Inicio Suplementos Entre Perros y Gatos Ignacio Albarracín,el loco de todos

Ignacio Albarracín,el loco de todos

0
Ignacio Albarracín,el loco de todos

Murió un 29 de abril y el sábado se celebra el Día del Animal en su honor. Hijo de militar y pariente de Sarmiento, se peleó con el poder, se negó a la masacre de los indígenas y defendió a los animales como pocos, siendo objeto de burla de la oligarquía argentina

Ser hijo de un soldado que amaba las armas y liquidaba indios, no siempre significa ser parte de la especie que mata.

Así lo dejó por sentado el doctor Ignacio Lucas Albarracín, heredero del militar Santiago Albarracín, uno que supo contabilizar muertes en su lucha contra el Chacho Peñaloza, contra los indígenas o contra cualquier federal que se cruzara en el camino, entre 1820 y 1830.

Con el peso de las armas de su padre, el doctor tuvo un buen pasar económico y gozó de la amistad de su pariente, Domingo Faustino Sarmiento, pero se encaminó para otro lado.

Aunque siempre se dijo sanjuanino, Ignacio nació un 31 de julio de 1850 en Córdoba, donde su padre vivía refugiado por razones políticas.

Una vez recibido en el notable Colegio Montserrat, el futuro abogado se estableció en Buenos Aires y participó de algunas luchas políticas hasta que obtuvo el título, pero finalmente se dedicó a su profesión y no admitió ningún cargo de naturaleza política.

Con el tiempo entendió que su pasión no era la muerte, sino la vida, por eso se dedicó a preservar a los animales, los que siempre consideró indefensos.

Fue secretario de la Sociedad Argentina Protectora de los Animales fundada en 1879. Sucedió a Sarmiento como presidente de dicha entidad en 1885 y desempeñó el cargo hasta su muerte.

Fue uno de los propulsores de la Ley Nacional de Protección de Animales (Nº 2.786), promulgada el 25 de julio de 1891, la que finalmente se la denominó Ley Sarmiento, siendo la precursora del proteccionismo, peleando contra la crueldad hacia los animales.

Dueño de una modesta fortuna, más que suficiente para su sencillo modo de vivir, ligeramente encontró ese objetivo de vida y por el que luchó hasta su muerte: la necesidad de defender a todos los animales, entendiendo que aun aceptando su inferioridad con respecto al hombre no había necesidad de martirizarlos, castigarlos o gozar de su dolor.

Albarracín inició su cruzada contra la doma de potros, la riña de gallos, las corridas de toros, la crueldad en la matanza para faenar animales, el tiro a la paloma, la protección a los equinos de tiro (logrando la obligación de colocarle protección en la cabeza en los días de verano) y un sinnúmero de cosas en las que trasuntaba su amor a la naturaleza y el culto civilizado de la vida. Asimismo, luchó contra la maldad cinegética. Además, condenó el oprobio de los zoológicos que privan de la libertad a las águilas, que degeneran el impulso natural de félidos y enferman de nostalgias indecibles a todos los demás animales. A todo esto, se opuso al maltrato de las comunidades indígenas, lejos de lo que hacía su padre.

Son muchos los que hoy siguen ese camino, pero en aquel tiempo, Albarracín era considerado un motivo de risa, una persona alejada de una etapa clasista, que lo desprotegía. Si hasta los amigos del poder, esos que hoy tienen todavía a sus herederos en la elite del país, no podían entender cómo el pariente de Sarmiento pensaba que la corrida de toros, propia de España, podía ser motivo de rechazo.

Sus actos valiosos parecían ridículos, entonces Ignacio era objeto de la caricatura, el sarcasmo y hasta la burla de los que nunca alcanzaron a comprender la superioridad de su espíritu y aprovechaban sus medios de prensa para denostarlo.

Así, si bien tuvo nueve hijos, Ignacio se fue quedando solo. Al final de su vida ya era un hombre que pertenecía más a los perros, a los caballos, a los pájaros, que a su familia.

Muchos años antes de esa etapa de soledad, Albarracín gestionó, en 1907 y ante los superiores del Consejo Nacional de Educación, la celebración de la Fiesta del Animal, tomando como ejemplo la festividad del “Domingo del animal” que se realizaba en Londres por los pastores de las iglesias, donde se hacían sermones para inculcar el respeto por los animales. Esto se aprobó y se pasó la celebración para el año siguiente. En 1908 se preparó la reunión para el 29 de abril, pero debió suspenderse por lluvia y pasó para el 2 de mayo.

El acto inicial se realizó en el Zoológico con la presencia del presidente de la Nación, Figueroa Alcorta, varios ministros y 15 mil escolares y se soltaron 500 palomas mensajeras.

Cuando pasó el “circo del poder” y Albarracín se debatía entre la distancia de su familia y el acercamiento permanente a sus animales, un ataque cardíaco acabó con su vida.

Por capricho del destino falleció un 29 de abril de 1926, por ello la Sociedad Protectora de Animales, en pos de homenajear a su mejor hombre, decidió establecer la fecha como el Día del Animal.

Muchos dirían que fue un loco. Otros quizás sean cuerdos y remarquen que comprar armas y matar personas roce más con la verdadera locura. Albarracín defendió la vida de los indefensos hasta su muerte. Y eso debe servir para no olvidarlo.

Print Friendly, PDF & Email