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Memoria de Ballesteros y sus próceres olvidados

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Memoria de Ballesteros  y sus próceres olvidados
Benjamín Cacciavillani con su esposa, Ana Galvani

Hijo del primer intendente y hermano de “Pepe”, el poeta mayor del pueblo, Benjamín Cacciavillani es parte indisoluble del “ADN ballesterense”. A los 83 años y a pesar de haberse radicado en Córdoba hace más de 60, “Benja” guarda una fabulosa colección de recuerdos de su terruño, tanto en su cabeza como en una caja con recortes que (según dice) “debería ordenar uno de estos días”. Entre esos papeles está la biografía de Tulia Ciámpoli, la primera Miss Argentina y la del campeón italiano de decatlón Gervasio Bastino, ambos nacidos hace un siglo en la vecina localidad

Benjamín Cacciavillani con su esposa, Ana  Galvani
Benjamín Cacciavillani con su esposa, Ana Galvani

El primer recuerdo que guarda “Benja” data de 1935. Se trata de una tarde en la Sociedad Italiana o en la escuela del pueblo. “Yo tenía tres años y actué de payaso en una velada. Estaba adentro de una caja y me había enamorado de una muñeca que estaba en la otra”, dice el hombre que está frente a mí, lo que equivale a decir aquel mismo niño ocho décadas después. Y entonces, por mi cabeza habituada al cine, pasa una película muda y en blanco y negro, un filme con actores de rostro empolvado y raya al medio con gomina como en los videos de Gardel. Pero en la voz de Benjamín Cacciavillani hay música y colores, como en un carnaval en HD. Y sobre todo aquella vieja emoción que una vez más atraviesa el tiempo y le hace temblar la voz idéntica a la de su hermano “Pepe” y (acaso también) a la de su padre y a la de su abuelo. Y es que Benjamín Cacciavillani, esa identidad que me habla desde el sillón de un living cordobés, no es sólo una individualidad, sino un eslabón (el último) de una dinastía de hombres y mujeres que forjaron la historia de Ballesteros. Y si no, repasemos. Su bisabuelo materno, don José Amicarelli, fue el primer inmigrante llegado al pueblo en 1870, cuando la incipiente aldea sólo contaba con apenas cuatro años de edad, una estación y campos interminables alrededor. Su abuelo, Cármine (hijo de don José) fue el primer médico. Y su padre, Vicente Cacciavillani, el primer intendente entre 1920 y 1930. (Electo cuatro veces consecutivas, don Vicente sería depuesto por el mismo golpe de Estado que derrocó a Yrigoyen). Y, por cierto (y acaso éste sea el dato más importante de todos) su hermano mayor, José Ernesto (“Pepe” para todo el mundo) fue el poeta más importante del terruño; autor del poemario “Rumor del Río”, de la primera (y única) “Historia de Ballesteros” y de la letra y música de su himno. Por eso no es exagerado decir que por las venas de Benjamín corre sangre y memoria. Porque este hombre que todo lo recuerda es, además, puro presente absoluto. Como la tarde que repite las edades o la sombra inmutable de un viejo algarrobo.

 

Apuntes para una biografía

El Pozanjón en 1932, año del nacimiento de Benja (gentileza  Facebook Ballesteros)
El Pozanjón en 1932, año del nacimiento de Benja (gentileza Facebook Ballesteros)

“Nací en 1932 y soy el más chico de 10 hermanos -dice Benjamín-; cuatro varones y seis mujeres. Mi vida cambió para siempre en el año 40 cuando falleció mi hermano mayor. Tenía 30 años y se electrocutó cambiando unos cables en la casa Boutté y Journé, uno de los almacenes más antiguos del pueblo. Esa muerte fue un antes y un después para mí. En el 46 me fui a estudiar a la Escuela del Trabajo de Villa María y en el 49 me recibí de modelista como mi hermano Tito, que trabajaba en la Siam de Buenos Aires. El me enseñó todo lo que sé, pero nunca lo pude igualar. Cuando me recibí, intenté trabajar en Tancacha y en Buenos Aires, pero no me adapté. Así que me volví a Ballesteros, donde en el 50 conocí en una reunión de la escuela a una maestra de Bell Ville que daba clases en el pueblo, Ana Galvani. Empezamos a charlar y ya ni sé cómo fue que nos pusimos de novios y nos casamos. Al poco tiempo nos vinimos a Córdoba donde estaba mi hermana Chiche, a dos cuadras de acá. Vinimos porque me salió un trabajo de profesor en el IPET 48 Presidente Roca, en el Parque Sarmiento, donde me jubilé hace unos años. Acá formamos una familia y tuvimos cinco hijas mujeres y, desde hace un tiempo, también varios nietos. Pero nunca me olvidé de Ballesteros. Mirá, a veces estoy solo y me viene a la memoria gente, acontecimientos, escenas. Y aunque no soy un poeta como mi hermano “Pepe”, me dan ganas de escribir. Y entonces anoto en papeles sueltos cosas del pueblo o le mando cartas a los amigos de la infancia, especialmente a un compañero de la primaria que vive en Buenos Aires y que hace 50 años que no veo. Son cartas a máquina y él siempre me responde. Cada vez que me llega un sobre suyo es como si me golpeara la puerta un pedazo del pasado. Y entonces me fijo en unas cajas que tengo y miro las fotos viejas o chequeo la pila de “La Linterna” (el diario ballesterense que editó “Pepe” durante más de 30 años). Y es como si volviera a vivir en Ballesteros y todo siguiera intacto. Sin embargo ya no viajo muy seguido. Pero cuando voy lo primero que hago es visitar al Hugo Pradella, el último amigo que me queda vivo, porque el otro, el “Piringa” Quevedo, ya se murió. Pero también trato de ver a don Elías Nasser, al Mario Nicosía y al Rolando Bustos, a los que quiero muchísimo. El año pasado se murió la Beba, mi última hermana. Tenía 99 años y vivía en la casa familiar. Ahora la casa se ha quedado vacía y está muy deteriorada. Imaginate, es de 1909… Todavía no sabemos lo que vamos a hacer con la casa, pero me encantaría que la Municipalidad levantara un museo. Siempre pensé que Ballesteros se merecía uno. Y esa casa es tan grande y sus paredes han vivido tantas cosas… Me acuerdo de la vez que me invitaron para la inauguración del centro cultural que lleva el nombre de mi hermano… Fue en el año 2000. Me emocioné mucho por estar ahí y dije unas palabras que guardo en la caja que te digo. Algún día la voy a acomodar y te voy a mostrar todo… Bueno, cuando di ese discurso supe, al menos por mi hermano, que nuestra casa de la infancia tenía un destino de museo. Hay días enteros en que no pienso en Ballesteros. Pero me basta oír el nombre de alguien o que me llegue una noticia para que desencadene un montón de recuerdos… Entonces voy a esa caja, que es como mi cabeza, pero también como mi corazón. A lo más importante de mi vida lo guardo ahí adentro…”.

 

Una caja llena de secretos

-¿Y qué escritos guarda en esa caja, “Benja”?

-Había empezado a escribir la biografía de las personas más importantes del pueblo. Algunos han trascendido más allá, como Oscar Cabalén o Rubén Juárez, pero otros han quedado anónimos y olvidados incluso para nosotros. ¿Vos sabías, por ejemplo, que la primera Miss Argentina nació en Ballesteros?

Le digo que no, que ni siquiera había escuchado nada parecido. Y aunque me temo que esté desvariando a causa de la edad, no digo nada. Pero no. Nada de desvaríos. Don “Benja” es pura lucidez.

“Encontré unas fotocopias que quiero darte”, me dice. Y acto seguido se las pide a su esposa Ana, que además trae una bandeja con jugo, caramelos y pan dulce. “Sírvanse, chicos”, dice, tras lo cual me extiende el papel y un audífono a su marido. “¿Ahora escuchás mejor, viejo?”. “No, peor”, le contesta riéndose. “Lo voy a tener que cambiar”, dice Ana. “¿El audífono o el marido?”, dice Benja. “¡A los dos! ¡El marido con el audífono y todo!”, dice ella riéndose. Y él le contesta: “¡No te escucho! ¡No te escucho!”.

En la fotocopia que me pasa Ana, leo la breve historia de Tulia Ciámpoli (que luego chequeo con toda exactitud en Internet). La primera Miss Argentina, efectivamente, nació en Ballesteros en 1912 y fue elegida en 1928 en un certamen realizado por la revista “Hogar Argentino” en Mar del Plata. La mujer falleció en 1981 tras ser actriz del Teatro Nacional, de cine y destacada violinista. Cuando termino de leer el artículo, “Benja” me dice: “¿Y sabías que el campeón italiano de decatlón del 45 también era nacido en Ballesteros? Se llamaba Gervasio Bastino… Ana, alcanzale al muchacho los otros papeles que te dejé…”

Y entonces, en una borrosa fotocopia de El Gráfico del año 46, aparece una nota al atleta que ese año había venido al país. Su prioridad (según el cronista) era “conocer el pueblo donde su madre (una italiana de paso por América) lo había dado a luz”.

“Bastino fue a Ballesteros no sólo a conocer, sino a buscar una copia de su partida de nacimiento. Y como por ese entonces mi padre era juez de Paz, se la dio él mismo. Dijo que Bastino estaba muy emocionado con el papel y con la amabilidad de la gente”.

-¿Y usted empezó a escribir la historia de Bastino también?

-Sí, porque tengo varios recortes. Pero están en esa caja que te digo. Ya me voy a poner un día de estos… ¿Vos sabías que Ballesteros fue el primer lugar del país donde se sembró alfalfa? Fue en el año 1900 en el campo de Patricio Oyola, que en la actualidad pertenece a Casabona. Dicen que prendió con tanta fuerza que las semillas se desparramaron y llenaron de alfalfa el campo del vecino y así sucesivamente… A eso también lo tengo escrito…

-Su hermano “Pepe” es el autor de la “Historia de Ballesteros… ¿Le pidió ayuda?

-A veces me preguntaba cosas, pero al libro lo escribió él solo… A pesar de ser poeta y yo maestro, compartíamos el entusiasmo por la historia del pueblo.

 

Pozanjón y después

-Entonces ya que es fan de la historia ballesterense, acá va un ping pong. ¿Qué sabe de los misterios del Pozanjón?

-Unos dicen que es un ojo de mar y otros cuentan historias extrañas, como la de una carreta que cruzó con bueyes, se hundió y no apareció jamás. Pero ésas son leyendas. Lo que es verdad es que a fines del siglo XIX, los encargados el ferrocarril, que estaba en poder de los ingleses, le tiraron vagonadas de piedra para taparlo. Pero el Pozanjón se tragó las piedras sin dejar rastros. Desde que yo tengo uso de razón que esa laguna nunca se ha secado. De chico yo vivía ahí. Y hasta me fabriqué un bote…

-En el pueblo se cuenta que usted, además de un bote, tuvo la cama de Fray Mamerto Esquiú…

-Un día, el párroco de Ballesteros Sud me dijo si no quería llevar una cama vieja a la iglesia de Ballesteros porque no había más lugar. Así que la cargué en la chata y la dejé donde me dijo. Después me enteré que había pertenecido al cura que había evangelizado la zona en 1882. A veces lo cruzo a José Santopolo, que es una suerte de segundo cura, y le pregunto, pero él no sabe nada. Nunca supe qué se hizo de esa cama…

-Hablando de la iglesia de Ballesteros, tiene un diseño muy particular que la emparenta con el arte de los jesuitas. ¿Conoce algo de su fundación?

-La iglesia se inauguró el 17 de marzo de 1943, justo el día de mi cumpleaños 19. Pero el 12 de octubre de 1939 se puso la piedra fundamental y yo estuve ahí porque lo ayudaba en la misa al padre Company. Me acuerdo también de los otros monaguillos, el Alcides López y el chico Villalong. Los arquitectos fueron Rocha y Martínez Castro, de Buenos Aires. Y el ingeniero Sánchez, de Ballesteros Sud, fue quien dirigió la obra. Tanto el campanario como la cúpula están inspiradas en la Estancia Jesuítica de Santa Catalina. Es muy difícil encontrar ejemplos así en la zona.

-Pasemos al fútbol. Antes del 45, Ballesteros tenía otros clubes: 9 de Julio y Sport…

-Mi abuelo José Amicarelli fue quien trajo el fútbol al pueblo. Tenía pasión por el deporte y se lo transmitió a toda la familia. A tal punto que su bisnieta, Magdalena Aicega, fue capitana de Las Leonas. Amicarelli era militar y condiscípulo de Perón. Y junto al padre Alfonso María Buteler, párroco entre 1920 y 1923, fundaron el Club 9 de Julio. Después, Buteler fue llamado para rector del seminario de Córdoba y dejó Ballesteros. El otro club era Sport y tenía la cancha en el actual Estadio Municipal. A fines de los 30 los dos clubes se fusionaron. El que logró ese prodigio fue mi cuñado, Armando Pradella. De esa unión nació Hipólito Yrigoyen, que en el 45 se transformó en Tiro y Gimnasia.

-Este misterio es más bien familiar. ¿Cómo es que su hermano “Pepe” cambió el oficio de cura por el de escritor?

-“Pepe” estuvo cuatro años en el seminario, de los 13 a los 17. Hasta que se enfermó grave y lo mandaron al Hogar Agrícola, que está entre Morrison y Ballesteros. Ahí estuvo un año con hermanos religiosos hasta que se curó del todo. Y entonces decidió que no sería sacerdote. Se volvió al pueblo y el padre Company lo contrató en el Salón Parroquial. Por ese entonces, nuestra hermana Beba le enseñó el piano y después se fue a estudiar a un conservatorio de Bell Ville con una tía que era concertista. Pero tanto con la música como con la poesía, “Pepe” fue autodidacta. Cuando aprendía piano en Bell Ville, se hizo muy amigo del poeta Artemio Arán. Quizás él lo haya influenciado en su decisión, aunque no sabría decirte a ciencia cierta. Al poco tiempo entró en la Unión Telefónica y luego se casó con una chica Rizzi, con la que tuvo dos hijos. En el 84 lo trasladaron a Mina Clavero con cargo directivo. Era el año de su jubilación, pero se murió al otro día de haber llegado, de un infarto en plena calle. Fue tristísimo para todos…

-Una de las “maravillas arquitectónicas” del pueblo es, sin dudas, el bulevar Roque Sáenz Peña y sus estatuas. ¿Cómo nace?

-El bulevar se inauguró en 1939 durante la Intendencia del doctor Lafourcade y fue toda una revolución. Yo tenía 7 años, pero me lo acuerdo. De pronto, todos íbamos a jugar a los canteros, la gente se sacaba fotos en las estatuas y el paseo era el orgullo del pueblo. Hay quienes dicen que Lafourcade se inspiró en los paseos de Versalles, en el país de su padre. Creo que hay algo de eso.

-Su familia tuvo relación directa con la construcción del Oratorio San Roque, ¿cómo fue?

-El oratorio se fundó en el 39 a instancias de mi madre, que era muy católica y siempre visitaba a los enfermos. Porque San Roque no es sólo el patrono de los trabajadores, sino también de los enfermos. La imagen del santo la donó una tía mía en cumplimiento de una promesa por haberse curado. Hay que tener en cuenta que en esa época había mucha tuberculosis en el pueblo. Sobre todo en los galponeros, que hombreaban bolsas en los campos y tomaban mucho vino sin alimentarse. Y todavía no había vacunas.

-Sin embargo, los devotos de San Roque no piden por la salud, sino por el trabajo…

-Sí, por eso cada 18 de agosto se hacía esa fiesta y la gente llevaba el santo del oratorio hasta la iglesia. Y los panaderos empezaron a hornear para ese día unos pancitos especiales que, según me han dicho, todavía se siguen haciendo…

Languidece la tórrida tarde en Altos de General Paz y con la última luz del día esta nota se termina también. Al despedirme en la puerta de “Benja” y Ana, el hombre me dice casi como una promesa que “cuando acomode esa caja te llamo para que veas un montón de recuerdos más”. Y aunque le contesto de lejos que me encantaría, me digo si en el fondo es necesario, si con todas las cosas que “Benja” me ha contado no tengo material para seguir pensando en todos los posibles pasados de mi pueblo como quien se asoma a una vieja película muda. Y entonces, por asociación directa, me viene a la cabeza no esa caja del presente con recortes, sino la otra, la caja de hace 80 años donde un niño vestido de payaso se enamoraba de una muñeca que también estaba encerrada. Un amor imposible que ya empezaba a fluir en su sangre con el vértigo del futuro y la pastosa lentitud del pasado. Ese temprano sabor a lo perdido que luego sería recuperado por el fabuloso, restaurador poder de la melancolía.

Iván Wielikosielek

 

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