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El Uritorco, y todo lo demás

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El Uritorco, y todo lo demás

Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO

1) El capitán de las Sierras Chicas: emblema, estrella y alma del pueblo y la región. Es el Uritorco, que capitanea las Sierras Chicas con su figura resplandeciente y sus casi dos mil metros de altura sobre el nivel del mar. Una preciosa mole a la que se trepan los verdes del Valle de Punilla y que se aprecia desde la mayoría de los rincones de Capilla y de las aldeas vecinas.

Envuelto en mística e historias fantásticas, el coloso invita a su cima a través de una caminata de dificultad moderada, apta para casi cualquiera con ganas de un poco de ejercicio. Desde la base (ubicada a unos cinco kilómetros del centro, se paga entrada), son entre una hora y media y cuatro horas de marcha (mil metros de desnivel).

2) Sobre ovnis y espiritualidad: acaso producto de los enigmas que emana el Uritorco, buena parte de los habitantes de Capilla del Monte foguean un ambiente de espiritualidad con el que decoran las calles locales. Hablan del alma, del yin y el yang, de magia y hasta de ovnis (los que de acuerdo a muchos visitan el cerro recurrentemente, piloteados por seres de otros planetas), con un aura general que les hizo ganarse el mote de “hippies”.

Referente nacional en términos de bohemia (al igual que el cercano San Marcos Sierras), la localidad se enorgullece de aquello en los modos con que decora el andar urbano. Tierra prometida para artesanos, artistas y amantes del esoterismo. Gustos que también se reflejan en diversidad de comercios y emprendimientos dedicados al yoga, las filosofías tántrica y zen, las danzas antiguas y la meditación, entre otras disciplinas.

3) El atractivo urbano: rodeado de tanta naturaleza y hechizo, la ciudad atrae también con su casco de cemento. Un mapa que pone aires de pueblo y ofrece calles bastante bien emperifolladas de comercios y movimiento relajado. Lo más trascendental está en la plaza San Martín, que en las noches suele encenderse de artesanos y espectáculos callejeros.

Pulsiones que se extienden a lo largo de famosa calle techada (la primera en Latinoamérica, para muchos sumamente reprochable en términos estéticos), arteria en la que sobran restaurantes y negocios dedicados al turismo. No muy lejos de allí, se puede visitar la Parroquia San Antonio (principios del siglo XX), la Capilla Vieja (réplica del templo que le da nombre al municipio, construido en el siglo XIX), el Centro de Informes Ovni, el paseo El Rosedal y la Oficina de Turismo (antigua estación de tren).

4) Presencia en roca: ya hablamos del Uritorco, de su todopoderosa figura. Sin embargo, el jefe de Punilla no está solo. Lo acompañan en el rededor cantidad de otras montañas y espacios donde la roca es ama y señora, regalando paisajes bellos y extraños al mismo tiempo.

En ese sentido, hay que nombrar los vecinos cerros Las Gemelas y Colchiqui (se pueden hacer caminatas e incluso cabalgatas por sus laderas), el paseo El Zapato (un mirador coronado por una piedra de peculiar figura, aparentemente igual a un zapato), Los Paredones (a siete kilómetros de Capilla, son muros de piedra estacionados en los márgenes del río Seco) y sobre todo los espectaculares Parque Natural Ongamira (a 22 kilómetros del centro, de hermosa figura y triste y atrapante historia comechingona) y Los Terrones (a 14 kilómetros, brilla con sus pasadizos de piedra y formas rojizas y curiosas).

5) Múltiples rincones de agua: a pesar de no estar bendecido por caudales generosísimos en agua (como ocurre en el Valle de Traslasierra), la localidad cuenta en su entorno inmediato con variedad de espacios para aprovechar cuando llegan los calores.

Al respecto, destacan sitios como los diques El Cajón y Los Alazanes y los cercanos balnearios Calabalumba (sobre el río homónimo), La Toma (al pie del Uritorco) y Aguila Blanca (pegado a El Cajón).

MINIGUIA
UBICACION
Norte del Valle de Punilla
DISTANCIAS
240 kilómetros desde Villa María
POBLACION
12.000 habitantes

RUTA alternativa
Mauritania ‘ta re seca
Por el Peregrino Impertinente

Si hay algo que no sabemos los seres humanos, es sobre Mauritania. Un país que se antoja enigmático a los ojos del viajero, ese ser despreciablemente improductivo por cuya culpa todavía no llueven las inversiones, ya que desconoce por completo conceptos como “trabajo” o “paritaria”. “¿Perdón, qué fue lo último que dijiste? Deletreamelo: pa-ri…”, dice Prat-Gay mientras ordena a uno de sus eunucos tucumanos dejar de limpiar los caballos de polo con la lengua y buscar la palabra en Google.  

Ubicada al noroeste de Africa, la nación árabe despierta múltiples interrogantes: ¿qué es lo que cobija en sus dominios?¿Qué cosas brotan de su tierra? ¿Qué es lo que más tiene para darle al mundo? “Pobres”, responde un mauritano, con honestidad brutal y cálculo irrefutable.

Ocurre que Mauritania está dominado por el desierto del Sahara, que cubre la mayor parte del territorio y de las ganas de vivir. El fenómeno geográfico produce, naturalmente, unos suelos muy poco fértiles y niveles de sequía únicos en el mundo. “Evidentemente no tenés ni un pingo de idea de lo que estás hablando”, salta un lector que hace cuatro meses que no cobra.

Con todo, lo más interesante de esta república islámica es el carácter nómada de sus escasos pobladores (muy pocos en relación a la superficie: apenas 3,5 millones en un territorio que supone casi el 40% de Argentina), la mayoría acostumbrados a moverse de aquí para allá a lo largo del año. La costumbre les viene de los primeros habitantes bereberes, quienes ya a comienzos de la era cristiana se trasladaban con su comitiva de camellos y cabras en largas caravanas por el desierto. Desde entonces, lo que más anhelan es ver oasis. Coldplay nunca les pintó.

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