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“¿Por qué para la Iglesia los genitales son más importantes que el amor?”

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“¿Por qué para la Iglesia los genitales son más importantes que el amor?”
“Dios creó solo al hombre y a la mujer, no hay grises” y “el pecado es más grave que el SIDA” son dos de las frases que pronunció el obispo Jofré la semana pasada y generaron repudio por su discriminación

Siguen las repercusiones por los dichos del obispo de Villa María

La Asociación Travestis, Transexuales, Transgéneros Argentina (ATTTA) le respondió a Samuel Jofré

Ante las recientes declaraciones del obispo de Villa María, Samuel Jofre Giraudo, en relación a todas las personas transgénero, repudiando enérgicamente la discriminación y en defensa de nuestros derechos amparados en la Ley 26.743 de Identidad de Género.

A lo largo de la historia los avances que se produjeron en las legislaciones civiles no significaron necesariamente transformaciones en la Iglesia Católica Apostólica Romana, que, por el contrario, ha sostenido posturas conservadoras, erigiéndose como propietaria de una determinada divinidad.

Los argumentos religiosos ponen el énfasis en el valor de lo natural, de aquello que sigue el curso de la naturaleza, sin la intervención humana, librando a las personas y las sociedades al campo de un devenir divino. Las decisiones y las percepciones subjetivas de las personas deberían someterse a esos mandatos. El valor de la dicotomía entre lo natural y lo humano se basa en la no intervención. Sorprende que se valgan de la naturaleza para sostener principios religiosos arcaicos, cuando está claro que el matrimonio no tiene un origen natural y tampoco es una intervención divina.

Sin lugar a dudas, la Iglesia tiene un problema con lo sexual y genital y esto se ve reflejado al menos en dos sentidos. Por un lado, por la obsesión con que busca el control de los cuerpos (sobre todo, de las mujeres y trans) y, por el otro, con los innumerables problemas de los sacerdotes a quienes se les exige el celibato y se autoprotegen ante innumerables denuncias de abusos sexuales cometidos en diversas partes del mundo.

La presencia en nuestras sociedades de personas que rompemos los mandatos heteronormativos es creciente, en la medida que el respeto y la conquista de derechos también crece. Cada vez con más frecuencia estamos frente a personas que no podemos encasillar en un sexo por la sola lectura de su cuerpo. Los cuerpos se modelan en libertad y ahora también es posible el cambio de identidad en el DNI. Para la celebración de un matrimonio, quien quiera asegurarse que sea “entre un varón y una mujer naturalmente concebidos como tales desde el seno materno” (sic) solo podrá comprobarlo realizando un examen cromosómico porque llegarán bautizados/as con identidades adecuadas a su autopercepción.

¿Por qué tanto conflicto con el amor? ¿Por qué para la Iglesia los genitales son más importantes que el amor? ¿El sacramento se centra en lo sexual y no en el amor?

Una bendición es pedir que Dios “diga-bien” acerca de algo. Es pedir una protección de parte de Dios, que Dios acompañe en el camino de la vida, que Dios llene de vida los pasos que cada uno da. La Iglesia podrá ser responsable de los sacramentos en cuanto al modo de celebrarlos, pero la Iglesia no es la “dueña de Dios”. No puede impedir el pedido que Dios bendiga porque es Dios el que lo hace, no la Iglesia.

El discurso que pronuncia el obispo Jofré sobre el amor, la generosidad y le inclusión se contradice y muestra, una vez más, la hipocresía del discurso de la jerarquía católica conservadora que no hace más que dar cuenta de sus ideas profundamente patriarcales y, en consecuencia, misóginas, transfóbicas, homofóbicas, lesbofóbicas y heteronormativas, que ahondan en el estigma social en sectores socialmente vulnerados. Hablando de inclusión, excluyen. Hábil sutileza en la que el discurso católico ha desarrollado una gran experticia a lo largo de los siglos.

Reiteramos por medio de la presente nuestro repudio a tales actitudes; asimismo, informamos que copia de la presente se envía al obispo León Kalenga Badikebele, embajador del Estado del Vaticano, como así también, a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de Estados Americanos (OEA), reservándonos el derecho de iniciar las acciones penales que nos pudieran corresponder.

 

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