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La más piola del sudeste asiático

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La más piola del sudeste asiático

Bohemia y relajada, la aldea trae paz y buena energía en base a unas deliciosas postales de montaña y paisanos entrañables. La marca del budismo y un inolvidable recorrido por los alrededores

Escribe Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO

1 – Ambiente y gente muy especial: ambientazo el de Pai. Por lo menos a los ojos de los viajeros que le escapan al bullicio y las noches agitadas de las playas del sur de Tailandia y buscan paz, armonía y muy buena onda en torno a un aura especial. Esa que goza este pueblo de cuatro mil y pico de almas, donde la bohemia se mezcla con el budismo más tradicional, engendrando una pintura definitivamente sui generis.

El agradecimiento es para los locales, siempre tan sonrientes y relajados, siempre tan expertos (como la mayoría de los tailandeses) en tomárselo todo con calma y sin hacerse problemas y, en línea con aquello, buscar la charla con el extranjero, el chiste, la alegría de vivir. El turista occidental pareciera entender el mensaje desde muy temprano y se adapta a las normas locales con placer. La alquimia es una bendición.  

 

2 – Tropicalmente montañosa: acaso buena parte de la idiosincrasia de Pai tiene que ver con el contexto. Instalada en las alturas de la norteña provincia de Mahe Hong (para llegar desde la enorme Chiang Mai hay que sortear una trepada en bus de casi tres horas de curvas y contracurvas), la aldea late despacio al ritmo de preciosas y tenues montañas, las de la postal clásica del sudeste asiático.

A esto obviamente hay que sumarle el río, las palmeras y las tupidas selvas de los alrededores, bien, pero bien de latitudes tropicales como estas. Un lujo acostarse en la hamaca paraguaya de la hostería (con minicabaña privada hecha de caña, por la que se puede llegar a pagar menos de tres dólares la noche) y contemplar el cuadro a piacere.

 

3 – Iconos locales: el pueblo en sí mismo no es de lo más copioso en materia de atractivos “tangibles”. Sin embargo, sí cautiva con barcitos iluminados con velas y música en vivo, múltiples casitas de madera y puestos de artesanos.

También lo hace de la mano de íconos como el famoso mercado nocturno (repleto de adornos, ropa, jugos de fruta naturales y cantidad de comida típica de la zona, como fideos sofritos o Pad Thai, Gai Yang o pollo grillado agridulce, ensalada de papaya o sopa Tom Yum) y los templos Wat Phra That Mae Yen (ubicado en un cerro lindero, ofrece espectaculares vistas del pueblo y el valle) y Wat Klang.

 

4 – Visita a los pueblos cercanos (y a los elefantes): actividad obligada en Pai es alquilar una moto (en promedio cinco dólares por 24 horas, ganga de aquellas) y largarse a recorrer los deliciosos alrededores. Rutas perfectamente asfaltadas que dejan ver bellísimas acuarelas montañosas, campos de arroz, cascadas, junglas y pueblos que se quedaron en el tiempo, habitados por amistosas tribus rurales que mantienen tradiciones milenarias.

El paseo también sirve para visitar el par de emprendimientos que ofrecen breves excursiones a lomos de elefante, baño con ellos en el río incluido. Más allá de la carga de conciencia que a veces puede generar la experiencia (si uno se pone en la piel del castigado animal), hay que decir que estos mamíferos son parte importante de la cultura tailandesa (como las vacas o los caballos lo son para la Argentina, por ejemplo).  

 

5 – Aislados templos, sentires budistas: también accesibles en los miniviajes con motocicleta, los templos se dispersan a lo largo y ancho de la región que rodea a Pai. Si bien aquello se da en cada rincón del país, aquí adquiere un tono único, merced a unos paisajes circundantes espectaculares.

Aislados y en muchos casos arquitectónicamente admirables (las estupas y las estatuas del Buda de protagonistas), estos templos ayudan a ensanchar el espíritu (ya sea en el interior o exterior de las construcciones) y a comprender más de las formas locales (Tailandia es considerado el país más budista del mundo). Que no se sorprenda el viajero si antes o después de los rezos algún monje de típica túnica anaranjada lo invita a la mesa. Cordialidad 100% tailandesa.

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