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La paz que enamora

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La paz que enamora

En las profundidades del Valle de Calamuchita, esta aldea disfruta de un cuadro sublime, de arroyo, laderas bucólicas y casonas de verano. La escapada a Amboy y al Embalse Cerro Pelado

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Escribe Pepo Garay
Especial para EL DIARIO

Villa Amancay es uno de esos lugares que nos fascinan, pero que convida herramientas poco precisas a la hora de explicar el encantamiento a terceros. Porque en sí, este pueblito de 300 habitantes no presenta atractivos exorbitantes, de esos que argumentan el desplazamiento con un chasquido de dedos. Más bien es una suma de pequeñas cosas, detalles que se advierten sólo a partir de una mirada profunda y sensible y que, bien absorbidos, conquistan voluntades a varias manos.

Ubicado en los escondrijos del Valle de Calamuchita, en la vecindad de Amboy y apartado de la ruta 5 (la principal, que une Embalse con Santa Rosa de Calamuchita y Allende), la aldea ofrece un perfil de placeres. Plano compuesto por antiguas casas de veraneo mechando calles de tierra perfectas, desfile de árboles tiernos, y fundamentalmente un arroyo de cuentos, al son de ondulaciones montañosas apenas perceptibles, muy de misterios.

Sirva la postal de otros universos para patear el polvo, y descubrir estilos de vida que duermen en camas parecidas al ostracismo. La paisanada está mixturada, de serranos de piel tostada y poquitos gringos que, acaso, registran ascendencia en Centroeuropa (es apenas una teoría, teniendo en cuenta la cercanía de Villa General Belgrano, por ejemplo).

Hay una paz en la tarde que enamora, con esas casonas de piedra viejas y bien conservadas, separadas ampliamente por los verdores, con pórticos y galerías de sillones estivales. Y en una de ellas, changuitos todavía en uniforme del colegio jugando a las cartas, tan panchos y formidables, en el silencio vital de la siesta.

Compenetrado con el cuadro, el viajero sale a recorrer los abajos, y descubre la conexión directa con las sierras del sur (la región de Achiras, Alpa Corral y compañía). Le queda claro en lo de las montañas que no llegan a tal, que se quedan en praderas secas de talas y espinillos, una rampa al horizonte. Es sutil el perfume serrano: ahí está pues el arroyo Amboy, purísimo en el tono que le da el sedimento del suelo y arboledas, formando ollitas, haciendo dichoso al testigo. La ayuda la ponen las piedrotas de los costados, el arte del vado, las cascaditas, el césped-alfombra.

Al arroyo se accede desviando desde la calle principal (la única asfaltada, que corre en forma de curva), a través de varias “entradas”. Desde el balneario principal (el del vado, los juegos para niños, el quiosco- confitería y los veranos ajenos a grandes multitudes), surge un precioso caminito repleto de sauces, que regalan una estela sabor a bosque. Siempre orillas del arroyo, la senda se estira por un par de kilómetros, hasta salir prácticamente a la entrada de Villa Amancay.

Aunque si las ganas de caminar acompañan, se puede extender la excursión contracorriente y arribar al lindero Amboy. Pueblo histórico si los hay, de los más antiguos de la provincia. Lo dicen sus casas estilo colonial (como en la que vivió Dalmacio Vélez Sarsfield, hoy convertida en Museo), la escuelita, el tanque de agua, el Bar Cultural, la pulpería y la capilla.

Otra opción es embarcarse 8 kilómetros por una ruta de maltrecho asfalto que domina colinas y que finaliza en el embalse Cerro Pelado. De los lagos turísticamente menos explotado de Córdoba, exhibe unos paisajes serranos realmente bellos, mientras al lado el Complejo Hidroeléctrico Río Grande reparte energía a los cuatro vientos (sólo se puede visitar previa reserva a través de EPEC).

 

Cómo llegar

Para llegar a Villa Amancay desde Villa María hay que dirigirse a las proximidades de El Torreón (el complejo turístico ubicado antes de Santa Rosa, a 160 kilómetros de Villa María), y desde allí tomar el desvío hacia la izquierda por unos 10 kilómetros más.

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