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El alma de la Quebrada

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El alma de la Quebrada

Escribe: Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO

p18 - HumahuacaLa marca de los indígenas: los locales tienen el cuero tostadito, de tanto sol, de tanta herencia ancestral de los omaguacas, los que labraron el ADN del extremo norte argentino y de paso dieron nombre a este bellísimo pueblo. Se palpa en el carácter de la gente, introvertida hasta para mirar, que calla mucho y no le mueve un pelo ni el viento de la puna. Acostumbrados al vivir austero, se los ve libres de la influencia del mundo moderno. A uno se le antojan dichosos, aunque no lo parezcan.  

Su trazo, en fin, es el de Humahuaca. Lo definen ellos con los pulóveres gastados, amigazos en las frías noches de las alturas (3.000 metros sobre el nivel del mar). En la lana, hija de la oveja, la llama y la alpaca, encuentran otra conexión con los antepasados, a los que parecieran no tener en cuenta, hasta que se los ve contemplar las montañas con una añoranza prestada. El fallecido Ricardo Vilca, que aquí nació, a veces citaba el particular en alguna peña. Lo acompañaban las cuerdas, la flauta y los espíritus.

La marca de la colonia: milagro que sobreviva la herencia indígena, con lo abultada que estuvo la conquista. Los españoles llegaron a Humahuaca en los finales del Siglo XVI y para dejar constancia desplegaron callecitas estrechas y adoquinadas, preciosas, con casas de adobe y plazuelas, una iglesia en la que duerme el dios europeo (y el santo que sale a saludar). El perfil general es bien de época.

También obra del hombre occidental (aunque ya criollo) es el Monumento a los Héroes de la Independencia. Máximo ícono local, reposa en bruñido bronce sobre la colina Santa Bárbara, justo frente a la principal explanada del pueblo. Para tocar las estatuas que honran a los soldados del Ejército del Norte (y los indios que de acuerdo a la historia oficial ayudaron en la gesta), hay que subir unas escalinatas muy humahuaqueñas. Desde la cima se obtienen panorámicas del pueblo y la montaña fascinantes, y se puede visitar la vecina Torre de Santa Bárbara (lo que sobró de un templo católico del Siglo XVII).

La marca de la mixtura: hija de esa mezcla de civilizaciones es la copiosa cultura local. Se ve clarito en lo que respecta a celebraciones, piedra angular de la vida por estas latitudes. En tal sentido, destacan los fiestones del Carnaval, que cada febrero sirven para desenterrar al diablo de las montañas y al que todos llevamos dentro. Desaforados los bailes, los soles y lunas de vino y chicha, el asesinato masivo de las penas. Más pudorosos, pero también llevadas a cabo con pasión religiosa, son los festejos de Semana Santa, de Navidad y etcéteras del estilo.

Y si de tradiciones hablamos, hablamos de artesanías. Son varios los emprendimientos locales que muestran el hacer del paisanaje. Manos puestas a trabajar el barro y parir jarrones, vasijas, fuentes, vasos; joyas decoradas con guardas norteñas que explicitan el talento regional. Ni hablar de las cerámicas, admirable banquete de tonalidades, igual que los tejidos que forjan las ancianas.

La marca de la Quebrada: basta con alejarse apenas de la urbanidad (no cuesta más que algunos pasos), para apreciar la maestría de la naturaleza. El crédito corresponde a la Quebrada de Humahuaca, esa maravilla que nace en Volcán (unos 40 kilómetros al norte de la capital, San Salvador de Jujuy) y llega hasta Humahuaca (a 85 kilómetros de Volcán) y la aldea de Tres Cruces (140). Patrimonio de la Humanidad, el fenómeno se aprecia en el pueblo gracias a los cerros multicolores, un regalo de los cielos.

Al respecto, el nombre propio lo ponen las Serranías de Hornacal, de casi 5.000 metros de altura y pinturas rojizas, exuberantes e imposibles. A 20 kilómetros de la plaza, tras una ruta que mete cardones, curvas y emociones, descansa un mirador natural para disfrutar del espectáculo como se debe y volverse loco.

 

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