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Ignacio Juan Rossetto, el hombre de la casa de al lado

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Ignacio Juan Rossetto, el hombre de la casa de al lado

Nunca practicó un deporte, pero ha sido un dirigente reconocido, querido y respetado. Trabajó para el fútbol, el básquet y las bochas, ocupando diferentes cargos. Ameghino ha sido por décadas su segunda casa y su vecino más cercano

Rossetto, a punto de cumplir 89 años, recordó historias de Ameghino de diferentes deportes

Entrevista: Gustavo Ferradans

Ignacio Juan Rossetto es un ícono del Club Ameghino y hasta del mismo barrio. Fue dirigente de la entidad de calle San Juan durante años y miembro de comisiones que encararon distintas iniciativas como la sede propia, el cambio de nombre del club y numerosas actividades como los bailes y las kermeses.

Con 88 años (el 21 de enero cumplirá 89) tiene una memoria envidiable para recordar hechos con datos y fechas de la historia del club, que es una parte importante de su vida. También él es una parte fundamental de la historia de la entidad.

Fue dirigente del club por varias décadas, siendo delegado en la Liga de Fútbol y las asociaciones de Bochas y Básquetbol; también formó parte de las federaciones cordobesas de estos dos últimos deportes.

-Don Ignacio, ¿cuánto hace que vive al lado del club?

-En realidad, habría que decir cuánto hace que el club vive al lado de mi casa. Nos vinimos en 1949 con mi madre desde La Playosa y el club empezó a funcionar acá en 1953.

 Ignacio Juan Rossetto nació en un campo “a cinco leguas de Alicia”, el 21 de enero de 1928, aunque fue anotado en San Antonio de Litín. Luego su familia se fue a vivir a La Playosa, donde asistió a la escuela primaria.

-Yo empezaba las clases en junio por un permiso especial, ya que trabajaba desde pequeño en el campo, junto a mi familia. Estábamos en un campo a 1.500 metros del pueblo, de 100 hectáreas. Empecé cuando tenía 8 años. Hasta tercero lo hice completo y desde cuarto me dejaban faltar medio año y empezaba las clases en junio. Fui hasta sexto grado. No estudiaba porque no tenía tiempo. Llegaba del colegio y me ponía a trabajar.

Cuando estaba en sexto grado (el último de la primaria en aquel entonces) su padre se enfermó y aumentaron las tareas en el campo, que lo obligaron a dejar la escuela.

-El campo era alquilado y nos lo pidieron porque estaba en sucesión. Y un cuñado nos sugirió venirnos a Villa María. Teníamos animales. Hicimos un arreglo con el dueño del campo. Levantábamos la cosecha y rematábamos todo lo que teníamos y nos íbamos. Fue el 22 de enero, y ahí nos vinimos a Villa María.

-¿Qué edad tenía?

-Tenía 20 años. Le prometí a mi vieja que iba a estar con ella mientras viviera y estuvimos juntos 33 años. Una hermana ya estaba casada y la otra se casó en agosto de ese año y se fue a vivir al campo.

Nunca me casé porque tenía un compromiso con mi vieja. No le voy a echar la culpa, pero gran parte era por eso. No quería agarrar ningún compromiso porque tenía que cuidarla. Iba a quedar mal con ella.

-¿Y se vino a vivir al barrio?

-Compramos esas casas de antes, que tenían las piezas y una galería. El dueño se la había comprado antes a Agapito Albert. Me anoté en tres lados para trabajar, en Baudino, en Güino Botta que era un negocio que funcionó en Santa Fe y Alem (N. de la R.: donde ahora hay una casa de tarjeta de crédito) y en el ferrocarril. A los 15 días me llamaron los tres. Y como ya estaba trabajando en Baudino opté por quedarme ahí, donde estuve 35 años, hasta que se fundió en julio de 1984 y me jubilé. Lo que se vendía ahí era una cosa de locos. Hoy estos nuevos súper no le atan ni los botines. Tenía cinco mil libretas mensuales. Empecé de barrendero y terminé de subencargado, cargo en el que estuve 15 años. Luego estuvieron en convocatoria de acreedores. Podríamos haber pasado al nuevo “súper”, el Hogar Obrero, pero nosotros queríamos que nos indemnizaran… y luego de varias idas al Ministerio de Trabajo a Córdoba le ganamos la demanda. Era agosto y tenía 56 años. No podía mover el cuello. Me hicieron varias radiografías por las cervicales. Al final me jubilaron.

-¿Apenas llegó a Villa María se vinculó con Ameghino?

-Sí. El club por entonces funcionaba en distintos garajes del barrio. Un día se armó una comisión y me pusieron en la lista. Tenía 22 años y muchos me hacían la contra porque creían que era muy joven. Don Lorenzo Gilli, quien era dirigente, dijo: “Dejalo, que este me va a ayudar”. Y ahí empecé.

-¿Ameghino fue su primer vecino de “al lado”? 

-Por el 52 comenzó la idea de tener la sede propia. Don Lorenzo Gilli, dirigente del club, compró los dos lotes donde hoy está la sede en 1952. Al final los donó, tal vez para abaratar los costos de la escritura. Creo que en ese tiempo el club aún no tenía personería jurídica. En este terreno había un rancho atrás, a la altura de donde está el tablero. Debe estar todavía abajo el caño de la bomba de agua. En marzo de 1953 quedó inaugurada la sede.

¿Y empezaron a construir la sede?

“La idea era construir. Para pagar la obra necesitábamos recursos y comenzamos con las romerías españolas, que luego fueron un sello distintivo del club. A las 20 salía el cuerpo de baile que teníamos, que se llamaba Romería Española porque eran todos bailes españoles. Estaban don Antón y Arana, que eran los instructores. Contratamos a Los Alegres Orensanos, un grupo de gaiteros de Rosario. A la vez hacíamos las kermeses y con todo eso juntamos la plata.

-Luego siguieron los bailes…

-Venían orquestas, como Los Tres Acordeones, donde estaba el doctor Colunga. Acá vinieron varias de las orquestas típicas, como De Angelis, D’Arienzo y Troilo, que vino tres o cuatro veces. Recuerdo que un día, al parecer medio pasado de copas, se cayó en el escenario de c…

Teníamos mucho éxito con las orquestas que traíamos y las kermeses que armábamos en la calle. Al principio estaba encargado del bufé, pero recuerdo que un día recaudamos cinco mil pesos de entradas. Costaba 50 centavos cada una…10 mil personas, era una cosa de locos.

 

¿Y el fútbol?

-Ameghino en el 45 entró en la Liga de Fútbol con mucho éxito. Antes jugaba acá en el barrio, cuando era todavía Villa Emilia, como el nombre del club. Fui uno de los promotores de que le cambiaran el nombre al barrio. Allá por el 46 se inaugura el colegio. En 1956 fue campeón. Lorenzo Gilli a los jugadores de futbol les jugaba en contra cinco pesos a que perdían, y perdieron un solo partido. ¡La que tuvo que pagar! Ese equipo era una cosa de locos, la Coneja Ortega, Carassai. Ese año Rivadavia de Villa María deja de hacer fútbol y llegaron un mediocampista y Carassai. Fuimos a buscar un arquero a Pozo del Molle, que estaba libre. Un tal Picco. Debutó contra Almafuerte de Las Varillas, que se había sumado a la Liga. Ese día debutó también Carassai, ganamos 2 a 1 con un gol de él y otro de Elvio Bersa.

-Gilli fue un gran impulsor.

-Sí. Fue el impulsor de la sede. Un día dijo “vamos a techar la cancha de bochas” y se pusieron. Siempre pagando él. “La plata que puse para Ameghino la recuperé toda”, siempre decía Gilli. Pero que le costó plata…

-¿Y el techo cuándo empezó?

-Creo que fue en el 68. Yo no estaba en la Comisión Directiva, era delegado. Me habla Lorenzo Gilli que necesitaba uno para sacar un préstamo en el banco para hacer el techo. Costaba 3.700.000 pesos. Había que entregar 700 mil a Davico. Yo saqué 350 mil pesos y otro empleado de Gilli sacó igual, con su aval. El resto eran 30 pagarés de 100 mil pesos cada uno para pagar mes a mes. Sacamos el crédito en el Banco de Italia. Allá por el 70 o 71, no se levantaron algunos pagarés y el club estuvo a punto de ser rematado. Vinieron y embargaron el techo, mil sillas y 200 mesas. Ahí nos metimos con Henry Mino y entró Nilvio Yuón como tesorero. Frenamos el embargo. Pedimos un crédito en el Banquito Ferroviario y arreglamos con el abogado que había comprado los pagarés.

 

El dirigente

Nunca jugó al básquet ni al fútbol ni a las bochas, a nada, pero fue dirigente de estas disciplinas durante años, hasta mediados de los 80.

-Un día pedí la palabra en el club y dije que quería pertenecer a un club que tuviera básquet y fútbol. En ese tiempo iba a las reuniones de la Liga de Futbol por Ameghino, que tenía su sede en la “Placita de Ejercicios Físicos” y al frente se reunía el básquet. Varias veces me propusieron participar, pero era el mismo día y yo no podía. Les dije que cambiaran el día de reunión, esas malditas palabras que a veces uno dice. Estaba Martínez Zabala que era el presidente, con quien tenía amistad desde un torneo de 1956, cuando se jugó un Provincial en Unión Central y fui como colaborador de Ameghino para controlar la puerta. Entonces cambiaron el día de reunión, no sé si fue a propósito. Desde entonces el lunes iba al fútbol, el martes al básquet y en 1964 me sumé a la Asociación de Bochas, donde hicimos el Campeonato Argentino.

-¿Ocupó diferentes cargos en las comisiones?

-Era delegado del club. En la bochas fui delegado titular y luego tesorero, durante 26 años. Luego iba a las reuniones de la Federación provincial, como delegado también.

En el básquet estuve como 10 ó 12 años, era delegado y secretario, y en la Federación cordobesa iba con el presidente Martínez Zabala, yo representando al minibásquet. Las agarradas que tuve con el presidente Angeletti…

En el fútbol estuve más tiempo, fui 19 años como delegado, también secretario, luego integré el Tribunal de Penas como 10 ó 12 años. Llegué a tener reuniones cuatro días a la semana. En el club estuve 35 años ocupando distintos cargos.

-Cuentan que era muy conocedor de los reglamentos.

-A mí no me fueron a buscar por blandito. Era reglamentarista al máximo, andaba con el reglamento encima. “Mientras que no nos salgamos de esta tenemos para defendernos, cuando salimos de acá estamos chau”, así les decía a los del Tribunal de Penas.

-¿Y con el básquet?

-Estuve 10 ó 12 años. Recuerdo que allá por los 70 se hizo el Campeonato Argentino de Juveniles en Córdoba. Una zona se jugó en Villa María. Eran Capital Federal, Entre Ríos Santa Fe y Salta. Y estaba Eduardo Cadillac en Capital Federal y Carlos Raffaelli en Santa Fe. El cuadrangular lo ganó Santa Fe. Henry Mino fue el planillero y yo el cronometrista.

-¿Con el patín artístico también?

-Anduvimos por todos lados. Era el mánager del equipo. Con el básquetbol femenino también.

-¿Y el hockey sobre patines?

-También. Anduvo bien, pero trajo disgusto desde lo económico. Todo lo recaudado era por los bailes y yo manejaba el dinero porque era el tesorero. Vivían pidiendo plata. Un día dije basta. Renuncié como dirigente y así les fue.

-¿De dirigente pasó a ser empleado?

-Se perdían cosas del club y me hablaron. Yo ya no estaba en la comisión. Arreglamos con los dirigentes. Tuve la llave hasta hace unos años atrás. Propuse que lo mío era sólo en un caso de emergencia, no para atender los jugadores. Un día cambiaron la llave y no me la repusieron. Decían que había como 100 y ahora veo que son un montón que tienen llaves. Debe haber 120 dando vueltas.

-¿Cómo ve al club hoy?

-Lo veo bien. Tiene actividad, que es lo que me gusta a mí. Me gusta que lo pusieron en regla, como muchas veces les recomendé. Pero no tengo más nada que ver.

-¿No se lo ve en los partidos?

-Hoy no voy a la cancha, me pongo muy nervioso.

 Don Ignacio es parte de la historia del barrio y del club, donde fue un incansable colaborador. Y sabiendo de eso opina:

“Si sirvió para algo, en buena hora, y si no, al menos me conoció la gente”.

 

La puerta de atrás, Bonavena, Leonardo Favio y Miguel Mateos

Su colaboración con el club era tan incondicional y estrecha, a punto tal que en el fondo de su casa había una puerta que comunicaba con el club.

-Habíamos abierto una puerta y la excusa era hacer los asados y por acá pasaban los artistas.

-¿Los artistas pasaban por su casa?

-Claro. Por acá pasaron Palito Ortega, Leonardo Favio… La última que creo que pasó fue Silvia Mores, quien se llevó una mesa por delante. Se le encaprichó al representante y no quería pasar entre el público. No habíamos puesto luces en el patio y alguien dejó una mesa rota. Ella se cayó, se lastimó la pierna y se tuvo que limpiar acá en mi casa.

El que más gente trajo al club fue Leonardo Favio. Se vendieron tres mil y pico de entradas, Palito Ortega, 2.700… Sandro no estuvo acá, fue a Central Argentino, siempre está la confusión. Cuando vino Ringo Bonavena no hubo mucha gente. Ahí cantó el Pío Pío”.

-Y después la cerró.

-Por acá pasaron un montón. Los cuarteteros, no. Ellos pasaban entre la gente. Un día vino (Miguel) Mateos, el rockero. Tenían que hacerlo en el Anfiteatro y llovía. Lo hicieron acá y se armó todo de apuro. Me insistían que tenía que abrirle para que pasara por mi casa. Me encapriché que no. Ya me agarré con un representante, o de esos alcahuetes que tienen ellos, y me dijo: “Con dirigentes como usted no pueden llevar adelante un club”. Y le dije: “Usted está equivocado, si todos los clubes tuvieran dirigentes como manejábamos nosotros el club, irían mucho más adelante de lo que están. No tengo por qué exponer la casa porque su cantante tiene miedo de que le toquen la cola”. Así le dije. Pusimos una valla y tuvo que pasar entre la gente. Por esas cosas, un día me enojé y tapé la puerta. Se acabó. Me cansaron.

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