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La iglesia de la singular figura

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La iglesia de la singular figura

Ubicada en la localidad de Bialet Masse, a unos 190 kilómetros al noroeste de Villa María, la Capilla de San Plácido se presenta como una de las construcciones más llamativas de la serranía cordobesa. Se trata de un templo de estilo neogótico que se distingue por su cúpula ojival y su larga torre/campanario. De acuerdo a los guías locales, la estructura se asemeja a una mano que señala al cielo. O a Dios, lo que inmersos en estos menesteres, vendría a ser lo mismo.

Levantada en el año 1981, la pequeña iglesia llama la atención en un espacio ideal para contemplarla, en los extremos del pueblo, rodeada de las suaves montañas que regala la región sur del Valle de Punilla.

Antes de ingresar, conviene apreciarle esa figura tan especial desde el afuera, la que le dieron arquitectos criollos e italianos, y que la convirtieron en la primera obra en el mundo dedicada a San Plácido. Buena parte del peculiar diseño, se explica en que la capilla fue erigida sobre un antiguo tanque de agua, de los llamados “Australianos”, rústicos, circulares y de importantes dimensiones. Casi como un homenaje, una parte del suelo ofrece un ventanal para que el visitante pueda apreciar como cae el agua sobre el bienaventurado tanque.

Pero antes de ingresar a descubrir este y otros atractivos del interior, convendrá recorrer unos 150 metros en el deambular de las lomadas, hasta encontrarse con una imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa. También, con las bondades de los laureados aires punilleneses, y paisajes de las Sierras Chicas.

 

Joyas del adentro

Una vez adentro, sorprende la luminosidad de la obra, consecuencia de ventanales ubicados estratégicamente. Ayuda a las sensaciones de paz y armonía el mármol de Carrara que hace las veces de piso, el infaltable Cristo (ante el que se arrodilló el mismísimo Juan Pablo II en el año 1982, durante su visita a la Capilla), las bóvedas bien góticas y el celosamente trabajado altar (de madera tallada a mano y detalles en dorado).

Allí, descansa la imagen de San Plácido, con algunas reliquias relacionadas con el beato que fieles italianos hicieron llegar desde la península. A los lados, reclaman devoción las figuras de los hermanos menores del Santo: Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, Santa Flavia, a San Eutiquio y San Victorino, quienes murieron como mártires en la antigua Italia, en la oscuridad del siglo IV (en el pueblo, aseguran que los ojos de este singular cuarteto están hechos con prótesis humanas).

Lo mismo le ocurrió al pobre Plácido, que según la Iglesia Católica sucumbió ante los ataques de piratas del sur italiano, mientras defendía los ideales de la cristiandad.

 

RUTA alternativa – Experiencia ryokan

Por el Peregrino Impertinente

El ryokan es un tipo de alojamiento muy común en Japón, ese país oriental conocido por el arroz, los samuráis, el ikebana, el harakiri, los bonsái, los kamikazes, el sumo, y los ataques despiadados de Godzilla, especie de dragón gigante que es más feo que tener una cena romántica con Baradell.

Se trata de sencillas viviendas caracterizadas, entre otros elementos distintivos, por su estructura de madera, su suelo de tatami (donde se posa directamente el futón o colcha para dormir) y sus puertas corredizas (o “shoji”). Estas últimas, resultan ideales para las embestidas de los ninjas, quienes suelen romperlas de cabo a rabo durante sus sorpresivos asaltos nocturnos, para luego degollar a los huéspedes y generar manantiales de sangre, alaridos de terror y agonías múltiples. “Recibir un ataque mortal de ninjas a sueldo en un ryokan es una de las experiencias turísticas más gratificantes que se pueden vivir en Japón”, sostiene al respecto el reconocido sitio web Tripadvisor, que le otorga a la actividad 4,8 estrellas sobre 5 posibles.

Vale señalar que los ryokan, en tanto lugares de descanso para los viajeros, surgieron a mediados del siglo VII. Fueron ideados por monjes budistas, quienes así le salvaron la vida a miles de peregrinos desamparados. Aquello, ocurrió en el marco del violento medioevo japonés, más precisamente, durante el período Nara. “Nara que ver, Nara de eso es cierto. Tipo Nara”, comenta creyéndose muy chistoso el historiador Nabo Suzuki, que en realidad tiene menos gracia que irse de viaje de egresados con Martín Gill.    

Lo cierto es que hoy por hoy, los alojamientos en cuestión son muy populares entre los turistas occidentales, al brindar una conexión directa con el romántico Japón ancestral. “Ancestral les va a quedar el coso cuando les pase la cuenta en yenes”, añade el gerente del ryokan “Ataelfondo”, uno de los más exclusivos del país del sol naciente. 

 

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