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Inversión del Estado en animales

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Inversión del Estado en animales
La tracción a sangre, una de las cuestiones sobre las que pone foco la autora de estas líneas
La tracción a sangre, una de las cuestiones sobre las que pone foco la autora de estas líneas

La polémica que planteamos se centra en la pregunta: ¿merecen los animales que se invierta dinero de entes oficiales -especialmente los municipios- en atender a su bienestar o debe estar este sólo en manos de personas particulares de buena voluntad y de ONG?  

Hay muchos que se inclinan por la segunda opción, siendo su principal argumento que los niños deben estar primero en la asignación de recursos hecha por las autoridades competentes. Nadie puede estar en desacuerdo con esta premisa.

Sin embargo, la cuestión es algo más complicada, ya que cabe preguntarse si los niños son lo único que debe concitar la atención de las autoridades que nos gobiernan o si, por el contrario, es necesario que la repartan entre todos los numerosísimos asuntos que la reclaman como, por ejemplo -y por nombrar sólo unos pocos-, el alumbrado público, los baches en las calles y avenidas, la pavimentación de nuevas calles, la atención a la salud de la población, el fomento a la vivienda, la calidad del agua que se consume, la seguridad, la actividad cultural, etcétera, etcétera, etcétera. Esta lista no ha sido confeccionada atendiendo a un orden jerárquico de prioridades, pero todos estaremos de acuerdo en que todos sus ítems son necesarios.

¿Qué tienen éstos de diferente con la atención a los animales? Pues eso, que ellos son animales, no humanos, y todas las demás acciones nombradas conciernen a animales humanos, es decir que aquéllos no merecen ni la más mínima consideración traducida en una acotada asignación de recursos para asegurar atención veterinaria gratuita a los dueños que no pueden costearla, castraciones gratuitas para evitar el desmedido crecimiento poblacional, medicinas para combatir sus enfermedades y para curar sus heridas provocadas, muchas veces intencionalmente, por personas que no merecen ser llamadas “seres humanos”.

A cambio de lo solicitado, ellos trabajan para nosotros en el campo y la ciudad, nos alimentan y nos visten, detectan drogas, persiguen criminales, participan -con peligro de sus vidas- en la búsqueda de personas desaparecidas en desastres naturales, actúan como lazarillos, son usados en hospitales en terapias asistidas con animales, los masacran en guerras actuando como granadas vivientes y así se podría seguir enumerando razones por las cuales el atenderlos no es una concesión graciosa que les hacemos, sino un derecho que se han ganado. Pero la razón más poderosa es porque ellos nos dan su amor incondicional y su lealtad a toda prueba.

También entran a tallar en esta opción (¡cuándo no!) intereses de tipo monetario, como lo son los de aquellos que hacen dinero explotando a los animales en carreras de galgos, peleas de perros, riñas de gallos, corridas de toros y otras “lindezas” por el estilo.

No olvidemos tampoco a dueños de haciendas, criadores de pollos, granjas de huevos, criaderos informales de perros y gatos, etcétera. Si bien en estos casos no se requeriría inversión oficial, una mayor atención de las autoridades para con los animales podría derivar en la prohibición de seguir con las actividades ilegales mencionadas en primer término o en la redacción de un código más estricto en cuanto al transporte, manejo y sacrificio de animales de consumo.

 

Magíster María Teresa Magi de Quevedo

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