Inicio Locales “Mi viejo fue un adelantado que inventó el drusgtore en 1941”

“Mi viejo fue un adelantado que inventó el drusgtore en 1941”

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“Mi viejo fue un adelantado que inventó el drusgtore en 1941”
Angela y Luis Gallo enfrente de la mítica esquina de Salta y bulevar España

La mítica esquina de Salta y España se pondrá a la venta y será la última de su especie en desaparecer del bulevar, tras la demolición del “Almacén Perossi”, en San Juan, y de la “Despensa Don Pepe”, en Tucumán. Angela y Luis Gallo, hijos del fundador, recordaron la invención de un concepto de kiosco irrepetible

Angela y Luis Gallo enfrente de la mítica esquina de Salta y bulevar España
Angela y Luis Gallo enfrente de la mítica esquina de Salta y bulevar España

No es la mera desaparición de un comercio ni la simple venta de una esquina (con altísimo pronóstico de demolición, hay que decirlo). No. El cierre del Kiosco Gallo es mucho más que eso. Es el acta de defunción de una ciudad que hace rato ha muerto, la desintegración física de un modo de existir en una Villa María del pasado que se ha desintegrado también. Es el fin de las barriadas pobres comprando tabaco Mariposa al caer la tarde; el fin de los domingos de cine donde las muchachas en flor de barrio Ameghino y Villa Carlos se aprovisionaban de golosinas para el matiné; el fin de la libreta obrera con la que tantas familias obreras compraban aceite y fideos, fósforos y alpargatas. Y sobre todo la disolución absoluta de la figura del kiosquero como ese hombre comprensivo que tenía el poder de extender el fiado, dar una yapa o tomarse un vermú con los clientes.

Hubo (también hay que decirlo) una última tarde perfecta en el mítico kiosco: la del sábado 5 de noviembre de 1998. “Fue la última vez que papá atendió -recuerda Luis desde su carnicería del frente, la que atiende desde 1973 tambien de forma ininterrumpida-. Pocos días después, el kiosco sería vendido a nuevos dueños que quisieron conservar el nombre como una marca registrada de la esquina.

 

Marca registrada de una esquina

“Lo que se vendió fueron las llaves del kiosco, no el edificio -recuerda Angela-. Fue duro para nosotros porque ya no lo podíamos seguir atendiendo. Con decirte que cuando asumieron los nuevos dueños, me ofrecí a darles una mano pero me dijeron “No, gracias. Desde ahora, al kiosco va a venir gente de categoría”. Y yo le dije que los negros, los pobres negros de la Rural y de Villa Carlos nos habían dado de comer toda la vida. Yo amo a mis clientes y amo el pobrerío. A la vez los servimos durante años… Perdón, ya estoy hablando como Evita… (risas)”

-¿Cómo es que hace 75 años un kiosco vendía aceite y alpargatas?

Luis: -Es que mi viejo fue un adelantado ¡Con decirte que inventó el “drusgstore” en el 41! Era un concepto de kiosko absolutamente novedoso. Y además de tener de todo, estaba abierto desde las 6 de la mañana a las 11 de la noche…

Angela: -Papá siempre decía que los clientes le habían enseñado todo. Si le pedían cordones de zapatos, los traía. Si le pedían tabaco alemán, también. La gente nos decía “¡ustedes tienen hasta balines para el rifle!”. Ni hablar de diarios y revistas. Vendíamos “Tercero Abajo”, de Deiver, y pilas de “Crítica”. A la gente de La Voz del Interior se le caerían las babas de las pilas de diarios que vendíamos por día…

-También tenían productos de farmacia ¿no es así?

Angela: – ¡Claro! Antes, una bayaspirina era algo caro. Y si en la farmacia costaba 1 peso nosotros las vendíamos a 40 centavos. Llegamos incluso a vender condones cuando era algo tabú. Me acuerdo que yo era chica y le decía a mi mamá “cuando me pidan esas cosas, yo les digo que no hay”.

Luis: – Mi viejo compraba medio vagón de tabaco y fósforos que le traían especialmente: “Tabaco Mariposa” y fósforos “Ranchera” y “Victoria”; papel de fumar “Smoking” y tabaco alemán de 100 gramos y medio kilo. También vendía medias para las mujeres que iban al baile…

-Y golosinas…

Angela: -Para que te des una idea, una vez vino Noel con un camión de chocolates para el invierno. Los “Aero”, las cajitas de maní con chocolate… Por suerte mi papá podía hacer grandes compras y mantener precios muy económicos para las barriadas más carenciadas. La gente que iba al cine pasaba por acá y se aprovisionaba porque allá era carísimo.

Triste, solitario y final

Mientras miro entre las persianas metálicas de la carnicería (será una de las últimas veces que se podrá observar el cartel de “Kiosco Gallo” en las fachadas de la ciudad) los hermanos recuerdan los tiempos primitivos del negocio en la glorieta y el choque de un camión. “Eso fue en el año 58 y nos obligó a trasladarnos acá”, dice Luis, señalándome la mitad de su negocio y la crónica del diario enmarcada contra los azulejos. Pero lo que más recuerdan los hermanos es la muerte de don Parmenio. “Fue el 5 de abril de 2011. Papá se había cansado del kiosco porque le habían entrado a robar muchas veces, pero aún así nos preguntaba siempre cómo iba todo por allá…”

Cuando llega el momento de la foto les digo a los hermanos que no hace falta que nos crucemos de vereda, que sólo necesito que se vea la esquina del frente. “Al inmueble lo pusimos en venta, pero aún no aparecieron compradores. Igual, el kiosco no se abrirá nunca más” -dice Angela con profética certeza mientras abraza a Luis. Y como en el click de una cámara Kirlian que capta el aura de la gente y (según dicen) el campo energético de los fantasmas, mi simple máquina automática retiene para siempre la placa de una ciudad que ya no existe, un modo de vida que desapareció para siempre y del cual (y acaso por algunos pocos días más) sólo queda un cartel como único mojón y vestigio.

Iván Wielikosielek

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