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Baguala para una peña dormida

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Baguala para una peña dormida

Con el cierre de La Casa del Folclore, ya no quedan peñas estables en Villa Nueva y se llena de silencio la tradicional esquina de Santa Fe y Marcos Juárez, donde antes funcionó La Peña del Guli. En los 50 hubo un espacio similar, La Lechuza Loca, un nombre que desafió al ícono del prolijo Festival villamariense

Escribe Emiliano Eandi
De nuestra Redacción

Hasta podría parecer romántico al final de una zamba, pero el apagón de La Casa del Folclore no se produjo precisamente en un momento como tal, sino por la elevada boleta de luz, que sumada al alquiler y el resto de los servicios obligaron a bajar las persianas del local de Santa Fe y Marcos Juárez.

Históricamente conocida por albergar a La Peña del Guli Moreno, la esquina que en los últimos años gerenció Gustavo Martínez -concuñado del Guli- se convirtió en un espacio de encuentro para las familias de la zona rural, de la ciudad y hasta de los jóvenes estudiantes amantes de la música folclórica.

La decisión de invitar a músicos de la Universidad y del Conservatorio hizo que confluyeran distintos públicos en un lugar que siempre estuvo referenciado como “el bar de la esquina”, justamente en una intersección más que tradicional para Villa Nueva.

En Santa Fe y Marcos Juárez se apostó en los años 50 la típica Casa Marchionatto, un almacén de ramos generales que ya empezaba a imprimir la impronta que no se podría escapar más de esas paredes. Además de alimentos y productos de despensa a granel, se vendían allí espuelas, lazos, monturas y otros accesorios relacionados a lo gauchesco: un espíritu que siempre estuvo presente en la casona.

“De chico entraba ahí a comprar y cuando tuve la posibilidad de contar con una peña en ese lugar, me produjo mucha nostalgia”, recuerda Gustavo Martínez, el villanovense que hasta hace unos meses llevó adelante La Casa del Folclore.

A los inconvenientes de los gastos se les sumó un problema personal que lo obligó a hacer “un alto en el camino”, según comentó.

Con el cierre de este espacio, ya no quedan peñas fijas en esa ciudad. Se cuenta entre sus vecinos que anda la zamba buscando compañero y que se la vio triste a la baguala en la plaza pidiendo por un lugar para gritar sus penas. Hay gato encerrado y no sabe adónde salir, ruega por un malambo que rompa el candado en una mudanza y vuelvan a sonar tres acordes en Santa Fe y Marcos Juárez.

 

Un espacio popular

En octubre de 2015, Gustavo Martínez se hizo cargo del espacio donde funcionó durante mucho tiempo La Peña del Guli, para encarar su primer negocio en el mundo del folclore. Sin embargo, nunca cobró entrada a los que allí asistían porque veía cómo “sacaban las últimas monedas del bolsillo para pagar la cuenta”, según comentó el propio Martínez.

Se podía comer una picada e incluso a festejar un cumpleaños con algún menú especial, pero siempre durante los fines de semana. La Casa del Folclore abría sus puertas los viernes y sábados y ese fue el primer cambio rotundo a lo que se acostumbraba en esa esquina y lo que definió al público que luego sería habitué de la casa.

“Con todo este cambio, a la gente ya no le alcanzaba la plata. Siempre fue mucha gente, pero empezó a bajar bastante el consumo, incluso después llegaban más tarde porque ya no iban a comer”, indicó Gustavo Martínez, y recordó que una vez trajo al Mono Leguizamón: “La gente vino y pagó la entrada, pero no consumió casi nada y se fue apenas terminó él de cantar”.

Lo importante era encontrarse, compartir y bailar hasta que el sol les hiciera acordar que al día siguiente había que volver al tambo, al negocio, al colegio, a la “uni”. Porque si hubo algo que caracterizó a La Casa del Folclore fue la confluencia del público de distintos ámbitos y de las dos Villas.

“Cuando abrí la peña, no sabía cómo me iba a manejar. Es un ambiente que no es fácil porque hay gente de todas las clases sociales y de todos los niveles socioeconómicos. Siempre los tratamos con mucho respeto y con la mejor atención porque eran nuestros clientes, pero yo no sabía cómo hacer si llegaba a tener algún inconveniente. Nunca tuvimos ese problema porque desde el primer día nos hicimos todos amigos y era una gran familia”, afirmó Martínez.

Ahora, esa “familia” sigue conectada mediante un grupo de WhatsApp, pero con la gran necesidad de concretar un encuentro, de volver a ganar un espacio para convivir. “Siempre hubo respeto de los hombres que iban solos hacia las familias y las mujeres; en realidad, era una familia y ahora todos se extrañan”, sentenció.

Sin dudas, haber roto el esquema del típico bar para hombres hizo que el público se apropiara del lugar. “A veces trabajábamos tres personas y no llegábamos a atender todas las mesas, así que los mismos clientes venían a la barra y se servían ellos. Sin decirte nada, entraban a la cocina y te empezaban a lavar platos y te preguntaban ‘¿qué más hago?’. Era cómico, a veces, porque nosotros estábamos muy tensionados por el hecho de no tener una moza y después salía todo distinto con la ayuda de la gente”. Eso también es el folclore.

 

Igual que la calandria, ¿vuelve?

“Yo pienso que sí”, dijo con ilusión Gustavo Martínez consultado sobre la posibilidad de que La Casa del Folclore abra nuevamente sus puertas. Intentó vender la llave de negocio para que siga funcionando, pero “los costos son muy elevados y nadie se atrevió a enfrentarlo”.

“Para mí y para mis clientes, La Casa del Folclore no se fue, solamente hizo un alto en el camino; no vamos a abandonar el folclore”, aseguró.

 

Un poco de historia

El locutor Ricardo Kestli, histórica voz de la Radio del Folclore, recuerda una de las primeras peñas estables que se inició en Villa Nueva. Como desafiando al ícono del prolijo Festival villamariense, el espacio se llamó La Lechuza Loca.

“Estaba en la calle 9 de Julio, en un pasillo al fondo. Era una peña linda, aunque algunas veces se ponía medio inquieta”, comentó entre risas Kestli. El conductor radial apela a su memoria y trae al presente a Palaca, el mozo, uno de los personajes de la época en la ciudad de la posta.

Quien fuera su dueño aún vive. Se llama Osvaldo “el Gringo” Bruno, pero ya no guarda fotos ni pasajes de lo que fue aquel recinto. “Solo me acuerdo de que funcionó en la época que se casó Clavero (por Oscar Clavero, músico villanovense)”, comentó a EL DIARIO el viejo dueño del bodegón.

Kestli escribió una chacarera dedicada al bar del Guli Moreno, cuando todavía funcionaba en la esquina donde después se instaló La Casa del Folclore. Luego, el profesor Rubén Tisera le puso acordes y la grabó Rafael Abalos:

 

Pa’l bar del Guli Moreno

Aquí va la chacarera
pa’l bar del Guli Moreno
pa’ refrescar los veranos
y calentar los inviernos

Ya va llegando el padrino
es Gerónimo Sequeira
Fredy y Toto con sus guitarras
para cantar cuando quieran

Empanadas y churrasco,
puchero con chiquizuela
elija nomás, compadre
no le mezquine a las muelas

Se vuelve peña la noche
cada cantor una estrella
y el Guli en el mostrador
va descorchando botellas

Desde el barrio La Bombilla
Alumbra’o por el lucero
Buen amigo, bueno cantor
Aplausos pa’l Chula Agüero

Ojito Abalos, Negro Tim
Villa Nueva está de fiesta,
Baigorria y Pedro Piedra
canten hasta que amanezca.

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