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La pasión que hace historia y es más presente que nunca

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La pasión que hace historia y es más presente que nunca

Los leones desataron una fiesta que se explica desde su multitud. El empuje de afuera volvió a ser vital para el corazón que se expresó adentro de la cancha

En la cancha, los jugadores coronaron una mitad de temporada fenomenal, que casi siempre tuvo un gran marco de público en las tribunas

Escribe: Juan Manuel Gorno

La Leonera fue un rugido enorme, sostenido, inolvidable.

Desde las tribunas tubulares o de cemento; arriba del techo del vestuario o debajo de los árboles de un rincón detrás de un arco, cientos de personas enfundadas con los colores de siempre (el negro, el rojo y el blanco) podían observar los colmillos del “León” tratando de defender el alimento conseguido una semana atrás, con la fiereza de un rey de la selva que se supo grande por naturaleza.

Era un partido de fútbol, pero no uno más, y si la cancha se conoce como Leonera es por algo. Quizás allí estaba la mística que obligadamente tenían que sacar a flote; tal vez sobrevolaba el espíritu de otras viejas leoneras, la de antaño del hoy barrio Villa de Parque o la del Residencial América, con el coraje exhibido por los que escribieron las primeras páginas de este nuevo, pero conocido campeón llamado Alem, esta vez, frente a la ruta 2.

“Muerda león” es la consigna primaria que se traslada de generación en generación, entonces a la gran parte de pueblo que bordeaba la cancha de tierra y se agolpaba contra el alambrado repitiendo el grito, poco le importó que Universitario, un digno finalista, haya puesto mejor la pelota contra el piso.

Alem es así. Es su gente empujando la historia con furia sobre el campo de juego y sus futbolistas tratando de defenderla, sabiendo que el compromiso es inmenso.

Lo sabe Cristian Agosto, el crack al que los niños le piden fotos después de la conquista. Lo vive Mauricio Morales, el técnico que se abraza a la leyenda (su padre, el Chopo) para hacer más íntimo el festejo de toda una ciudad. Y hasta lo reconoce Pavita Barroso, el masajista, que salta en un pie como cábala en la previa del partido y se sienta emocionado en el banco de suplentes, cuando los jugadores alzan la copa.

Todos llevan a Alem en la sangre y van contagiando a los viejos que los vieron crecer o a los “guachos” que siguen al equipo “en las buenas y en las malas”. Uno más uno van sumando y llegan a ser tantos que hasta pareciera que La Leonera quedara muy chica. Y así, los que hablan de la convocatoria de otras ligas terminan por marchitar sus frases en una jornada como la de ayer… Muy pocos en la zona meten 2 mil hinchas genuinos.

La fiesta continuó en la sede del club, adonde los hinchas empezaron a llegar ni bien finalizó el partido en la Leonera

Ese aguante

En estos seis meses donde lo más difícil fue, precisamente, llegar a fin de mes, los que siguieron al equipo en banda durante el Federal C, a principios de año, mantuvieron la taquilla hasta ayer. Y ese pueblo numeroso deriva en el éxito, tarde o temprano.

Media hora antes de iniciar la final, en las tribunas tubulares ya no entraba un alfiler y en las adyacencias del predio faltaban muchos por llegar a la puerta.

No lo podían creer los ocasionales camioneros que circulan de prisa por la ruta 2 y que, esta vez, debían ser frenados por seguridad ciudadana antes de llegar a la zona más urbanizada de la ciudad. “¿Y esto qué es?”, preguntó un conductor. “Esto es fútbol”, respondió un policía… “Esto es Alem”, agregó un hincha.

Metros más adentro del predio, donde la pelota picaba mal o por lo general paseaba por el aire, los leones dignificaban el contexto. Y minutos más tarde, todos se encontraban unidos en un solo abrazo, con la copa pasando de manos.

El verdulero del barrio mostraba la sonrisa amplia en su ingreso a la fiesta, pasando al lado del intendente, que se paraba un poco más allá que su rival político y otro tanto más acá del funcionario que había echado dos días antes. Y la novia del jugador jovencito se codeaba con el personaje de ojos rojos que venía de “pasar de largo” en la previa, luego de una noche de cóctel furioso entre el Pico de Oro y la Manaos.

Nunca faltarán las sucesoras de Doña María

Los jugadores, los dirigentes (de mucho trabajo en el año), la familia, la barra, la familia, los vecinos de siempre y el piberío siguió de caravana hasta la sede, donde hicieron lugar para colocar el título 16 en la vitrina, rubricando ser el segundo club más ganador de la historia de la liga.

Mientras en La Leonera sólo quedaban los papelitos, en el comedor refaccionado se centraban los cánticos, sonaban los redoblantes y se magnificaban los abrazos.

No era un recital de música popular, pero sí un pogo futbolero, del fútbol del interior del interior. Era Villa Nueva sintiendo lo que extrañaba hace cinco años. Era el campeón envuelto en su salsa.

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