Indira

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Indira

Era un atardecer de marzo en Villa María. El patio de la casa estaba adornado con globos, cintas y telas de colores, de esos tonos que parecen emocionar a los pintores abstractos.

¡Ah! La mesa llena de golosinas arropadas con papeles brillantes. Lucía, una de las niñas del lugar, celebraba su cumpleaños número 6. Para agasajarla, su tío le regaló aquella cachorrita dálmata. Un hermoso ejemplar que respondía al nombre de Indira, según la documentación.

Lucía le temía a los perros, especialmente a esos cuzcos odiosos que salen a tarasconear. Pero ese día tendió sus brazos hacia la mascota para recibirla en ellos como un paquete.

Hubo revuelo en la fiesta. Todos disfrutando la presencia de la recién llegada, especialmente la cumpleañera y sus hermanos Belén y el pequeño Santiago.

Este sería, más adelante, su preferido. Estar con él era para el animal una fiesta de cariño indescriptible.

Apenas lo veía alzaba su trotecito y daba vueltas carnero cuando éste le festejaba.

Los tres hermanos se esmeraban en el cuidado de esta singular amiga que siempre cedía a las pertenencias de las manos infantiles, moviendo su cola de alegría cuando los descubría la distancia.

Hubo algunos problemas de convivencia. Indira sacaba al patio las zapatillas de sus dueños y las destrozaba. Aunque no tenía capacidad bélica, rompía la ropa colgada en la soga o arrancaba las violetas de sus almácigos, desparramando los pétalos al viento como un trofeo.

Por otra parte, rehusaba acostarse en la alfombra que le pusieron para dormir y, en cambio, se refugiaban en el galpón de los trastos viejos y cachivaches, ensuciando su limpio y suave pelaje.

Pero eso no era tan importante. Apenas creció, cambió su comportamiento y fue la querida y necesaria compañera de juegos y correrías de los niños.

Era distinguida por su inteligencia. Abría la puerta con sus patas, paseaba por el barrio y volvía a la casa, cerrando la puerta detrás. Unica.

Fue la perra más buena e inteligente que jamás hayan conocido todo los que tuvieron la oportunidad de compartir con ella. Tuvo siempre un gran sentido de protección hacia su famila, especialmente los más pequeños.

Hay mil anécdotas de esta perrita, este relato podría durar horas.

Ya adulta, por ejemplo, se enamoró de un perro vecino. Sus dueños cuidaban que no entren perritos por el portón, pero este pícaro trepo la pared desde la casa vecina para verla.

De allí nacieron siete cachorritos, que no eran el calco de su preciosa madre, pero que fueron colocados en distintos hogares, a pesar de que los menores no podían entender esa separación.

  1. C.

 

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