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Esencia precordillerana

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Esencia precordillerana

A sólo 40 kilómetros de la capital provincial, esta aldea diminuta disfruta de un entorno montañoso lindísimo. La sencillez de los pobladores, y el regalo de las termas

Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO

Cacheuta es nada y es todo. Un suspiro que no llega a pueblo, pero que a cambio, en tan poquito, ofrece un montón. Léase contacto directo con la montaña, con la esencia de Mendoza, con lo que parece seco hasta que brota el agua a borbotones, con el gaucho que pasa a caballo y habla como si estuviera cantando tonadas, y dobla el cogote, y mastica el pastito de la boca con devoción religiosa. Los Andes duermen cerca, si se los ven a golpe de ojo. El entorno es sublime. Las termas del lugar esperan.

Ubicada a apenas 40 kilómetros del centro de la capital provincial (a sólo 20 del final del anillo urbano de lo que llaman Gran Mendoza, un gigante de más de 1 millón de habitantes), el caserío vive desconectado del mundo. Pura naturaleza le vuela a los costados, pura montaña y tierra, y unas laderas que forman un casi cañón, preciosa la imagen y los recuerdos. Culpable en parte es el río Mendoza, que pasa manso con rumbo al dique Potrerillos.

En el paseo por Cacheuta, el viajero podrá apreciar el olor del asado y el guiso, el zapateo de los changuitos, la vida austerísima de familias que viven del turismo, que tampoco explota, si no que late y ya. Sorprende que no haya más gente, con lo cerca que vive la gran ciudad y con lo bonito que está todo.  

Ubicada al suroeste de la metrópoli, la aldea supo ser paso obligado para quienes en tren se dirigían rumbo a Chile. Han quedado las vías, ha quedado la estación. El visitante prefiere hacer uso de los pies y andar y andar, cruzar el puente colgante, mirar a los cielos por si se aparece el cóndor, y de caprichoso nomás mandarse hacia el dique. Arribar a Potrerillos demanda un par de horas de caminata entre la precordillera, subidas, bajadas, y el sol. Siempre siguiendo el curso de agua, en la soledad de Mendoza. Flor de regalo llegar y contemplar las cumbres andinas y nevadas. Pavada de espejismo con gusto criollo y Aconcagua.

 

Tesoro termal

El regreso al pueblo, a esa calle larga y pobre, es para disfrutar de las termas. Un tesoro que por estos pagos es estrella. Para los que disfruten de la aventura, se puede caminar río arriba y buscar ollas calentitas rodeadas de cavernas y paredones. Si no, un complejo perfilado para la clase media convida con un buen número de piletas, cubiertas y al aire libre. El agua va de los 25 a los 50 grados. La sensación que se experimente al disfrutar de los calores es inigualable.

Sobre todo si aquello ocurre en las pequeñas piletas de afuera, en un balcón natural que permite apreciar el espectáculo precordillerano en primera fila. Mientras, el H2O masajea cuerpo y alma con multiplicidad de propiedades. Abajo, el llamado Parque de Agua lanza vertientes con temperaturas más frías, una inmensa pileta con fuente de agua y el jugar de los más pequeños. Todo decorado en piedra natural. Todo, muy Mendoza.

Apenas más alejado, un coqueto hotel y spa ofrece una experiencia de mayor nivel. Postal que se contradice con los ranchitos de chapa y madera de los costados, y que hace surgir la pregunta: ¿hacía falta?

RUTA alternativa
Las bondades de Casilda
Por el Peregrino Impertinente

¿Para qué gastar tiempo, plata y cubiertas en irse a París, Tokio o Nueva York, cuando a la vuelta de la esquina tenemos peculiares ciudades por descubrir? Como Casilda, localidad ubicada en la provincia de Santa Fe, 240 kilómetros al sureste de nuestra Villa María, y al lado de las ganas de rebanarse las venas con una amoladora.

Lo trascendental de la visita, en todo caso, resulta en conocer de primera mano los modos de vida de la pampa santafesina, toda vez que el municipio resulta emblemático en ese sentido. Un área urbana apacible, que muestra cantidad de viviendas antiguas y unos aires camperos que harían las delicias de gauchos célebres como Atahualpa Yupanqui, Don Segundo Sombra o Lewis Hamilton.  

Cierto es que no cualquiera podría apreciar las bondades de una aldea como ésta (lo de aldea es en sentido metafórico: tiene 35 mil habitantes que en su mayoría votaron a Macri y ahora, rengos y jadeantes, se dan cuenta de que las palabras “adentro”, “muy adentro” o “recontra mil adentro” puede usarse para otras cosas que no sea cantar zambas).

Aclarábamos que no cualquiera, porque hay que tener bastante sensibilidad para quedar atrapado con Casilda. “Yo quedé súper enganchado”, salta el viajero, y el amigo casildense, ilusionadísimo, pregunta: “¿Lo decís por el lugar, por el ambiente, por la magia que se respira?”, “No, por el alambre de púa. Ayudame que se me trabó el pulóver”, responde el otro. Son las trampas que tiene el campo.

Casilda (conocida como “Capital Provincial de la Miel”), destaca también por lo llamativo de su bandera, que exhibe unas barras rojas y verdes arqueadas hacia abajo, en extraña estampa. Ello se debe a que geográficamente, la ciudad está asentada en una depresión natural. Con razón, ahijuna, canejo.

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