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Saber lo que consumimos: los rostros detrás de los alimentos

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Saber lo que consumimos: los  rostros detrás de los alimentos
El campo está ubicado en cercanías del Parque Industrial, son cuatro hectáreas de producción agroecológica

Informe – Cómo produce una familia de campesinos en el periurbano villamariense

Son oriundos de Bolivia, pero en su adolescencia llegaron a la ciudad para trabajar la tierra. Al igual que muchas otras familias, fueron explotadas por terratenientes hasta que pudieron alquilar un campo y “trabajar a voluntad”

Escribe Emiliano Eandi
Imágenes: María Victoria Araujo
DE NUESTRA REDACCION

 

En el imaginario colectivo todos sabemos quiénes son los que se esfuerzan para que nosotros tengamos el alimento fresco en la mesa, pero muy pocos los conocen.

Ante todo, campesinos. Su llegada a Villa María desde su Tarija natal, en Bolivia, daría para todo un capítulo, porque también tiene mucho que ver con la forma de trabajar la tierra: sin agrotóxicos y respetando los tiempos, los de la tierra y los suyos.

“Te cansa, pero uno trabaja a su voluntad, sin que te obligue el patrón”.

Vilma Calizaya y Armando Yurkina alquilan cuatro hectáreas en el periurbano villamariense -a la vera de la ruta 9, en cercanías del Parque Industrial- y desde hace seis años pudieron escapar de una seguidilla de relaciones de dependencia en las que se veían obligados a cultivar de una manera que no compartían, además de ganar muy poco.

“Les reclamábamos de los precios que hay en el Mercado (de Abasto) y se enojaban… se iban mientras le estabas hablando y yo simplemente iba a preguntar por qué nos pagaban un precio y en el mercado estaba a otro”, comentó Vilma.

Antes recibían el 30% de las ganancias que el dueño del campo obtenía cuando vendía al Mercado la producción en la que solo ellos habían trabajado.

“Ahora le vendemos a un hombre cuando tenemos mucha producción y también tenemos algunas verdulerías donde distribuir, una es de Nelly”, dijo la mujer, en referencia al local que una de sus hijas tiene en barrio Las Playas.

Son dos mujeres y un varón el fruto de la relación entre los campesinos que llegaron a la ciudad cuando tenían 17 años, aunque Armando llegó primero a Argentina a los 13 y, una vez instalado en Villa María, convenció a Vilma de formar su vida en esta localidad.

Sin patrón

Para referirse al trabajo por cuenta propia, los quinteros dicen “nos pudimos salir”. Es que estaban encerrados en un círculo vicioso de codicia, temores y timidez.

“Trabajar con patrón era bravo… me daba bronca, porque siempre queríamos luchar para salir adelante y no podíamos. A veces uno por tímido no habla, o sea… es miedo.

Yo siempre dije que es el miedo el que a vos te hace retroceder en todo aspecto, es lo que siempre le digo a mis hijas. Uno no tiene que tener miedo, tienen que ver el esfuerzo que nosotros hacemos. Apenas vine a Villa María era chica, y el patrón siempre nos decía a nosotros que no teníamos que salir de la casa, no teníamos que andar por ahí, porque yo llegué sin documentos… entonces siempre nos intimidaba para que estemos siempre en la quinta”.

Vilma relató en pocas palabras -pero suficientes- la situación por la que muchos inmigrantes deben atravesar en el país.

Tras varias experiencias similares pudieron concluir: “Uno era muy discriminado, ellos piensan en tener más y que nosotros vivamos en la miseria”.

 

Sin agrotóxicos

En la segunda parte de la nota, y a pesar haberse escapado audazmente al momento de la foto con la excusa de “ir a regar”, Armando tomó protagonismo para hablar sobre la relación que tienen con la tierra.

– ¿De qué forma cultivan los alimentos?

-Como todo agricultor.. preparamos la tierra y sembramos como toda la verdura que se vende acá en la zona.

Con esa simplicidad verdadera el hombre pasó a explicar algunos de los principios que respetan a rajatabla en su campo de cuatro hectáreas del que obtienen lechuga crespa, mantecosa, repollada, achicoria, rúcula, remolacha, zapallitos, puerro, verdeo, apio y algunos tomates.

– ¿Y cuánta gente más trabaja con ustedes?

-Nadie, somos dos.

– ¿Para todo esto?

-Sí, porque se siembra un poco y un poco, nunca todo el campo…

En ese predio también tienen un invernadero (hoy con rúcula y tomates sembrados), que sufrió el temporal del verano pasado y gracias a un aporte de la provincia pudieron comprar parte de los materiales, aunque la mano de obra significó un esfuerzo extra para la pareja.

No aplican “matayuyo” -como  lo denomina Armando- ni químicos para el crecimiento y fortalecimiento de las plantas.

“Al mismo muchacho al que le compramos la semilla en Córdoba nos manda los productos que son solo para las plagas”, aclaró el quintero.

Vilma contó que una señora que vive en el centro a veces se llega hasta el campo para comprar sus producciones, ya que una de las verduras, la achicoria, le trae muchos problemas al consumir la de cualquier verdulería.

Pero cuando trabajaban bajo las órdenes de los dueños de la tierra, la situación era diferente.

“Antes los patrones te obligaban a usar veneno… si no  lo hacíamos nos echaba. Ahora, nada que ver… somos muy cuidadosos”, afirmó Armando.

“Tantos años trabajando en la quinta que ya sabemos lo que es malo para la gente”.

Siguen utilizando herramientas manuales para eliminar las malezas, las mismas que usan sus familias en Bolivia en las campañas grandes de cada verano, con la que deben sobrevivir hasta la siguiente.

Antes, en “relación de dependencia”- así, entre comillas, porque trabajaban en negro- ganaban en promedio $2.500 por mes.

“La situación que estamos ahora es brava también, con los impuestos que hay que pagar, el alquiler, la luz, el monotributo, la contadora… hay que remarla lindo”, analizó Vilma.

La tierra es de quien la trabaja

Un informe publicado recientemente pone en jaque al sistema actual de producción de alimentos, al que llaman “tradicional”, pero en realidad es al que nos acostumbramos a ver: el que muestra un paisaje de monocultivos, enormes maquinarias agrícolas y semillas inorgánicas.

En el mundo, los campesinos producen el 75% de lo que llega a nuestra mesa utilizando  apenas el 25% de la superficie. En los agronegocios, las cifras son exactamente inversas: emplean el 75% de la tierra para generar apenas el 25%.

“¿Quién nos alimentará? ¿La red campesina alimentaria o la cadena agroindustrial?”, es el nombre de la investigación del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración que muestra datos reveladores   acerca del daño causado por el modelo agroindustrial.

A tal punto que, siempre según esta evaluación, por cada dólar que los consumidores pagan dentro de la cadena, la sociedad paga otros dos dólares por los daños ambientales y a la salud que la misma cadena provoca.

La histórica excusa para sostener el modelo que más afecta el entorno es que la población aumenta y se necesita alimentarla para que pueda sobrevivir.

“En un mundo lleno de comida, más de la mitad de los habitantes no puede acceder a la comida que necesita. Lo más trágico es que tanto en números duros como en porcentajes, la proporción de personas mal nutridas va en aumento”.

Ese párrafo de la investigación de la ONG vuelve a poner el foco en el problema central: la distribución y el acceso a los alimentos.

Además, se reveló que el 90% de la energía fósil la consume el agronegocio, mientras que la forma de trabajar la tierra que llevan adelante los campesinos precisa apenas del 10%.

 

 

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