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El día que Borges casi viene a la Villa

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El día que Borges casi viene a la Villa
Puqui Charras en su diálogo de las últimas horas con EL DIARIO

Fue en el 76, a pedido de Puqui Charras, por ese entonces miembro de la SADE local y pareja del poeta Ulyses Petit de Murat. El autor de Ficciones había dado el sí, pero una enfermedad lo hizo cancelar el viaje. Cuarenta años después, la escritora villamariense rememora aquella posibilidad que se truncó

Una postal. La escritora villamariense con el autor de El Aleph
Una postal. La escritora villamariense con el autor de El Aleph

Este 2016 será, sin dudas, un “año borgeano” en todo el mundo. Y es que el próximo 15 de junio se conmemoran los 30 años de la desaparición física del autor de “El Aleph”, uno de los escritores esenciales del Siglo XX y de toda la lengua castellana. Sin embargo y en un tono mucho más modesto, también será un año “borgeano” para Villa María, ya que 40 años atrás el escritor “casi viene” a la ciudad.

La artífice de ese milagro que nunca ocurrió – que no por eso deja de ser un milagro- fue la escritora Puqui Charras, que por ese entonces era pareja del poeta Ulyses Petit de Murat, gran amigo de Borges. Pero mejor será que la propia Puqui relate lo acontecido aquella tarde de la memoria, cuando en una vereda de calle Maipú le robó a Borges algo más preciado que un beso: el compromiso de venir a una lejana ciudad cuya costa era besada cada día por el Ctalamochita y la exhausta lengua de los caballos areneros.

Puqui Charras en su diálogo de las últimas horas con EL DIARIO
Puqui Charras en su diálogo de las últimas horas con EL DIARIO

“Antes que nada, te digo que no soy buena con las fechas, y así como pudo haber sido en el 76 lo que te voy a contar, también pudo ocurrir en el 74 o en el 75”, me dice Puqui en el living de su casa. Y este periodista debe decir, en honor a la verdad, que a no ser por la imprecisión de algunas fechas, la lucidez y la dulzura de Puqui tiran por la borda cualquier preconcepto sobre una persona de 80 años.

Así es que, mientras apura su manzana helada, esta heroína cultural de la Villa como en un cuento de Borges “me refiere la historia”.

“Pongamos entonces que fue en el 76. Estábamos con Ulyses en casa de Susana Soba Rojo, una pintora y poeta que vivía en la calle Juncal. Susana junto a otras mujeres de una editorial estaban tratando de publicar las obras completas de Borges, con él ya ciego escuchándolas. Todas leían sus cuentos y poemas en voz alta e incluso a mí me hicieron leer algo. Pero mi acento era tan cordobés que desentonaba y al final me abstuve.

Ese mediodía comimos ravioles, y yo, sentada al lado de Borges, le daba los ravioles en la boca porque no veía. Cuando terminó el almuerzo, Ulyses sabiendo de mi admiración por Borges, me pidió que lo acompañara hasta su departamento a tres cuadras de ahí. Cuando salimos por calle Maipú y mientras caminábamos del brazo, le dije ‘Borges, ¿usted iría a Villa María?’ y él me dijo ‘¡Cómo no! Si me llevan y me traen, iría sin ningún problema’. Yo no lo podía creer. Así que cuando vine se lo comenté a unas pocas personas. No me animaba a hacerlo público, ya que para mí, traer a semejante figura, era un compromiso muy grande. Pero a los pocos días, Ulyses vino a una reunión de la SADE y dijo ‘¿saben quién va a venir a Villa María? Jorge Luis Borges’. ¡Y entonces todos se revolucionaron! Pero cuando llegó la fecha, Borges se enfermó y no pudo viajar. Y ya nunca más volvimos a hacer tratativas. Supongo que por timidez mía”.

 

Breve charla con una musa

-¿Te sorprendió que Borges te dijera que sí?

-¡Muchísimo! Sobre todo porque dio a entender que no nos cobraría nada, que vendría a dar una charla gratuita como siempre hacía en los lugares chicos, donde la gente lo quería. Ese era uno de los rasgos de su humildad. Esa tarde, al llegar a su departamento, me regaló “El oro de los tigres”, que aún conservo.

-¿Fue la única vez que lo viste?

-No, lo vi cuatro o cinco veces más. Una de las veces, me acuerdo, fue en la casa de su mamá, Leonor Acevedo, que tenía casi 100 años y se preparaba para su muerte con una almohadita y las cartas que le había escrito su esposo, el padre de Borges. Las tenía a todas al lado de la cama. Ese día ella le dijo a Petit de Murat: “Ulyses, la amarilla nos quita a Borges”, en referencia a María Kodama, con quien su hijo había empezado a noviar.

-¿Cómo fue tu primer encuentro con la obra de JLB?

-Fue de chica, una vez que leí un poema suyo en un diario. No me acuerdo bien la fecha, pero al final decía “creo en el alba oír un atareado/ rumor de multitudes que se alejan;/ son lo que me ha querido y olvidado;/ espacio y tiempo y Borges ya me dejan”. El poema era “Límites” y describía de manera fabulosa la llegada de su ancianidad, ese momento en donde todo lo que amó e incluso la fama de su propio nombre lo estaban dejando solo. Ese texto me gustó tanto que empecé a leer compulsivamente todo lo que encontraba o me caía en las manos. Hasta empecé a coleccionar recortes, entrevistas, casetes con reportajes y conferencias… Lo quería tener todo.

-¿Cómo era la relación entre Petit de Murat y Borges?

-Borges siempre decía que después de Bioy, Ulyses era su mejor amigo. Sé que se habían conocido en el año 25 y que Ulyses era ocho años menor. Ulyses le consiguió trabajo a Borges cuando eran jóvenes. Fue como redactor en el diario Crítica y Borges siempre se lo agradeció. También sé que los dos eran muy noctámbulos y salían a pasear juntos de noche por las calles de Buenos Aires. Borges siempre decía que Ulyses era mejor poeta que él. Me acuerdo de que una vez llegamos a su casa y dijo: “Ha venido a vernos el alfabeto de las metáforas”.

-¿Cómo te imaginaste la venida de Borges a Villa María?

-Creo que hubiera sido una fiesta, una fecha inolvidable para la ciudad, como cuando cantó Gardel. Borges era más que un escritor, era todas las posibilidades de un libro. A tal punto que murió el Día Mundial del Libro. Desde ese entonces, también junto los recortes del 15 de junio que veo en los diarios y en las revistas.

 

Y cuando llega el momento de la foto, Puqui me muestra el ejemplar de “El oro de los tigres” que guarda como una reliquia, y abriéndolo me señala una huella caligráfica microscópica a la tinta: “Es su firma”, me comenta con una mezcla de orgullo y melancolía. Y es la misma expresión (me digo) conque Puqui aparece del brazo con uno de los mayores escritores del mundo en una postal en sepia. “A esta foto me la sacó Ulyses aquella tarde. Yo la guardo como una reliquia, no sólo por mi admiración por Borges, sino porque fue el momento en que más cerca estuvo de venir a Villa María. ‘Si me llevan y me traen, iría sin ningún problema’, me había contestado. Y esas palabras siguen retumbando en mi cabeza como si me las estuviera diciendo ahora”.

Iván Wielikosielek

 

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