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Encuentro cercano entre una pipa y un libro sobre un diván

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Encuentro cercano entre una pipa y un libro sobre un diván

Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba, Diego Isso se abocó a la práctica del Psicoanálisis no sólo en su Docta natal sino también en Villa María, donde atiende desde hace siete años. Habló del maridaje entre el discurso psicoanalítico y el literario, tomando como referentes a Oscar Masotta y Germán García, dos de los precursores de su profesión en Argentina

P20-F1En el cuento “La carta robada”, el narrador (alter ego de Edgar Allan Poe) dice estar cómodamente sentado en la biblioteca de su amigo, C. Auguste Dupin, “disfrutando del doble placer de una pipa y la meditación”. Es una helada noche parisina y la luz está apagada, lo que predispone a los amigos a la introspección y al recogimiento. Es entonces cuando hace su entrada intempestiva un inspector de policía. El hombre, calado hasta los huesos, trae un encargo para Dupin: encontrar una carta que ha sido sustraída a un importantísimo miembro de la realeza. Dupin se dispone a encender la lámpara y escuchar al inspector, pero se detiene en seco y dice: “Si se trata de algo que requiere reflexión, será mejor examinarlo en la oscuridad”. Cuando tras contar el caso el policía se va, los amigos siguen charlando en esa biblioteca oscura, tratando de resolver el misterio. Y en esa bruma cargada de humo en donde las individualidades se disuelven, queda algo más que una charla de dos inteligencias. Aquello se vuelve, como decía Fernando Pessoa, “un diálogo en un alma”.

Si he recreado el inicio de este cuento, no se debe solamente a que Diego Isso lo mencionará en este reportaje a propósito de Lacan; sino también (y sobre todo) a que, según mi juicio, el comienzo de “La carta robada” es la síntesis perfecta de una sesión de psicoanálisis. Dos seres humanos en una habitación oscura, cómodamente sentados y sin la interferencia del mundo tratando de resolver un misterio intempestivo que implica la integridad de dos intelectos.

 

P21-freud-2De París a barrio Palermo

En una mañana de verano villamariense (que en nada se parece a la noche invernal del París imaginario de Poe) estamos en el consultorio de mi entrevistado. Y acaso como un reflejo condicionado (yo que nunca me he psicoanalizado) he elegido el diván, mientras Diego toma asiento en un cómodo sillón blanco de madera. Ninguno de los dos fuma, ni seremos interrumpidos por ningún inspector de policía, tan sólo por su esposa Andrea y su hijito Luca que vendrá a abrir los regalos de Reyes. Y así, con el canto de las calandrias de fondo, empieza esta charla que, sin cartas robadas de por medio, tiene mucho de cuento policial.

-¿Cuándo nace tu pasión por la literatura?

-Fue a partir de un seminario que hice en un centro cultural de Córdoba. Lo dictaban Carlos Gazzera y César Mazza, y relacionaban el psicoanálisis y la política con autores de la literatura argentina. Macedonio Fernández, Roberto Arlt, Oscar Masotta… Luego comencé a investigar y uno de los primeros textos que leí y que combinaba literatura y psicoanálisis fue de Masotta, su prólogo a “Sexo y traición en Roberto Arlt” al que tituló “Roberto Arlt, yo mismo”. Ese texto fue un antes y un después para mí. Ahí al mismo tiempo descubrí a Germán García, que fue escritor y luego psicoanalista. Ese fue otro quiebre. No es casualidad que Masotta y García iniciaran el psicoanálisis en Argentina.

-¿La literatura es fundamental para ejercer tu profesión?

-No necesariamente. Hay otros discursos que le sirven de apoyatura al psicoanálisis; como la filosofía, el cine o la pintura. A mí me sirvió la literatura. Aunque Lacan y Freud concidían en que el artista le lleva la delantera al psicoanalista porque siempre se le anticipa; así como la práctica clínica le lleva la delantera a la teoría. Por algo, el escritor Héctor Libertella sentenciaba irónicamente sobre ese cuadro de Freud multiplicado en todos los consultorios, donde con cara de asombro se preguntaba por qué sus historiales clínicos se leían como novelas.

Germán García
Germán García

-Quizás porque tenían demasiadas influencias de Poe, pero sin su genio ¿no?

-Quizás tengas razón (risas) Pero lo cierto es que, al ser los textos fundacionales de la literatura psicoanalítica, los casos clínicos de Freud estuvieron apoyados en un discurso puramente literario. Pensá que cuando Freud empieza a crear la teoría psicoanalítica, el discurso clínico no le alcanzaba y recurre a los clásicos. Y hace constantes referencias a Sófocles, Shakespeare, Goethe, Dostoievski, Hoffman…

-También Lacan fue un gran lector de los clásicos…

-Sí. El toma mucho de James Joyce en sus últimos seminarios, pero también de Margarite Duras, de Andre Gide y de Poe… También hecha mano a la pintura con “Las meninas de Velázquez”, al teatro y a la poesia. Incluso hace mención al mismísimo Borges. Lo cierto es que un psicoanalista no puede estar en su estudio leyendo nada más que psicoanálisis. Eso no existe, porque siempre vas a estar pensando en relación a otros discursos. El psicoánalisis es un discurso entre otros. Y la literatura es, tal vez, uno de los que más lo hizo avanzar.

 

P21-lacanLa fórmula de la felicidad

-¿Por qué quisiste ser psicoanalista?

-¡Porque cuando fracasás en todos los otros discursos caés inevitablemente acá! (risas). Lo digo en el buen sentido del término. Al primer contacto con el psicoanálisis tal como hoy lo entiendo, lo tuve en la universidad. O sea que yo no venía de una tradición con una mamá psicóloga y un padre intelectual. De hecho, en mi casa no había un solo libro de psicología. Pero cuando lo descubrí, me interesó mucho la relación entre el psicoanálisis y la literatura, muy especialmente la que se escribía en Argentina. Esa cruza de discursos lo encontrás mucho en revistas como “Literal”, con Germán García, Luis Guzmán y Osvaldo Lamborghini, o la revista cordobesa de los años ´80 “Escrita”, reeditada hace poco por Eduvim.

-¿Qué se necesita para ser un buen psicoanalista?

-Primero, no creo que haya “buenos psicoanalistas” o no estoy seguro de que se los pudiera definir así. En todo caso, un “buen psicoanalista” es alguien que está en una relación de ética con su propio deseo. Y lo que hace a tu ética es el “bien decir”, un decir acorde al deseo. Pero no hay un ideal de profesional sino que cada uno se va construyendo con el paso del tiempo

-¿Hay una vocación de servicio, un deseo de ayudar en tu profesión?

-En todo caso no es la ayuda de la caridad la que te mueve, o la idea de hacer que el paciente “ande mejor”; por el simple hecho de que yo no puedo anteponer mi deseo “de que ande bien un otro” cuando ni siquiera el otro sabe con exactitud qué es andar bien. O, probablemente, al otro le sea muy difícil abandonar dicha posición aún cuando esté sufriendo. Pero, los efectos producidos por determinados actos que responsabilizan al sujeto, sí lo pueden ayudar.

-¿Por qué te consultan?

-La gente normalmente te consulta porque tiene, como suele decirse, “un penar de más”. Si un paciente viene y te dice que es infeliz porque no puede hacer tal cosa, por una angustia o por una inhibicion, vos no apuntás directamente a hacer “desaparecer” eso. Si alguien no puede salir a la calle, por ejemplo, no lo empujas a que tenga vida social o haga actividades. Eso sería suponer que yo sé qué es “el bien” para el paciente, o saber lo que le pasa. Pero en esa dificutad, en esa inhibición, ese paciente te está diciendo otra cosa que acaso no tiene que ver con lo que consultó inicialmente ni es consciente de que te lo está diciendo. Y eso es lo que vamos a tratar de escuchar. El psicoanálisis no busca la felicidad del paciente ni adaptarlo a la sociedad, sino ayudarlo a que aclare qué hacer con su deseo, con su angustia, con “eso”.

-¿Y qué es para vos la felicidad?

-La felicidad, como producto envasado, siempre está asociada a un grado de tontería, de aplastamiento espiritual, de mediocridad, a una insoportable insistencia de que hay que ser feliz. “La dicha no es una cosa alegre”, cantaba el Indio Solari. Cuando alguien se empieza a preguntar sobre su propio deseo, está yendo más allá de la mera felicidad. Porque te vas a encontrar con un “real” en vos que es inmanejable, algo que está adentro tuyo y hace siempre lo que quiere. ¿Y qué hacés con eso que no se puede adaptar y sin embargo es propio; con eso que “es más fuerte que vos”?

-¿Y qué hacés con “eso”?

-Ese es, justamente, el trabajo de un análisis: ubicar desde el saber cuál es tu deseo y luego ver qué hacés para gozar lo menos posible; es decir, para regodearte lo menos posible con el dolor y dejar de tener las mismas repeticiones que hacen a una especie de “felicidad enferma”.

-¿Los pacientes siempre dicen la verdad?

-Hay un momento en que el “saber de vos mismo” se termina. Y muchas veces, al relatar algo tuyo, no estás abrevando en lo que te pasó exactamente sino en un relato. Y en este punto es cuando el psicoanálisis y la ficción se vuelven a cruzar. Y, como en la literatura, en el psicoanálisis no importa la “veracidad” del relato sino su coherencia interna; lo que llamamos “el bien decir” en el paciente. Yo, como psicoanalista, no voy a ir a analizar si en “la realidad efectiva” al paciente le pegaron o no le pegaron. Alcanza conque al paciente le duela, para ubicar una realidad psíquica y así intentar aliviar el sufrimiento.

-¿Qué importancia tienen los sueños a la hora de conocer al paciente?

-Un sueño es una producción del inconsciente, por lo tanto no hay una interpretación unívoca de esa creación, como tampoco la hay del discurso de un paciente o de una novela o de un poema. Pero que ese sueño que el paciente te cuenta tenga sus implicancias en su vida diaria, eso ya es otra cosa. Es un error pensar que un sueño tiene traducción universal o metalenguaje. Es como pensar que un poema significa tal cosa. A ese poema vos le das el uso que quieras; pero no podés decir “el autor quiso decir esto”. Del mismo modo, el “síntoma” o el equívoco es una creación del inconsciente y no podés decir “el paciente quiso decir tal cosa”.

(Cuando Diego me habla de los sueños, me viene a la cabeza aquella frase del conde de Lautréamont, que los surrealistas tomaron como caballito de batalla: “Lo encuentro bello como el encuentro fortuito entre un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección”. Y acaso, con otros elementos en juego, pienso que se podría describir la belleza del acto psicoanalítico).

-Entonces ¿cuál es la función puntual del psicoanalista?

-Tomo la idea de un reconocido analista: “Es la función de un editor”. Yo no le voy a decir al paciente de qué tiene que gozar; del mismo modo que un editor no le puede decir a un escritor sobre qué tiene que escribir. Sólo lo puedo ayudar a organizar su discurso con todo lo que eso implica. Cuando eso sucede se produce un alivio; como cuando un escritor pule su estilo y por más que escriba sobre cosas horribles se va a sentir mejor.

-¿Y ese alivio que le sobreviene es “la felicidad”?

-Acaso sea algo muy parecido o tal vez mejor; ya que para ser “feliz” no tenés que convertirte en otro, en un ser pleno de libertades sin malestar alguno. En la singularidad, en la diferencia que da lugar al deseo y no a un imperativo de felicidad, ahí puede ocurrir un alivio.

Cuando me despido de Diego, me vuelvo pensando en su última idea, porque me ha venido a la cabeza algo que leí hace mucho. Así que al llegar a casa busco urgente en mi biblioteca y lo encuentro. Es una “aguafuerte” de Roberto Arlt y dice así: “Me escribe un lector: le ruego me conteste, muy seriamente, de qué forma debe uno vivir para ser feliz. Estimado señor: si yo pudiera contestarle (…) sería el hombre más rico de la Tierra, vendiendo únicamente a diez centavos la fórmula para vivir dichoso. Ya ve qué disparate me pregunta (…) Creo, sin embargo, que hay una forma de vivir en relación con los semejantes y consigo mismo que si no concede la felicidad, le proporciona al individuo que la practica una especie de poder mágico de dominio sobre sus semejantes: es la sinceridad (…) Ser sincero con todos y más todavía consigo mismo, aunque se perjudique. Aunque se rompa el alma contra el obstáculo y se quede solo y sangrando (…) Esta no es una fórmula para vivir feliz, pero sí lo es para tener fuerzas (…) Siga su camino contra todos, si es necesario ir contra todos. Y créame: llegará un momento en que usted se sentirá tan fuerte, que la vida y la muerte se convertirán en dos juguetes entre sus manos”.

Cierro el libro y me doy cuenta que esta definición es muy parecida a la que Diego refiere desde el psicoanálisis. No es “la fórmula de la felicidad” pero es el proceso interno que hace que uno sea “uno mismo”. Y ese proceso se empieza a pensar desde una habitación oscura y silenciosa siendo “un diálogo en un alma”, buscando la amarga y redentora iluminación de la identidad, esa fabulosa e irrepetible particularidad que habita en el universo.

Iván Wielikosielek

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