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Desborde de talento en la piel de Chávez

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Desborde de talento en la piel de Chávez
En “Yo soy mi propia mujer” logró, mediante un exigente trabajo expresivo, interpretar a una travesti y un escritor a la vez

Cerca de 600 personas asistieron entre el sábado y el domingo a las sendas puestas realizadas en el Teatro Verdi. El artista regaló entradas para estudiantes de Teatro

En “Yo soy mi propia mujer” logró, mediante un exigente trabajo expresivo, interpretar a una travesti y un escritor a la vez
En “Yo soy mi propia mujer” logró, mediante un exigente trabajo expresivo, interpretar a una travesti y un escritor a la vez

Ver a Julio Chávez en acción es como observar de cerca a un artesano que moldea a su suerte a una sustancia viva y latente denominada teatro.

El actor utiliza su propio cuerpo como herramienta a fin de lograr los cometidos que le exigen las expresivas unidades simbólicas que emergen como personajes.

Chávez se sumerge, nuevamente 10 años después, en las provechosas aguas de un unipersonal que tantas satisfacciones le ha brindado. En “Yo soy mi propia mujer” desborda su condición dúctil en un intensivo y demandante desdoblamiento necesario en dos personajes centrales y reales: Charlotte von Mahlsdorf, una travesti alemana coleccionista de objetos que logra sobrevivir a dos cruentos regímenes, el nazismo y el comunismo, a pesar de regentear en el sótano de su casa una taberna para gays y travestis; y Doug Wright, un escritor homosexual que intenta hacer una obra teatral sobre la vida de Charlotte y termina imbuido dentro de un amor platónico.

El actor resuelve el cambio de identidad con un simple giro o modificación del tono de voz, aunque permaneciendo siempre con las ropas de Charlotte: un guiño al travestismo y al abanico de sexualidades en varias dimensiones. A pesar de la abundancia de texto, datos, relatos anecdóticos o citas sobre acontecimientos históricos, el artista logra cautivar de tal modo al espectador que lo introduce en las fauces de la trama y en la vida demencial, cruda, fascinante y por varios motivos única de Charlotte. Hace creer (subraye tales palabras), que está dialogando, con interrupciones, gestos y varios saltos emotivos melodramáticos, con un Doug Wright imaginario. O viceversa.

En los tramos finales se devela, con documentos oficiales en mano, una sospecha: Charlotte era delatora de los servicios de inteligencia a fin de recibir inmunidad y salvoconductos. Queda al espectador la puerta abierta para la comprensión o la aversión definitiva hacia esa mujer que nació hombre, que mató a su padre déspota, que fue encarcelada, marginada y usada por el Estado. La verdad absoluta también se oculta detrás de todos los velos e identidades posibles que baraja la humanidad.

 

Alumnos invitados

En total se vendieron 600 entradas para ambos días. En la velada del domingo, hubo invitados de prensa y 50 alumnos de los talleres teatrales de La Panadería y de Quijotada, por gesto del propio actor, informaron desde el teatro.

Juan Ramón Seia

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