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“Pocho fue un hombre de total confianza y de mucha bondad”

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“Pocho fue un hombre de total confianza y de mucha bondad”

Héctor Zanettini, el coleccionista más longevo de la ciudad, recuerda al recientemente fallecido Raúl Vargas, fundador del Centro Filatélico de la ciudad en 1951. A poco de cumplir los 90, Zanettini también fue parte de aquel grupo que creara la entidad y que en 1967 consiguiera imprimir la única estampilla villamariense de la historia

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Vargas mira a Zanettini durante los 100 años del Instituto Rivadavia

Escribe: Iván Wielikosielek

 Está conmovido y resignado; como si lo que pasó fuese inevitable desde hacía largo tiempo. Y así, con esta mezcla de sensaciones, el coleccionista más longevo de la ciudad nos recibe en su búnker de calle San Juan para charlar de la muerte de un amigo, cosa difícil si las hay. “De alguna manera lo esperábamos porque ‘Pocho’ estaba muy enfermo. Pero cuando nos llegó la noticia fue un dolor inmenso. Es algo que no tiene explicación”, comenta el hombre que en agosto contabilizará nueve décadas. “Por si esto fuera poco, Carlos Martín está internado en Córdoba; así que soy el último de la vieja guardia”.

¿Cómo y cuándo se conocieron con Vargas?

“Tiene que haber sido a fines de los 40, porque en el 44 yo vine a trabajar a la Fábrica de Pólvoras desde mi Santa Fe natal. En la Fábrica conocí a Obdulio Arrieta y Evaristo Coria, que serían con ‘Pocho’ los fundadores del Centro Filatélico y Numismático. Por ese entonces yo era un ‘juntador’ de estampillas, porque mi padre me traía cartas del extranjero. Hasta que un día Coria y Arrieta me invitan a una reunión. ‘Vení que te va a interesar’. Y fui. Ahí lo conocí a ‘Pocho’. Teníamos poco más de 20 años cada uno. Mirá, este es el borrador de la primera reunión y el acta del primer encuentro”, dice don Héctor mostrando una carpeta donde guarda toda la documentación de su existencia.

-¿Y cómo era don “Pocho” como amigo?

“Un hombre de total confianza y de mucha bondad; a tal punto que nunca nos enojamos ni entre nosotros ni entre los otros miembros del Centro. Si por ahí había algún chisporroteo, él era el primero en apagarlo. Fue un esposo, un padre y un abuelo ejemplar. No te imaginás lo triste que estaba su nieto en el velatorio… Tanto con la familia como entre los amigos era un hombre de fierro. Y cuando uno tenía un problema y buscaba alguien de confianza, tenías que verlo a él. Siempre te recibía, te escuchaba y cuando terminabas de contarle lo que te pasaba, hacía un largo silencio y te aconsejaba. Fue el paño de lágrima de varios de nosotros ahí adentro”.

 

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La postal de Villa María, con el sello y la estampita, es un recuerdo valioso

Sello imborrable

-Quizás el gran “hito” de Vargas haya sido imprimir la única estampilla villamariense…

“Yo estuve en esa comisión, pero la idea nació de él. Y probablemente fui uno de los que le dijeron ‘¡pero, ‘Pocho’, mirá si de Buenos Aires nos van a hacer una estampilla a una ciudad del interior que no es capital provincial!’. Pero él se empecinó en que fuéramos y cuando la conseguimos tuvimos ese orgullo, ser la primer ciudad del país que sin ser capital provincial tuvo sello propio”.

-¿El trámite fue largo?

“Hubiera sido imposible, pero Vargas tenía un contacto en Buenos Aires, la esposa del exgobernador Amadeo Sabattini. Ella le consiguió una audiencia con el secretario de Comunicaciones de la Nación. Y mirá vos, la reunión estaba pautada para 20 minutos, pero duró una hora y con el secretario terminaron siendo amigos. Vargas fue con Carlos Martín y Pedro Rinaudo y cuando terminó la charla, el secretario les dijo ‘muchachos, no se hagan ningún problema, la estampilla de Villa María ya sale…’. Esto debe haber sido en el año 64 ó 65. Y en septiembre del 67, cuando Vila María cumplió los 100 años, recibimos el sello con una alegría inmensa y una exposición nacional de filatelia…”.

Y entre las páginas de la gran carpeta de Zanettini se ven numerosos ejemplares del único sello local. Está en un sobre matasellado a primer día; está en un cuadrito nuevo, está sobre una postal de la plaza Centenario y en diversos formatos y colores, pruebas de imprenta antes de su diseño definitivo.

P12-f2Pero la carpeta de Zanettini guarda muchos otros tesoros: recortes de diario, afiches y (sobre todo) fotografías. Una cena en casa de don Carlos Martín con Vargas y Rinaudo. Un encuentro de filatelistas en Mar del Plata. La última exposición nacional hecha en la ciudad (ExpoViMa 2014) donde Zanettini está junto a Vargas y Martín. Y, casi al final del álbum, una foto de 2004 para el centenario de la Biblioteca Rivadavia. En esa foto, Zanettini y Vargas, invitados de honor, están de traje recibiendo un diploma, se ríen y se abrazan. “Así lo quiero recordar”, dice el hombre con una voz venida de otra parte.

Y cuando la carpeta se cierra, me imagino que aquella foto empieza a rodar en la pantalla de su corazón como una vieja película en colores, una que habla de una fiesta y de un encuentro y que, como en todas las películas de amistad, nunca aparece la palabra “fin”.

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