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Lo exótico viene en montaña

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Lo exótico viene en montaña

La pequeña ciudad y sus alrededores ofrecen profusión de cultura vietnamita rural y exuberantes paisajes de altura. El colorido de las tribus locales y laderas henchidas de arrozales, bien cerca de la frontera con China

Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO

Arrozales, y montañas descomunales. Y montañas descomunales, y arrozales. Y tribus de trajes coloridos, y arrozales. Y bueyes arando, y una plaza que se mueve y late. Y jóvenes que buscan amor los sábados a la tarde. Y arrozales.

Es la primera foto de Sapa. Una pequeña ciudad con cara de pueblo, sentada al noreste de la multifacética y emocionante Vietnam, a poquito de la frontera con China. Lo hace en el valle de las cadenas Hoàng Liên Son, donde los paisajes son un milagro, y la gente un primor.  

Se la pasa bien uno caminando por Sapa, absorbiendo cada detalle del excéntrico cuadro. La cocinera que despluma las gallinas en plena calle, vislumbrándole un delicioso futuro de sopa. El anciano que pasa con su buey cargando los productos de campo, con rumbo al mercado popular. Las mujeres hmong (de elaborados trajes negros con detalles en arcoíris, polleras, medias a las rodillas y gorrito, todo haciendo juego, todas iguales), tratando de venderle al foráneo sus artesanías. La pintura tiñe a la localidad de un ritmo feliz, para nada ajetreado, y de la esencia oriental que causa permanente fascinación.

Aquello no se nota tanto en el lago local, que es muy coqueto y muy tranquilo, bañado de flores, y de sol. Pero si en la plaza central. Corazón de Sapa, el espacio se erige como un balcón a las montañas, que se abalanzan y ofrendan un marco espectacular.

Allí funciona una feria de artesanías permanente, donde las tribus venidas del campo cada día muestran su multiplicidad de productos hechos a mano. Sin embargo, lo más característico ocurre los sábados a la tarde, cuando los jóvenes se reúnen a encontrar el amor de sus vidas. Todos en ronda, chicos y chicas bailan, cantan y ríen mucho (la más sana de las costumbres vietnamitas), mientras una especie de moderador, en el medio, va proponiendo parejas. “Vos con ella”, “aquella con este”, “¿Quién gusta de ésta joven?”. Cuando hay coincidencia, aparece cupido. Una práctica que viene desde tiempos inmemoriales, y que habla de lo importante que son las tradiciones por estos pagos.

 

La riqueza de las aldeas

Dejamos la ciudad y los puestitos callejeros donde sirven pho (sopa típica de fideos, cebolla morada, pollo, albahaca, menta y limón, la favorita del sudeste asiático) y arroz cocido a la parrilla (en cañas de bambú), para conocer una Sapa aún más cautivante: la rural.

Caminando, o moto mediante (se alquilan por el irrisorio precio de 6 dólares el día), la propuesta es recorrer los alrededores. Entonces, surge pletórica la postal del principio: la de las montañas colosales, en cuyas terrazas lucen arrozales y más arrozales, y las sensaciones gritan Asia.

Con todo, lo que más llena el alma del viajero está en las aldeas (de títulos súper vietnamitas, como Lao Chai, Seo My Ty O y Linh Ho), cada una habitada por un grupo étnico en concreto, desde los ya citados Hmong, hasta los Dao Rojo, los Tay, los Giay y los Xa Pho, por sólo nombrar algunos. Cada tribu tiene sus trajes característicos, que son lucidos por todas las mujeres del clan por igual.

Con esos atuendos saludan, tan sonrientes, desde sus casas de madera, desde su riqueza que parece pobre. Otro mundo. Una maravilla.    

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