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La historia de un perro abandonado

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La historia de un perro abandonado

Me acuerdo cuando cumplí una semana de nacido. ¡Qué alegría haber llegado a este mundo! Mi mamá me cuidaba muy bien y era una mamá ejemplar.

Pero a los dos meses me separaron de mi mamá. Ella estaba muy inquieta, y con sus ojos, me dijo adiós, como esperando que mi nueva “familia humana” me cuidara tan bien como ella lo había hecho.

A los cuatro meses ya había crecido muy rápido y todo me llamaba la atención. Había varios niños en la casa que para mí eran como “hermanitos”. Eramos muy inquietos, ellos me jalaban la cola y yo los mordía jugando.

A los cinco meses me retaron, mi ama se molestó porque me hice “ pipí” adentro de la casa… pero nunca me habían dicho dónde debía hacerlo. Además, dormía en el dormitorio y… ¡Ya no me aguantaba!

Cuando estaba por cumplir un año, me consideraba un perro feliz. Tenía el calor de un hogar, me sentía tan seguro, tan protegido… Creo que mi familia humana me quiere y me consiente mucho…  Cuando están comiendo me comvidan, el patio es para mí solito y me doy vuelo escarbando como los lobos cuando esconden la comida. Pero nunca me educan, seguramente ha de estar bien todo lo que hago.

Cuando cumplí un año me convertí en un perro adulto y mis amos dicen que crecí más de lo que ellos pensaban. ¡Qué orgullosos se deben sentir de mí!!!

Al tiempo, uno de mis “hermanitos” me quitó la pelota. Como yo nunca agarro sus juguetes fui y se la saqué. Pero como mi mandíbula se habían hecho muy fuerte lo lastimé sin querer. Después del susto me encadenaron casi sin poderme mover al rayo del sol. Dicen que van a tenerme en observación y que soy muy ingrato… no entiendo nada de lo que pasa.

Al año y medio ya nada era igual. Vivía en la terraza… me sentía muy solo… mi familia ya no me quería. A veces hasta se olvidaban de que tengo hambre y sed y cuando llovía no tenía techo con el que taparme…

Tiempo después me bajaron de la terraza. Pensé que seguramente mi familia me había perdonado… Me puse tan contento que daba saltos de gusto y mi cola parecía un molinete. Hasta parece que me van a llevar con ellos de paseo. Subimos al auto, enfilamos hacia la ruta y anduvimos un largo trecho hasta que de repente pararon. Abrieron la puerta y yo me bajé feliz creyendo que haríamos nuestro “día de campo”. No comprendo por qué cerraron la puerta y se fueron… “¡Ey, esperen!!!” – ladré… “se olvidan de mí…!!!” Corrí detrás del auto con todas mis fuerzas… mi angustia crecía al darme cuenta que casi me desvanecía y ellos no se detendrían: me habían abandonado…

Busqué en vano el camino de regreso a casa. Me sentía y estaba perdido, en mi sendero hay gente de buen corazón que me ve con tristeza y me daba algo de comer. Yo les agradezco con mi mirada y desde el fondo con mi alma… quisiera que me adoptaran y sería leal como ninguno. Pero tan solo dicen “pobre perrito”, se debe haber perdido.

El otro día pasé por una escuela y vi a muchos niños y jóvenes como mis “viejos hermanitos”. Me acerqué y un grupo de ellos, riéndose, me lanzó piedras “para ver quién tenía mejor puntería”… una de esas piedras me lastimó el ojo y desde entonces ya no veo bien.

Parece mentira, cuando estaba más bonito me querían. Ahora estoy muy flaco, mi aspecto ha cambiado… perdí mi ojo y la gente más bien me saca a escobazos cuando pretendo echarme en una pequeña sombra.

Con casi tres años, casi no puedo moverme. Hoy al tratar de cruzar la calle por donde pasan los autos, uno me atropelló. Según yo, me encontraba en un lugar seguro llamado “cuneta”, pero nunca olvidaré la mirada de satisfacción del conductor, que hasta se ladeó con tal de centrarme. Ojalá me hubiera matado… pero solo me dislocó la cadera. El dolor es terrible, mis patas traseras no me responden y con dificultades me arrastré hacia un poco de hierba al costado del camino… Llevo ya diez días bajo el sol, la lluvia y el frío, sin comer. No me puedo mover, el dolor es insoportable. Me siento muy mal, quedé en un lugar húmedo y parece que hasta mi pelo se está cayendo. Alguna gente pasa y ni me ve; otras dicen: “No te acerques”. Ya casi estoy inconsciente, pero alguna fuerza extraña me hizo abrir los ojos. La dulzura de su voz me hizo reaccionar. “Pobre perrito, mira cómo te han dejado”, decía… junto a ella venía un señor de bata blanca, empezó a tocarme y dijo: “Lo siento señora, pero este perro ya no tiene remedio, es mejor que deje de sufrir.”

A la gentil dama se le salieron las lágrimas y asintió. Como pude, moví la cola y la miré agradeciéndole que me ayudara a descansar… Solo sentí un pinchazo y me dormí para siempre, pensando en por qué tuve que nacer si nadie me quería…

 

 

Nelly C.

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