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Contate uno de la Alhambra

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Contate uno de la Alhambra

Por el Peregrino Impertinente

Algunos Washington más o menos famosos: George Washington (prócer estadounidense, probablemente garca), Oscar Washington Tabárez (técnico de fútbol, tiene cara de que le acaban de hacer un enema con Prity limón), Washington (perro de Condorito, actualmente osamenta), Denzel Washington (actor, le pega con las tres). Como se podrá apreciar, en la lista no figura Washington Irving. Será porque se olvidaron del talentoso escritor. Y porque el inventario en cuestión no le interesa a absolutamente nadie.

Un poco para llevar la contra, hoy hablaremos de Irving, o mejor dicho, de su trabajo más conocido: Los Cuentos de la Alhambra. Libro cuyas historias se desarrollan alrededor de la espectacular ciudadela del sur español. Esa que tanto fascina a los amantes de la cultura nazarí, pero más a los que venden productos alusivos al célebre complejo, como remeras, llaveros, imanes, gorros, mochilas, cuadernos, sahumerios, serruchos, nebulizadores, ligamentos cruzados de la rodilla derecha y la santísima madre que los parió.

La obra en cuestión, editada en el año 1832, aborda con un tono romántico la figura de la Alhambra, a través de una serie de cuentos de diversa índole. Desde fábulas y leyendas, hasta relatos de tono realista y febril, el lector se verá envuelto en la mística de palacios, jardines y torres. Y hasta se sentirá un sultán, un príncipe, o un simple peregrino del Siglo XIII, cuando salga por las calles a gritar: “Hermanos, no os dejéis caer en las garras de los castellanos, no creais sus bazofias. Alá es grande”, antes de que el cura del barrio le parta un ladrillo en la frente.

Lo que no todos conocen del asunto es que el autor se dio el lujo de vivir durante un tiempo en la mismísima Alhambra. “Al harem lo quiero bien surtido, los dátiles frescos y los corceles fuertes y briosos”, dijo Irving al llegar, demasiado compenetrado en su propia fantasía como para que lo inflen a bollos.

 

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