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Bajo máquinas y dioses

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P14-f1 (Cardarelli)Escribe: Mauro Guzmán

ESPECIAL PARA EL DIARIO

Tolstoi fue atento a los progresos técnicos. En la Europa de fines del siglo XIX fue uno de los primeros en usar bicicleta. También fue un visionario de la máquina de escribir. Se inventó en 1885 para que, cual copistas medievales, hubiera encargados de pasar en limpio los borradores de las novelas de los grandes escritores.

Tolstoi, despierto como era, se animó a usarla no sólo para copiar literatura, sino para crearla: “La muerte de Iván Illich”, por ejemplo, fue escrita directamente a máquina. Con el tiempo, los escritores acostumbrarían crear a máquina. De hecho, el poeta Fabio Cardarelli, en una mesa del café Argentino, de pelo cortísimo y con hilitos de sudor bajando por su frente, me comenta que él tuvo una.

Pero que es una historia: su padre (vivían en el campo, por eso el valor del gesto que relataré) le regaló a los 13 años, a modo de rito de iniciación a la adultez, de invitación a la virilidad, su escopeta. No una escopeta: su escopeta, la que había usado él, la que gatilló para alzarse con honorables trofeos del reino animal en la casa de campo ubicada en Ana Zumarán.

Su madre (sospecho que con secreto rencor), muy pronto, vendió esa escopeta y con la plata compró para el pequeño Fabio una máquina de escribir. Antes que Fabio fabricara alguno de sus poemas en que intervienen ángeles y mujeres salvadoras, ya había venido el ángel de su madre a derribar las armas y a instalar la palabra. El resto, fue una lucha de Fabio cuerpo a cuerpo con ese aparato duro completo de teclas. Quizá el destino, como él insistirá a través de la charla, le echaba su peso encima.

 

Del silencio

-Sé que en una época guardaste silencio. Venías escribiendo y de pronto paraste ¿qué pasó?

-A una determinada edad intuí que la poesía podía llegar a ser un destino marcado, determinado. Creí en ella con todo el fervor que se tiene en la juventud. Pero por ciertas circunstancias y, en verdad, por razones personales, me desanimé. Sentí que la poesía no me estaba dando lo que buscaba (como si fuera una ambición egoísta), que no me ayudaba en mi relación con mis amigos, no era consecuente con el amor de una mujer ni mucho menos ayudaba a alimentar mis hijos. Después entendí o supe que la poesía es mucho más que eso. Y quedé con todo eso dando vueltas por años, cosas propias sin resolver. Y no lo creo un tiempo perdido.

-¿Cuándo empezó el silencio?

-Publiqué, a modo independiente, “Donde la piedra es pájaro” a los 17 años (para lo cual utilicé los esforzados ahorros que iba a usar para el viaje de estudios. Y para abaratar costos iba todos los días a la imprenta y ayudaba a armar el libro, mi propio libro), y “Bis” a los 20 años. Después vino el silencio. No dejé de leer, la lectura nunca se abandona. Es propio, es un hábito que nace de la nada, que va con uno mismo, es como una necesidad. Y leí a poetas como Raquel Garzón, Samuel Beckett, Juan Gelman, Hugo Mujica, Eugenio Montale, entre muchos otros.

-¿Y cómo llegaste a la lectura?

-Vivía en un pueblo donde no había luz eléctrica. La lectura era casi el único entretenimiento doméstico. Sólo leíamos de día, porque había luz a kerosene y, a determinada hora, se apagaban los faroles o las lámparas y había que esperar que saliera el sol para volver a leer. Tenía una pequeña biblioteca: un rejunte malo de libros y revistas que me habían regalado y que nunca se renovaban. Lo leí completo más de una vez. Allí aprendí con asombro el valor de las relecturas.

-Mencionaste a Hugo Mujica. El también está vinculado al silencio.

-Mujica valora el silencio porque a partir del silencio construye gran parte de su obra. Estuvo muchos años en una orden trapense con votos de silencio. El valora mucho el silencio. Es muy interesante Mujica, lo que plantea a partir de haber aprendido a callar.

-¿Extrañás el silencio a veces?

-No. Soy consciente de cuándo es necesario el silencio. Entiendo la poesía como un destino. Y, por más que haga silencio, nos miramos con cautela. A veces hago silencio, lo que me ayuda a tomar distancia, ver dónde estoy parado. Pero no le pongo el tiempo de los hombres a esta hermosa tarea. Atiendo los silencios personales, los momentos. Uno, en su intimidad, sabe cuándo es necesario contar algo y cuándo puede pasar desapercibido. Considero que la poesía es esa herencia sin rencor que nos fue dada sin pedir, y aceptada, que busca iluminar con la palabra las más profundas obsesiones del mundo y de los hombres. A cambio, nos devuelve una felicidad sencilla, una humilde felicidad y una muy breve recompensa. No depende de nosotros. A veces se me ocurre que nos utiliza para contar historias. Es a lo que yo me negué y después tuve que aceptarlo y ya no me dejo traicionar.

 

Dioses, palomas y poemas

-Si el poeta es una suerte de médium o instrumento ¿te parece correcto publicar?

-Publicar alimenta la vanidad y, la vanidad, de manera regulada, es un motor. Desde ese lugar publicar es necesario y también te conecta con los otros, sirve en función de los vínculos. Y tengo, además, la sensación de que hay cosas que no se tienen que perder en el vacío y en la oscuridad. Los dioses, que deberían ser sabios y distribuyen las tareas de los hombres, han hecho bien el juego: han puesto fieles en cada rincón del mundo para que distribuyan lo necesario. Definitivamente creo que tenemos una función específica. Cada uno desde su lugar y el mundo sigue dando vueltas.

-Hablando de dioses y funciones: leyendo tus poemas ¿es válido que yo lea que le das a la mujer la figura de salvadora?

-Sí, puede ser. Ya desde el momento de nacer estamos puestos al amparo de una mujer, por lo que sería apropiada, oportuna y noble esa consideración.

-En Villa María hay un boom de publicaciones. Cualquier persona con un mínimo poder adquisitivo, puede publicar un poemario ¿qué pensás de esto?

-Pienso que hay que ser cauto con apurarse a publicar, porque eso queda como un sello. Aunque después siempre nos arrepentimos de lo que hemos publicado. Pero pienso que la poesía debe tener un tiempo de maduración, de corrección más de una vez, de pulido. Y que las editoriales deben buscar como premisa una poesía que vibre, que emocione.

-¿Tenés poetas que son tus referentes?

-Gelman me gusta mucho. Sus libros “Gotán” y “Si dulcemente” me encantaron. “Huesos de sepia” de Eugenio Montale, un libro al que siempre vuelvo. Samuel Beckett, toda su obra. “La vida en que sueñas” de la cordobesa Laura García del Castaño. La obra de Alejandro Schmidt que, además, fue como un maestro para mí y una vez me dio una frase inolvidable: “Todos los ciegos del mundo se abrazan en la luz por la palabra”. La poesía de Edith Vera. Y tantos más enormes poetas de los que es muy difícil no contaminarse. Y ahora hay gente de acá, de mi ciudad, que está escribiendo cosas hermosas, cosas increíbles. Eso me alegra mucho.

-¿Y te han dicho los dioses qué es la poesía?

-Te lo definiría con una imagen de la infancia. Mi padre tenía un palomar, palomas mensajeras con las que él se comunicaba con sus patrones, me llevaba de la mano al palomar, palomas mansas, me dejaba elegir una, la tomábamos con las manos, escribíamos un mensaje breve, preciso, doblábamos el papel y lo poníamos en el anillito que iba al dedo de la paloma. Mi padre la llevaba al patio y la soltábamos al cielo como una ceremonia, un pacto, una logia secreta compartida. La paloma trazaba unos círculos en el aire, hallaba una orientación y la perdíamos de vista, quizá, para siempre. Me gusta pensar que de algún modo eso es la poesía. Un mensaje que soltamos, busca su orientación y lo perdemos.

 

Una moza joven viene a salvarnos del calor y al final logra el efecto contrario. Le damos el dinero y nos vamos. Antes, dos mujeres pasan junto a nuestra mesa. La más joven, de pelo claro hasta debajo de los omóplatos, de vestido liviano que la besa hasta los tobillos, observa con obstinados ojos los libros de nuestra mesa, lo mira a Fabio, él no lo nota. El, quizá, piensa que no podía escapar a esta entrevista, que era su destino, en medio del calor de un café, no ver a la mujer porque estaba viendo sus poesías o sus palomas, porque había que elevarlas al aire, perderlas.

 

tendría que venderte este fatigado corazón que hizo larvas

a los pies de tu cama

o prestártelo acaso por un rato eterno

y que no me lo devuelvas

tendría que encontrarle un nombre

a nuestra asombrosa tempestad de ave

soñándose en la rama

dejando sus huevos al riesgo de la suerte

al manotazo de Dios

-sin embargo, aquí me tienes, tratando

de despertar una hora siquiera de esta vida-

tendría que prestarte este desolado corazón que

mira de reojo

o

bajo la espuma

toda su declinación, prestártelo

para cuando lo muerdas le arrojes tus perfumes de clara noche

y le bebas

en pequeños tragos su misantropía

-así, providencia

del deseo es mi oscura intención-

prestártelo

para que cuelgues sus murales en las paredes del mundo

en los pizarrones de la inocencia desgastada

en la jaula de tus pensamientos envidiables

en las faldas de tu asombroso querer

o

dejártelo simplemente

para que lo acaricies cuando el sueño le cierne sus esposas

y yo

le venda mis esclavos a la suerte…

Fabio Cardarelli

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