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Una luz que brillará eternamente

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Una luz que brillará eternamente
El padre Hugo Salvato en la Quinta de San Ignacio (foto Archivo)

Fue nuestro, fue de todos, llevó el mensaje de amor por el prójimo más allás de las fronteras impuestas por los hombres en los distintos planos. El padre Hugo Salvato fue luz, una luz que vive en nuestros corazones y nunca se apagará

El padre Hugo Salvato en la Quinta de San Ignacio (foto Archivo)
El padre Hugo Salvato en la Quinta de San Ignacio (foto Archivo)

Inolvidable. Cómo no recordarlo con su mirada serena, su acento italiano, sus mensajes llenos de esperanza y amor.

El padre Hugo Salvato nació en Curtarolo, Italia, el 4 de febrero de 1933. Ayer hubiera cumplido 83 años y rendirle homenaje a su vida es una de las maneras de expresarle que más allá de su desaparición física, los hombres como él nunca mueren.

Ordenado sacerdote, su idea era radicarse en Brasil. Pero el destino quiso que llegara a Villa María, justo para un aniversario de la ciudad, el 27 de septiembre de 1965.

Una fecha emblemática que marcó una de las grandes historias de solidaridad y amor por el prójimo de nuestro terruño.

Los jóvenes se encantaron rápidamente con el sacerdote. “Deporte, naturaleza y compromiso solidario fue el trípode en que asentó su espacio de contención para los jóvenes.

El padre Hugo Salvato llegó a Villa María para desalmidonar la Iglesia, ponerle alma y sentimiento terrenal.

Después de permanecer un tiempo en las Hermanas Rosarinas aprendiendo el castellano ingresó como capellán a la iglesia Catedral abriendo de par en par los portales del templo villamariense y cientos de niños y adolescentes abrevaron su realización personal en el fresco manantial, que como un surgente de luz, emanaba de las pétreas convicciones del cura pasionista; bálsamo en tiempos de abruptos cambios que avizoraban futuros promisorios.

El misionero llegó para innovar y desde su primer día en la tierra ctalamochitana comenzó un vertiginoso proceso de transformaciones”, escribió el historiador y amigo personal de Salvato, Rubén Rüedi al contar su historia publicada en un Suplemento especial de EL DIARIO en el año 2006, cuando dejó la Tierra para encontrarse con su Dios.

La historia escrita por Rüedi resaltó el fenómeno que fue el padre Hugo en Villa María.

“Los hijos de las familias representativas, por su buena condición económica, se confundían con los hijos de las familias obreras en las tropas de scouts que el padre Hugo había formado recién llegado a Villa María”.

 

Junto a los postergados

En octubre de 1968 el padre Hugo Salvato se hizo cargo de la Parroquia de Nuestra Señora de Lourdes, en barrio Ameghino, donde puso en marcha el primer movimiento solidario genuino de la ciudad.

“La Villa María opulenta y recientemente centenaria empezaba a reconocer su pobreza.

El misionero sacudía la realidad desempolvando desde el olvido la postergación social de uno de los barrios más poblados y humildes de la otrora estancia de los Ferreira. Allí estaban las necesidades básicas insatisfechas. Y la ciudad mostró, con relativo orgullo, su primer comedor comunitario que cobijó a más de cien chicos con “ganas de comer”, escribió el historiador local.

En la capilla de Lourdes, Salvato logró tender puentes con la clase media que eligió el mencionado templo para las uniones matrimoniales y los bautismos.

“La obra del padre Hugo trascendía a toda la región y muchos curas de pueblos vecinos se referenciaban en ella. Pero la jerarquía eclesiástica de la Diócesis percibió que perdía protagonismo y comenzaron los recelos”, contó Rüedi.

 

El misionero

Más allá de sus diferencias con la cúpula eclesiástica, el padre Hugo no abandonó su espíritu misionero.

“Como un arquitecto de almas, pero humilde como un albañil, ladrillo a ladrillo comenzó a construir lo que sería la Comunidad Joven para la Gran Comunidad.

No estuvo solo; silenciosa y anónimamente hubo quienes le acercaron una mesa, una puerta, un árbol, alguna carga de arena, o simplemente los brazos y el solar de barrio San Antonio (Villa Nueva) comenzó a tomar forma de pequeño paraíso terrenal.

En su terruño natal, a donde también había trascendido el altruismo de su obra, la solidaridad tomó cuerpo y los padovanos sumaron su apoyo para que el hijo dilecto concretara los sueños evangelizadores en el perdido rincón de la América del Sur. También los vecinos de Morazzone, en la provincia de Varese, donde los padres de Hugo vivieron sus últimos años, acercaron sus corazones a la cruzada del misionero.

Así levantó la capilla, que llevaría el nombre de San Ignacio por ser el 31 de julio, día de este Santo, cuando el padre Hugo puso, literalmente, el primer ladrillo de su nueva obra en 1985.

Así construyó toda la infraestructura necesaria para albergar prioritariamente a los niños en situación de riesgo mientras él siguió morando en la original casita de un solo ambiente”, reflejó la historia de Rüedi.

 

Reconocimiento

La llegada de monseñor Roberto Rodríguez a la Diócesis fue el bálsamo que el alma de Salvato estaba necesitando para aliviar su dolor.

“El obispo hizo un buen análisis de la realidad de su feudo religioso y actuó en consecuencia”, remarcó Rúedi.

Efectivamente, Rodríguez fue el encargado de informarle que la Iglesia reconocía en él a un sacerdote abnegado en la comunión con Cristo. Su obra sería reconocida oficialmente y legalizados sus servicios religiosos”.

Uno de los momentos de mayor emoción para el sacerdote y para las dos comunidades que conocieron su alma de pastor.

En nuestra edición del 18 de marzo de 2006 tuvimos que dar la noticia que nos golpeó a todos: murió el padre Hugo.

El padre nuestro, el padre de todos. El que ayer cumplió 83 años y seguramente disfrutó de su banquete en el cielo.

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