante los que cosen a mano con dos agujas”, dice Marcela. Apunta Cristian que, lamentablemente, quedan pocos. “No se paga bien y cuando el que cose encuentra otro trabajo, lo deja”, razonó.

 

Otra visión, el mismo espíritu

Emanuel trabaja intensamente con su padre desde el año 2011. “Hace varios años que estoy acá, pero me falta mucho por aprender, es un oficio que te puede llevar la vida conocerlo”, dijo el joven que, además de sus tareas en el taller, estudia administración de empresas.

“Hoy las cosas han cambiado. Así como mi padre decía que no había que estudiar, ahora hay que tener un título. Además, lo que él está haciendo va a servir para administrar esto que es nuestro”, planteó Cristian.

Al principio, el joven hacía tareas menores, como el teñido de los cueros. Hoy ya corta los collares para perros y está a cargo del proceso de esa sección. “Es algo que quiero hacer toda la vida porque me gusta y porque es algo de la familia. Sin contar que es un oficio que se está perdiendo y nosotros lo tenemos que preservar”, apuntó Emanuel.

Las políticas económicas de los últimos dos años están afectando el negocio, aseguraron. “Por ejemplo, en lo que hace a collares para perros, entra todo de China a un precio que no podemos ni empezar a competir. Lo que nos salva es que en ningún lugar del mundo trabajan el cuero como acá. Sigue siendo artesanal y por eso seguimos vendiendo”, concluyó Cristian.

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