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Inmensidad de cactus y montaña

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Inmensidad de cactus y montaña

DESTINOS/Parque Nacional Los Cardones

Sencillo en su propuesta, el espacio protegido invita a ver, y no poder creer. La postal de cuerpos espinosos con fondo de cerros multicolores, y el añadido de la Cuesta del Obispo, la Quebrada del Escoipe y la espectacular Recta del Tin Tin

Escribe Pepo Garay
Especial para EL DIARIO

Recostado en el corazón de Salta, en el Alto Valle Calchaquí, el Parque Nacional Los Cardones configura uno de los espectáculos naturales más cautivantes del norte del país. Un gigante de aproximadamente 65.000 hectáreas, en el que brillan los cerros de mimetizados colores y formas, célebres caminos de asfalto con puntos panorámicos y, sobre todo, ellos, Los Cardones (así, con mayúsculas). Cactus de distintos tipos y tamaño, muchos colosales, que dan vida a imágenes de hechizo.

Allí, en una plataforma anchísima que se eleva a 2.700 metros de altura sobre el nivel del mar en su zona más baja, y a más de 5.000 en las cúspides de las montañas, no hay nada (ni hoteles, ni campings, ni comercios, ni gente). Y sin embargo, hay todo. Todo, es el paisaje inimaginable, el silencio eterno, la voluntad de comerse la majestuosidad con los ojos. Como los incas de hace siglos, quienes plantaron las bases de unas sendas hoy convertidas en rutas de piel de billar.

Por esas pulcras carreteras es que transita el viajero, venido la mayoría de las veces desde Salta capital (80 kilómetros al noreste), pasando por los verdores de la Quebrada del Escoipe y la Cuesta del Obispo. Trepa cadenciosa la ruta 33, la que luego conecta con el encantador poblado de Cachi. Y cuando toca los primeros indicios del Parque, el cielo se expande, igual que las postales, que empiezan con aquello de mostrar poesías de cuerpos como de figuras inflables, de espinas y brazos apuntando a la estratósfera.

En rigor, no son muchas las actividades que se pueden realizar en el Parque. Alcanza, y llena el alma, con bajarse del auto y meterse por el descampado, preñado de infinitos cardones, suculenta la oferta. Carteles indicativos dan algún detalle, informan de las características de la flora autóctona.

Pero el visitante va en trance, focalizado en la aridez del asunto. En los espacios peinados por la brisa del viento. En la soledad más solitaria. En los vuelos de cóndores a lo lejos. En los requechos de madera que regalan los cactus muertos, y que manos nativas convierten en artesanías allá, en los pueblos “cercanos”.

 

Tres elementos

En el devenir del paseo, tres elementos brillan potenciando el Parque: El Valle Encantado, la Piedra del Molino y la impresionante Recta del Tin Tin. El primero, convida con una explosión de cerros multicolores (los destacados que habitan son el Malcante, el Filo del Pelado, y los súbditos de las Sierras Apacheta y Colorada, río del Escopie incluido), lagunas de altura y extrañas formaciones rocosas.

El segundo, con su pequeña Capilla San Rafael, es el punto más alto de la carretera que une a Salta y Cachi. Son 3.350 metros de altura, ideales para apreciar los valles, las piedras y el milagro en nueva cuenta.

Por su parte, la Recta del Tin Tin vigoriza el aplauso. Un tramo impoluto de casi 20 kilómetros de extensión que pone la piel de gallina. Y es que allí, el Parque se aprecia como en ningún sitio. Demoledor, inaudito, perfecto. Es la despedida. El horizonte, a la vuelta, convida con los pueblos de Payogasta, y Cachi luego. Donde espera la hostería, las calles coloniales, y el repaso mental de pinturas de cactus, montaña e inmensidad ya inyectadas en la memoria.

 

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